Daniel Rodríguez Moya
Todavía me duele
la herida de la tierra que anegada
pisabas hasta ayer,
las casas y el olor de la hojarasca.
El miedo que a los niños ya no asusta
es un volcán acostumbrado.
La noche se convierte en continente
y sabes que a este cielo
le faltan más estrellas que miradas.
Si rechazas las voces que amenazan tu sueño
y descubres que ahora
la lluvia sólo sirve de pretexto
para vivir un tiempo con ese diapasón
verás que a las tormentas
yo las miro de lejos,
como se mira a un niño y su tristeza.
No temas dar la espalda a las contradicciones,
vivir consiste en eso.
Hay un árbol que crece sin temor a la altura.
Abracémoslo.
No impide la maleza acariciar el cielo.
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