miércoles, 18 de mayo de 2011

PRENSA. "Las grietas de la historia", por Javier Cercas. (Sobre Ignacio Martínez de Pisón y su novela "El día de mañana")

Javier Cercas

   En "El País Semanal":
Las grietas de la Historia

JAVIER CERCAS 15/05/2011

   Lo primero que intenté publicar en mi vida fue un artículo sobre Ignacio Martínez de Pisón. Corría 1985, Pisón acababa de publicar su segundo libro y yo era un escritor inédito que no conocía a ningún escritor español, que se sentía un bicho raro y que no leía a los escritores de su edad (ni casi a los escritores vivos, o sólo a los muy viejos). Un día, no sé cómo, cayeron en mis manos los dos primeros libros de Pisón: La ternura del dragón y Alguien te observa en secreto; los leí, y no sólo me gustaron mucho, sino que me hicieron sentir que no era un bicho raro o que por lo menos alguien de mi edad (Pisón sólo me lleva dos años) tenía gustos parecidos a los míos, aunque tuviera más talento que yo. Feliz por el descubrimiento, escribí un texto, lo metí en un sobre y, con la fantástica ingenuidad de mis 23 años, lo mandé sin más a la revista Quimera. Por supuesto, el texto nunca se publicó, pero desde entonces he seguido a Pisón libro a libro, sin perderme uno solo. 13 o 14 años más tarde logré hacerme amigo suyo. Me alegra decir que sigo siéndolo, aunque debo añadir que ni siquiera la amistad me ha cegado a la evidencia: Pisón es uno de los mejores narradores españoles del momento. Las dos palabras que a mi juicio lo definen con más exactitud son constancia y honestidad. Constancia porque sólo su obra narrativa abarca ya catorce libros; Pisón es un escritor regular: entre esos libros los hay mejores y peores, pero, que yo recuerde, no hay ninguno que no merezca ser leído o releído. Honestidad por tres motivos. Primero, porque Pisón construye sus novelas y relatos con el rigor y la precisión artesanales de quien sabe que, aunque no hay que confundir el arte con la artesanía, no hay arte verdadero que antes que arte no sea artesanía. Segundo, porque Pisón es lo opuesto a esos mercachifles de sí mismos que no paran de presentarse como exploradores de nuevos territorios narrativos con el fin de esconder que no paran de escribir el mismo libro y según la misma fórmula: Pisón se presenta siempre como un humilde escritor tradicional, cuando en realidad todos sus libros son distintos, como si los escribiera teniendo siempre presente que en literatura la forma es el fondo o que en ella, como escribió Flaubert, la forma es al fondo lo que el calor al fuego. Y tercero, porque los libros de Pisón están escritos para lectores honestos, es decir, para lectores a los que les gusta leer, no para lectores a los que lo que les gusta es que les guste leer. Esto no es una banalidad. Hay grandes escritores que tienen pocos lectores y que quizá no pueden ni deben aspirar a más, porque lo que escriben es oscuro o hermético; Pisón no es uno de ellos, y por eso sus libros, tan enjundiosos como amenos y transparentes, merecen muchos más lectores de los que tienen.
   Ojalá los consiga con el último. Se titula El día de mañana y es quizá, junto con Carreteras secundarias, la mejor novela que ha escrito Pisón, si no la más necesaria. Pisón empezó escribiendo relatos fantásticos y novelas de iniciación, pero desde hace unos años es un escritor realista a brazo partido. Balzac observó famosamente que la novela es la historia privada de las naciones; menos famosamente, Novalis dijo que la novela surgía de las grietas de la historia. En sus últimos libros, Pisón cuenta la historia privada de la España reciente a través de las grietas de su historia. En principio, la grieta de El día de mañana es Justo Gil, un emigrante que en la Barcelona de los sesenta empieza convirtiéndose por azar en soplón de la policía política y que, ya en plena Transición, termina organizando grupos paramilitares de ultraderecha. El mecanismo de la novela es un mecanismo clásico en la literatura y el cine al menos desde Mientras agonizo, de Faulkner, y Ciudadano Kane, de Welles: un relato multiperspectivista a través del cual un conjunto de personajes ofrece su visión particular del personaje central. El resultado es admirable: por un lado, Pisón ofrece un retrato complejo y poliédrico de la España de los sesenta y setenta; por otro, ofrece un retrato no menos complejo y poliédrico de Justo Gil. Ambos retratos se complementan. Por supuesto, Justo es un trasunto de la España de la época, de su encanallamiento y su mediocridad generalizados, de su grisura esencial; pero la España de la época también es un trasunto de Justo: como ha escrito Jordi Gracia, la novela refleja sobre todo la ambigüedad moral de la vida bajo la dictadura y el subdesarrollo, y esa ambigüedad es la ambigüedad de Justo, un personaje escurridizo que nunca parece lo que es, a quien Pisón nunca condena del todo, pese a su abyecta catadura moral, y a quien más de una vez nos obliga a compadecer, dando así toda su talla de gran novelista. Esa insidiosa ambigüedad, la de Justo y la de su época, es la verdadera grieta de la historia. La novela de Pisón es necesaria porque fue a través de esa grieta por donde el pasado llegó al presente.
Ignacio Martínez de Pisón

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