La escritora colombiana Piedad Bonnett. / ELIZABETH REYES LE PALISCOT (EL PAÍS)
Autorretrato del dolor innombrable
Piedad Bonnett da testimonio del suicidio de su hijo en Lo que no tiene nombre.
El libro aborda un tema tabú y crea un diálogo lleno de preguntas con el lector
WINSTON MANRIQUE SABOGAL Madrid 29 SEP 2013
…Y Daniel sube corriendo por las escaleras mientras su madre se gira desde el escritorio para verlo antes de que él desaparezca. Una y otra vez. Es como si toda la vida Piedad Bonnett hubiera caminado hacia este dolor que no tiene nombre, incluso dando los pasos con los que creía evitarlo. Pero el joven pintor ya no está, se suicidó a los 28 años. Ya no es.
Todo son preguntas, “como mariposas enloquecidas revoloteando” alrededor de su cabeza. De allí surgió un relato en el que a medida que desteje el amor materno en busca de respuestas, teje el de la vida con preguntas. Lo que no tiene nombre (Alfaguara) le puso por título. Aún hoy, Piedad Bonnett (Antioquia, 1951), que estuvo el fin de semana en el Hay Festival de Segovia, lidia “tercamente con las palabras para tratar de bucear en el fondo de la muerte, de sacudir el agua empozada, buscando, no la verdad, que no existe, sino que los rostros que tuvo en vida (su hijo) aparezcan en los reflejos vacilantes de la oscura superficie”.
No es que quiera resucitar a Daniel, sino que busca saber quién era en realidad. Lo que no tiene nombre es un relato testimonial que aborda el tabú del suicidio y establece un diálogo con el lector del que brotan preguntas, preguntas. La autora de títulos como El hilo de los días y Para otros es el cielo empezó a ver la historia cuando, inmersa en el duelo, viajó con su familia para apaciguar la devastación. De la madre dolida emergió la escritora. Lo recuerda en su casa de Bogotá…
“Es el libro más misterioso desde el punto de vista del proceso. La palabra no es tanto dolor en ese momento, sino terrible desconcierto; desconcierto con la vida, no es desconcierto de que él se matara, pero si preguntándome ¿me pasó esto?, ¿cómo me pasa esto con este muchacho y después de todo lo que hicimos?, porque hicimos todo y no pudimos detener el destino, que fue la idea que hizo generar el libro”.
Entre las preguntas que revolotean como mariposas enloquecidas se cuela el arte como refugio, el arte como reconciliador, la literatura como catalizadora…
“Nunca había comprobado de manera tan impresionante cómo literatura y yo somos una sola cosa. Lo primero que se me ocurrió fue escribir. A partir de ahí aparecieron preguntas sobre otras cosas: qué es un duelo o que significa perder a alguien. En ese viaje llevaba libros en los que esperaba hallar alguna aclaración ante la incertidumbre. Entre ellos El Dios salvaje, de Al Álvarez, y de pronto comprendí la potencia dramática de esta historia que es como una tragedia griega: todos los pasos eran para que todo fuera exitoso y, como en Edipo rey, todo lo que iba pasando estaba mal. La decisión de escribir fue tremenda. Fue lo que me permitió sortear el duelo. Siempre hice un movimiento de lo puramente emotivo, que me arrasaba, a un movimiento intelectual. Una de las preguntas más inquietantes era la que me había hecho Daniel, que estaba en tratamiento psiquiátrico: ‘¿Me ayudarías a llegar al final?’... El amor de una mamá es de tal naturaleza que prefiere el hijo muerto que el hijo sufriendo. Cuando me hizo esa pregunta yo pensé sí, si este niño me dice: ‘Mamá, estoy sufriendo, no puedo vivir así, ayúdame a morir’, yo lo ayudo. Esa es la dimensión del amor de la mamá”.
Él moriría en Nueva York, donde estudiaba, mientras ella estaba en Bogotá. Ahí empieza la historia.131 páginas en las que el lector es testigo de cómo ella “miraba vivir a Daniel con un secreto temblor”. La reacción de la gente ha sido cálida y le ha descubierto otras verdades…
“Se nos olvidó que la literatura está para conmover en el mejor sentido del término, no para hacer llorar, ni como algo sentimental. Pero sí para conectar con el alma del lector. La literatura se nos volvió una cosa muy intelectual. Yo estaba incluida dentro del paquete de los intelectuales haciendo maromas. Y recordé que cuando entré a la literatura, a los 15 años, me ayudaba a vivir, a soñar”.
Una ligera y triste sonrisa se vislumbra en su cara al recordar que los lectores han señalado caminos equivocados que han tomado ciertos intelectuales y la sociedad…
“Hay mucho pudor. Les da pena expresar el sentimiento; no es que no sientan, pero niegan manifestaciones efusivas. Es resultado de la sobredimensión de la razón. Desde Descartes lo que hemos hecho es adorar y rendir un culto a la racionalidad, a costa de cosas tan importantes como la intuición y los afectos. Aunque hay unas corrientes que han tratado de recuperar eso pero siempre dentro de una mesura”.
Habla emocionada de las docenas de emails que recibe y que, también, le han descubierto otros desvíos de la sociedad, la enorme presión de éxito sobre las personas, la competitividad que horada todo…
“Si alguna reflexión sale de este libro sería que solo es bueno lo que nos hace felices. Lo digo yo que duré 30 años en una universidad viendo a la gente joven, que es cuando se define la vida, haciendo cosas que no querían”.
Lo siguiente es una exposición de la obra de Daniel y el catálogo que Piedad Bonnett editará con el dinero del premio Casa de América de Poesía que le concedieron la víspera de la muerte de su hijo, en uno de cuyos poemas dice: “y la literatura, ya sabemos / está hecha por dioses pequeños e impacientes / y a menudo rabiosos / que adoran lo que existe y sin embargo / viven de consagrar lo que no existe”.
Letras de duelo en primera persona
De la madre: Richard Ford, Mi madre(Anagrama).
Del padre: Héctor Abad Faciolince, El olvido que seremos (Seix Barral).
Del padre: Marcos Giralt Torrente, Tiempo de vida (Anagrama).
Del marido: Joyce Carol Oates, Memorias de una viuda (Alfaguara)
De la esposa: Francisco Goldman, Di su nombre(Anagrama).
De la hija: Isabel Allende, Paula (Plaza y Janés).
Del marido y la hija: Joan Didion, El año del pensamiento mágico y Noches azules (Global Rhythm y Mondadori).
Sobre la inminencia de la propia muerte:Christopher Hitchens, Mortalidad (Debate).
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