Dibujo de Eulogia Merle- EULOGIA MERLE. ("El País")
En "El País":
¿Qué nos quedará de la microcultura?
Teatro mínimo, cine con móviles, relatos de una frase, 'nanopoemas': las formas de creación en formato corto crecen sin parar pero su impacto real es un enigma.
TOMMASO KOCH - Madrid - 14/10/2011
Una señora colorea, sobre la mesa de la cocina, un álbum de dibujos para niños. A los pocos segundos, su hija vuelve a casa. Las dos entablan una conversación íntima sin preocuparse de la decena de invitados que, sentados en taburetes, llenan el minúsculo cuarto y escuchan en silencio. Pasan menos de 15 minutos, el tiempo suficiente para que la madre encuentre las palabras para explicar a su hija por qué su padre no volverá. El diálogo termina. Los aplausos de los invitados cierran la sexta y última representación de la noche de Papá se ha ido. Maribel Vitar y Mara Ballestero, las actrices, se despiden del público con una reverencia.
La obra es una de las delicatessen culturales que, en formato de bolsillo, se ofrecen en el número 9 de la calle de Loreto y Chicote de Madrid. Un tema, seis obras, seis representaciones por noche de miércoles a domingo. Cada función cuesta cuatro euros y dura un cuarto de hora. Estos números encierran la fórmula áurea que resuelven las salas del 'Microteatro Por Dinero'. Entre 5.000 y 8.000 personas (según Verónica Larios, una de los 21 socios que dirigen el barco) mezclan cada mes cañas y píldoras de teatro, siguiendo una receta que celebra ahora su primer aniversario y que simboliza la pujanza del fenómeno de la microcultura, amado por unos y denostado por otros. Un fenómeno de crecimiento exponencial pero cuyo alcance de impacto real en la historia de la cultura es, a día de hoy, un enigma.
"Respecto al teatro tradicional se gana en intimidad y libertad", asegura Elvira Lindo. La escritora, autora de varios guiones teatrales, es el bolígrafo tras los diálogos de Papá se ha ido. "Me gusta mucho esta fórmula", afirma, "ves una o más obras, tomas una caña. Es más inmediato y más alternativo".
Pero no solo de teatro vive el prefijo micro. De hecho, últimamente parece encajar bien en todo tipo de puzles culturales. Entre fenómenos más asentados (microrrelatos) y otros más recientes (micropoesía, festivales de microcine rodado con móviles...), lo pequeño desfila a menudo en las pasarelas de la cultura. "Hay varias causas", explica el filósofo y ensayista José Luis Pardo, "la crisis del formato largo, de los grandes relatos, sobre todo en la literatura, es una de ellas. En segundo lugar, los nuevos medios tecnológicos favorecen contenidos más fáciles de difundir y descargar. Es el sabor de lo efímero".
"No tenemos tiempo, necesitamos una comunicación más urgente, entender las cosas de un disparo", tercia la micropoetisa Ajo. Por ello, sus pistolas llevan desde 2004 cargadas de proyectiles fugaces como: "Olvidan solo quienes tienen tiempo". Ese mismo año Ajo publicó Micropoemas, el primer libro que recogía sus obras. Desde entonces, la brevedad no ha dejado de ser el primer punto de su manifiesto artístico. "Es mucho más difícil: decir mucho con poco significa complicarse la vida", defiende la interesada.
Aquí parece hallarse una de las claves del género micro. Ya se hable de cine, de teatro o de literatura, no cambian los fundamentos que mantienen en pie el pequeño castillo. "Hay que tener una idea clara de lo que se quiere narrar y caracterizar bien a los personajes", explica Verónica Larios, del proyecto Microteatro Por Dinero. Elvira Lindo va más allá: "Tienes que contar más de lo que te permita el espacio o el tiempo, ser muy sugerente".
Creadores de comidas efímeras, los chefs de la microcultura fían sus esperanzas al retrogusto. "Un buen microrrelato deja en el lector una angustiosa duda", resume la escritora argentina Ana María Shua, especialista en la materia. Tras las huellas de Borges y Cortázar, auténticos pioneros del microrrelato, Shua lleva ya cuatro libros depositando interrogantes en la mente del lector.
Una estancia larga en un terreno donde algunos se quedan durante un tiempo casi tan fugaz como sus creaciones. "El microteatro puede ser un buen ejercicio para más adelante hacer algo con más espesor", explica Elvira Lindo. "Desconfío de los que solo son microrrelatistas: prefiero los que también tocan otros géneros", argumenta Ana María Shua. De hecho, la argentina es autora de novelas, obras infantiles y cuentos. "Lo más difícil de escribir es una novela, porque hay que sostener una arquitectura compleja como la de un rascacielos", sostiene la escritora. Construir una "casita" (como ella define a los microrrelatos) puede ser, en cambio, cuestión de un instante. En estas palabras está encerrado todo el espíritu de su autora: Socorro, socorro, sáquenme de aquí es un ejemplo de creación que Shua realizó en pocos minutos, guiada por una intuición.
Eso sí, todo arquitecto de lo micro tiene que saber manejar lijas y cinceles. "Los microrrelatos son piedras preciosas, extremadamente pulidas. Los mejores alcanzan la perfección más absoluta en la literatura. Pero es un género que no acepta el más mínimo defecto: perdería inmediatamente su valor", explica Shua. La misma escritora reconoce, sin embargo, que "cualquiera puede tener un pequeño éxito, conseguir escribir un microrrelato que esté muy bien, aunque no un libro".
En junio, el presidente de la Academia de Cine, Enrique González-Macho, señalaba: "Hoy cualquiera puede hacer películas con una cámara de 300 euros". Es, por decirlo a la manera de Shua, la angustiosa duda que acompaña a este fenómeno, y que Fernando Savater expresa así: "Aunque puede haber cosas de indudable calidad, esa jibarización de la cultura resulta dudosa. Es la influencia del zapping primero y del Twitter después en todos los campos".
La solución, según los entrevistados, es tan sencilla que cabe en una palabra: calidad. "En España hay 20 millones de escritores, pero publican 10 de ellos. El talento destaca. Las primeras películas de Amenábar y Almodóvar fueron cojonudas. Para otros, el primer trabajo es el último", respondía González-Macho. José Luis Pardo desdramatiza sobre la cuestión del cómo: "No hay que obsesionarse con el formato. Al fin y al cabo cuenta el contenido".
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