lunes, 23 de mayo de 2011

IES "MAIMÓNIDES". CUENTO sin título (y 2), por María López Arribas, alumna de 2º de bachillerato

   Él lo sabía. Intuía sus felinas miradas y sus gestos, y, a la vez que la rechazaba, me hacía creer que ella me pertenecía y me animaba a que intentara expresarle mis sentimientos. Sí, se estaba riendo de mí, y yo, como un maldito inocente, me lo creía todo.
   Mientras que yo intentaba buscar por todos los medios alguna manera de poder decirle a Katie lo que sentía, ella lo intentaba con Ángel; pero este, al igual que de mí, se reía de ella y la ignoraba un día tras otro.
   Yo sentía a Katie más unida a mí conforme iban pasando las horas; se interesaba por mi familia, qué era lo que más nos gustaba hacer, cuáles eran los motivos de la separación de mis padres; todo. Ella me quería, debía de quererme, al menos eso pensaba yo.
   Hasta que un día se descubrió todo.
   Era mi gran día, era mi primera cita con Katie. El mundo se había vuelto perfecto.
   Me había citado en una casa cuyos dueños eran parientes suyos y estaban de viaje. Yo, ella, solos. Nada podría ir mejor.
   Tan solo faltaban cinco minutos para comenzar el gran momento. Iba hacia la casa radiante de alegría, con un ramo de flores en la mano y repartiendo sonrisas. Las calles se hacían cada vez más largas y parecía que jamás iba a llegar a aquel portal cuya puerta me llevaría al paraíso más absoluto. Y allí estaba yo, enfrente de aquella casa, temblando de arriba abajo, pensando cuáles iban a ser mis primeras palabras al ver a aquella dulce niña. Pero el miedo no podía impedirme seguir adelante, esta vez no, tenía que hacerlo, no podía fallar ahora, estaba consiguiendo lo que tanto tiempo había buscado; así que me armé de valor, atravesé aquel jardín lleno de flores y me decidí a abrir la puerta.
   El mundo se volvió totalmente negro.
   Mis ojos ardieron. Se apareció ante mí la imagen más terrorífica que jamás nadie haya podido imaginar. Estaba todo limpio e intacto, pero el aire que se respiraba allí olía a puro infierno.
   Era Ángel. Estaba totalmente inmovilizado boca arriba encima de una mesa y cada cinco segundos le caía una pequeña gota de agua en su cerebro. Le estaban volviendo loco. Con los ojos desorbitados me acerqué a él, estaba amordazado y no podía darme ninguna instrucción; fue en vano cualquier intento de apartarlo de allí, pues las cadenas que rodeaban todo su cuerpo estaban tan incrustadas en su carne que era mejor dejarlas donde estaban para no provocar más dolor del que ya provocaban. Sus ojos imploraban ayuda, al mismo tiempo que piedad y arrepentimiento; y tal era su impotencia, que aunque un trozo de vida se le iba en cada sonido o movimiento que intentaba hacer, emitía gemidos muy extraños, como queriendo decir algo, hasta que me percaté de la nota que había a sus pies.
   Afortunadamente, tenía dos opciones pero, hiciera lo que hiciera, mi hermano moriría.
   Podía dejar que las gotas de agua le volvieran loco sin ninguna posibilidad de sacarlo de allí y que al poco tiempo le diera un paro cardíaco ante tal tortura psicológica, o yo mismo con el cuchillo que había al lado de la hoja podría acabar con su sufrimiento. Venganza, despecho, crueldad, insensibilidad… llamadlo como queráis. Todo había sido obra de Katie.
   Horas antes de nuestra cita, había estado con Ángel. Esta le había abierto su corazón de par en par, se había entregado totalmente a su ser, estaba completamente loca de amor. Sin embargo, sus intentos de amor fueron fallidos; Ángel la rechazó sin ningún problema y sin ningún tipo de remordimiento. Minutos después, con los ojos ensangrentados, los dientes fuertemente apretados, y sus ojos y cejas ligeramente inclinados, me citó en aquella casa.
   Me es totalmente incognoscible cómo fue capaz de traerlo hasta esta casa, ni cómo lo ató, ni cómo tuvo una mente tan macabra para hacer algo así, absolutamente nada. Tampoco me importa. Lo único que sé es que tenía dos opciones y que mi nombre se vio manchado de mi propia sangre. Pero en realidad solo tenía una sola opción. Era algo insoportable: mientras él estaba siendo torturado, era yo también maltratado ante tal situación; ante tal rabia de ver cómo le habían robado su vida sin ningún criterio.
   Todos piensan que asesiné a mi hermano porque Katie estaba enamorado de él. ¿Y ahora? ¿Qué se supone que va a ser de mí ahora?
   Dicen que soy un asesino. Y pagaré por mis pecados como es debido, pero es ella quien ha llenado de miseria mi vida, ha matado mi alma, ha matado mi sensibilidad, ha matado mis sentimientos. Yo tan sólo quería hacerla feliz y la cegadora visión que tenía de ella ha provocado que la melancolía de mis manos haya cometido algo que estaba completamente fuera de su alcance.
   Ha llegado mi final. Y aun sabiendo que me quedaban escasos minutos para escuchar mi último aliento, sólo he podido llenar estos folios de lágrimas y de resignación.
   Ahora puedo ver en este espejo cómo la muerte está postrada justo detrás de mí emitiendo una aterrorizadora sonrisa. Puedo sentir cómo acaricia con su brisa mi desfigurado rostro y cómo levemente está levantando una mano llena de sangre hacia mi sien. Dicen que ves tu vida cual una película segundos antes de morir; en mis recuerdos sólo está el dolor lancinante que desprendían los ojos de mi hermano.
   Se acabó mi tiempo.
   Todos estamos locos.

No hay comentarios: