Piedad Bonnett
Tan tuyas y tan mías,
-el gallito
de Portugal, la caja de madera-
tan de nadie en su estar
en su abandono a la eterna costumbre de los días,
con su leve capa de polvo,
de ese polvo
que cae sobre tus hombros, sobre mis hombros,
sobre el pecho y la espalda de las horas.
El tintero, la piedra azul,
-¿De dónde la sacaste?-
puestos por Dios ahí, desde el principio,
en la repisa aquella que compraste
en los tiempos del siempre, del relámpago.
Pesadas como un sueño antes del alba,
inútiles, ligeras, como aquellas
mentiras que me dices a veces, atediadas
por siempre, inexistentes,
no oyen crecer la extensión del silencio,
ni el roce indiferente de las manos,
no oyen la lluvia afuera y tus bostezos,
ni el trabajo del tiempo en su materia,
en el hierro, en el lino,
en la madera,
en el alma porosa de los años.
-el gallito
de Portugal, la caja de madera-
tan de nadie en su estar
en su abandono a la eterna costumbre de los días,
con su leve capa de polvo,
de ese polvo
que cae sobre tus hombros, sobre mis hombros,
sobre el pecho y la espalda de las horas.
El tintero, la piedra azul,
-¿De dónde la sacaste?-
puestos por Dios ahí, desde el principio,
en la repisa aquella que compraste
en los tiempos del siempre, del relámpago.
Pesadas como un sueño antes del alba,
inútiles, ligeras, como aquellas
mentiras que me dices a veces, atediadas
por siempre, inexistentes,
no oyen crecer la extensión del silencio,
ni el roce indiferente de las manos,
no oyen la lluvia afuera y tus bostezos,
ni el trabajo del tiempo en su materia,
en el hierro, en el lino,
en la madera,
en el alma porosa de los años.
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