Manifestantes durante una protesta en el segundo aniversario del nacimiento del movimiento 'Ocupa Wall Street', en Nueva York, EE.UU. (Efe)LITERATURA Y BARRICADAS
Instrucciones para montar una revolución silenciosa
Ojo, mancha. Abrir un libro es una actividad mucho más arriesgada de lo que parece, porque la literatura no es una experiencia inofensiva, aunque busquemos entretenimiento: hay novelas que ocultan y huyen de lo real y otras que desvelan las condiciones que rigen nuestras vidas. No es un arma neutral, porque no está al margen de la sociedad y forma parte de sus inclinaciones y cojeras, es un campo de batalla en el que el lector se halla expuesto a la metralla ideológica del autor.
El ensayo breve ¿Qué hacemos con la literatura? (Akal) lanza un agudo –e incendiario- análisis sobre la reconquista de una literatura crítica con las injusticias del sistema. David Becerra, Raquel Arias, Julio Rodríguez y Marta Sanz firman un manifiesto que levantará polvareda por las fórmulas que propone para rescatar una literatura de intervención social. La pregunta que se hacen ya es en sí misma una declaración de guerra: “¿Es posible escribir una literatura disidente, una literatura que no sirva a los intereses de la clase dominante capitalista y que pueda contribuir a la transformación social?”.
Escribir para resistir
La literatura es un arma de cambio y los autores también inciden en señalar la importancia de la implicación ética que tiene cada decisión estética. “Desde las metáforas, el barroquismo, el silencio o la opción del suspense”, escriben. El lenguaje no es neutral, sino “uno de los lugares donde se inviste la ideología dominante” y por eso “todo proyecto literario disidente” debe plantearse esta cuestión contra el formalismo vacío.
Una palabra y no otra posiciona a la novela en un discurso o en otro. Con una palabra se construye un mundo y se le dota de ideología. Es el primer paso en la producción literaria, la selección de los materiales léxicos que dotan a la creación de un punto de visto. “Es necesario abordar la cuestión del experimentalismo como apuesta ética”, en este punto queda descartado el grupo más famoso de la narrativa española contemporánea. Para que los escritores actuales que pretenden comprometerse e intervenir en la sociedad concilien la “exigencia formal, lo imprevisible, lo incómodo y la radicalidad retórica como expresión de un malestar y una violencia social y política”.
En este sentido, Julio Cortázar decía que había que caminar mucho más lejos en las búsquedas de las experiencias y las expresiones, porque “nuestro lenguaje revolucionario está todavía lleno de cadáveres podridos de un orden social caduco”. “Seguimos hablando de hoy y de mañana con la lengua de ayer”, escribió el autor de Rayuela en 1970. El escritor maneja una herramienta cargada de ideología y no puede renunciar a ella: “Hay que asumirlo para cambiarlo”, explican los autores del ensayo.
El disparo en el concierto
Así retumba la política en medio del gesto estético, como un disparo, con un ruido que interrumpe la armonía. De ahí que se haya asumido que no se puede hablar de política en literatura: “La política, para la ideología literaria dominante, molesta, embrutece, se encuentra reñida con la calidad literaria, según los postulados estéticos preponderantes”.
¿Cuál es el objetivo de la propuesta de“literatura subversiva y revolucionaria”? Desvelar los mecanismos invisibles que provocan nuestra explotación. Casi nada. ¿Cómo se hace? Si lo que el escritor pretende es denunciar de forma objetiva la sociedad en la que le ha tocado vivir, lo más eficaz es que “éste escriba sobre el modo en que la explotación atraviesa su propia vida
Niegan, por este motivo, la propuesta de “dar voz a los sin voz”, porque los poetas, ni los novelistas, ni los dramaturgos son “igualmente víctimas de la explotación capitalista”. Dar voz a los sin voz es dar a entender que quien escribe se encuentra en una situación privilegiada y eso –además de ser excepcional- invalida el relato por “paternalismo izquierdista”. Los autores del ensayo reniegan de la imagen del escritor como mesías, que ha decidido descender de sus alturas para explicar al resto del mundo.
Leer mata
Si la propuesta es escribir desde la resistencia, ¿desde dónde se hace: desde el sistema o desde fuera? Los autores reconocen el problema y no despejan la duda del todo, porque resulta complicado producir “un discurso disidente” en un momento en el que el capitalismo “parece haber conquistado todos los espacios para el ejercicio de la libertad”.
Entonces, ¿qué hacemos con la literatura? Leerla con cuidado. Hacer una lectura crítica que aclare para qué sirve y a quién sirve. Lamentablemente, el ejercicio de la lectura desde la conciencia no logrará que la literatura nos haga más felices, ni mucho menos, más libres. Pero “sí podremos conocer la lógica de nuestra servidumbre”. No pretenden matar la novela, no quieren acabar con su efectividad, ni siquiera con el aliento literario, pero priorizan la conciencia del lector sobre las relaciones de explotación “que los subyugan”.
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