Tempestades de música
El ambiguo final de la última de las obras de Shakespeare remata la larga relación del autor con la música, con un emblema: la mascarada que concibe Próspero, su melancólico ‘alter ego’
En La tempestad, la obra final de Shakespeare y la más melódica (en todos los sentidos), Ariel, espíritu del aire, encarna la música pura. Que sin embargo puede usarse para fines impuros. Cuando canta la célebre “Full Fathom Five”, lo hacer para engañar a Fernando y convencerlo de la muerte de su padre en el naufragio que desencadena la trama.
A cinco brazas yace tu padre, / coral se tornaron sus huesos. / Mira las perlas que fueron sus ojos: / nada suyo se desvanece, / cambia bajo el mar y se convierte / en tesoro de riqueza extraña…
En su brillante ensayo sobre la obra, El mar y el espejo, Auden dijo que el efecto de la canción era “directo, positivo y mágico”. La música de Ariel no sólo ilustraba un estado de ánimo previo; lo transformaba: “Gracias a la música Fernando es capaz de aceptar el pasado, simbolizado por su padre, como pasado”. Todos estos efectos dependerán del talento de Ariel como cantante,porque mediante su voz expresa que es más que un humano, más que un personaje y que un músico: Ariel es la música.
Pero la canción miente: Alonso no ha muerto, y todo es parte —como bien sabe el público— de los tejemanejes de Próspero para casar a Fernando con su hija Miranda. Esto hará reflexionar al espectador, dividido entre la belleza de la música (y la tentación de dejarse arrastrar por ella, como el propio Fernando) y la incómoda conciencia de ser víctima de una manipulación. La condición ambigua y peligrosa de la música para Shakespeare queda establecida ya en la propia letra.
A su vez, el final de la obra remata la larga relación de Shakespeare con la música, con un emblema: la mascarada que concibe Próspero, su melancólico alter ego, para consagrar los esponsales de Fernando y Miranda. Es su acto supremo de magia. Y está construida para progresar hacia un clímax musical que es también el de la pieza. Pero el apogeo de danzas y cantos fantasmales se disuelve, frustrante, antes de ser consumado (“en extraño estruendo confuso”). Próspero nos recuerda que los intérpretes de la mascarada “eran espíritus / y se disolvieron en el aire”. Y compara su “mascarada insustancial” (y consecuentemente la mascarada mayor que es la pieza misma y que contiene a su vez el breve momento de teatro dentro del teatro) con “el gran globo mismo, que se disolverá un día”. Es un recuerdo de las limitaciones de su magia —su música— y conciencia de su inutilidad final.
En el discurso de despedida de Próspero, que se enfrenta a su futuro lejos de la isla, muchos críticos han visto al propio dramaturgo ‘poseyendo’ a su personaje y usándolo para decir adiós: adiós a Ariel, y con él a la música, y a la magiaY resulta justo que Where the Bee Sucks, la última canción de Ariel —la última de la última obra de Shakespeare— abunde en ese sentido y señale su despedida.
Donde liba la abeja, allí libaré. / En el cáliz de la prímula dormiré, / allá tendido cuando ululen los búhos. / Volaré sobre el murciélago / alegre en pos del verano. / Alegre, alegre he de vivir / bajo las ramas floridas.
En justicia, Ariel se despide antes de tiempo: aún no ha cumplido su última misión para su amo, todavía no ha terminado la pieza, ni acabado Próspero con sus enemigos. Durante el positivista siglo XIX, los montajes de La tempestad desplazaron esta canción para situarla al final, como postizo remate optimista. Pero justo lo interesante es que sólo entonces, liberado por Próspero, Ariel deja de cantar para algo: ya no usa la música para modificar conductas o emociones. Por primera vez, en su última canción Ariel canta sobre sí mismo.
El final de La tempestad es ambiguo: no todos los malvados se arrepienten, Próspero se enfrenta melancólico a su futuro lejos de la isla mágica. Y separado de Ariel, que recupera su libertad y hace mutis con una indiferencia y casi un exceso de alegría muy elocuentes como respuesta a la bendición de despedida de Próspero —un discurso en el que muchos críticos han visto al propio dramaturgo poseyendo a su personaje y usándolo para decir adiós: adiós a Ariel, y con él a la música, y a la magia.
Y ahora, valiente espíritu / para ti siglos de audacia y música…
Javier Montes ha publicado el ensayo Shakespeare y la música (Glossa/Círculo de Lectores) y las traducciones de Coriolano (Alba), El rey Lear y Cimbelino (Gredos). Las versiones incluidas en el texto son suyas.
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