domingo, 22 de mayo de 2011

IES "MAIMÓNIDES". CUENTO sin título (1), por María López Arribas, alumna de 2º de bachillerato


   Dicen que soy un asesino.
   Mi vida se agota cual reloj de fina arena y tengo la constante sensación de que incluso las paredes de esta claustrofóbica habitación gritan mi nombre. Este espejo que tengo delante muestra la incomprensión en la que se ha convertido mi vida; mis ojos llorosos están vacíos. La voz no quiere emitir un sonido contrario al silencio. La frustración corroe mi invisible alma.
   ¿Nunca os habéis preguntado qué es lo que haríais si supierais la hora, el minuto y el segundo exactos en el que vais a tener el honor de escuchar vuestro último suspiro?
   Claro que no. Creemos que somos inmortales y nadie piensa que la muerte respira a nuestro lado y nos acecha a pasos agigantados cada instante; y todos malgastamos egocéntricamente nuestra vida pensando en un futuro incondicionalmente condicionado al pasado sin reflexionar en lo mejor que poseemos en el presente. Caminamos con una venda en los ojos unidos a espejismos disfrazados de personas; e incluso no importa cuando la venda cae; tus ojos están tan acostumbrados a la negrura de la oscuridad que la luz del sol parece brillar demasiado.
   Estoy condenado. Cuando acabe de contar la verdad, o mejor dicho, mi verdad, seré inútil polvo; y lo mejor es que ni si quiera se preocuparán por meterlo en uno de esos jarrones.
   ¿Asesino? Están todos locos.
   Todo fue por su culpa. Solo y exclusivamente por su culpa. Me engañó. Me utilizó como a un sucio trapo. Hizo de mí un hombre nuevo, un hombre con expectativas, con futuro, sin miedo a perecer. ¿Y qué queda de ese hombre? Una raquítica y machacada soledad.
   He sido su esclavo durante todo este tiempo sin darme cuenta de absolutamente nada. He estado viviendo una linda mentira. Un tiempo en el que han convivido mis manías y sus deseos, mis pensamientos y sus sueños, mis miedos y su felicidad.
   No me apetece contar la historia detalladamente, porque sería abrir más una herida que jamás se cerrará; un resumen de ello será más que suficiente; aun así, empezaré por el principio.

   La monotonía de mi rutina me tenía totalmente asqueado y ese día volvió el dinamismo a mi vida. Recuerdo cómo mi hermano Ángel y yo nos dirigíamos a casa de mi padre; cuestión de negocios. No esperaba nada que se saliera de lo común y sin embargo, la vi. Ella. Ella y su dulce, delicada y tierna sonrisa. Era la nueva profesora de piano de la hija de mi padre y se quedaba allí por unos meses. Si tan solo pudierais haber visto cómo se deslizaban sus melodiosos dedos por cada una de esas enormes piezas…
   La primera vez que la vi, su belleza eclipsó mi miedo al compromiso y fue algo recíproco: me enamoré de ella y ella se enamoró, pero no de mí. Pobre ingenuo.
   Los días pasaban y mi estado de éxtasis era continuo cada vez que me cruzaba con ella o sentía su presencia cerca de mí. Siempre le pedía a Ángel que me acompañase a la casa de nuestro padre y él siempre accedía; la verdad es que siempre me tuvo muy consentido, ya se sabe que la obligación de los hermanos mayores es la de ser protector de los pequeños. Y así, día tras día, visitábamos a papá y, cuando Katie terminaba de dar sus clases, siempre nos íbamos a dar un paseo por el jardín y a refrescarnos con la fuente que allí había. Horas y horas nos pasábamos los tres charlando, jugando o incluso había veces que pasábamos mucho rato en silencio; pero no importaba, las horas a su lado eran apacibles segundos.
   La amaba. Creedme, realmente la amaba, y podría asegurar que cada día más. Dicen que el amor es ciego y mi alma estaba tan impregnada de su ser que no me daba cuenta en absoluto de sus verdaderas codiciosas intenciones. Hizo creer que me quería y, sin embargo, lo que quería era estar a mi lado porque era la única manera de estar cerca de mi hermano.
   Jamás se lo perdonaré.

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