José Luis Rodríguez Ojeda
Los conocí en un bar
de los de última copa,
cuando a casa volvía
después de una derrota
amorosa. Vivimos
con amistad rumbosa
esa noche casual,
que terminó en alcohólica.
Pensé, ya con el día
-que contrasta las sombras
y pone con su luz
en su sitio las cosas-,
que ellos en la risa,
en charlas ruidosas
ocupaban ociosos
lo mejor de sus horas
mientras que yo, en los versos,
en tardes melancólicas...
Concluí: "fue una noche
pasajera, anecdótica".
Pero me equivoqué.
Sucedió de otra forma.
La amistad fue creciendo.
Yo me adapté a sus locas
noches de discoteca
y de "llena otra ronda";
ellos, a mis sensibles
parrafadas de coña.
Lo mucho que les debo
tal vez ellos lo ignoran.
A veces me salvaron
de una apretada soga
de hastío, del peligro
que lleva la zozobra.
Aunque apenas nos vemos,
la amistad sigue ahora.
Yo sé que estáis conmigo,
mi corazón os nota.
De Canción del camino. Ángaro. 2003
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