Un escritor enemigo de su propia obra
Desaparecido hace tiempo de la escena literaria, nos llegan, pocos meses después de su muerte, las poesías completas de Carlos Sahagún, el gran tapado de la generación del 50
De pie, Ángel González, Carlos Barral, J. M. Caballero Bonald. Sentados, Carlos Sahagún, Francisco Brines, José A. Goytisolo y Claudio Rodríguez, en Oviedo en 1987. Antonio Suárez para el libro ‘Encuentros con el 50’
Siendo la egolatría tan frecuente entre poetas, sorprende el caso de Carlos Sahagún (Onil, 1938-Madrid, 2015), de cuya aparente inexistencia socioliteraria no tienen la culpa ni críticos torpes ni poetas envidiosos. Fue él quien se esforzó en desaparecer, y eso que con solo diecinueve años había obtenido el premio Adonáis con Profecías del agua, libro iniciático que encabeza esta reunión de sus poesías completas. En rigor, no lo son, pues con buen criterio no figura en ellas Hombre naciente (1955), que publicó apenas adolescente y cuyos sonetos están colonizados por la retórica de Miguel Hernández.
Excluida esa plaquette, sus dos primeros libros son Profecías del agua (1958) y Como si hubiera muerto un niño (1961): ambos hacen de su autor quizá el principal poeta de la infancia de entre los de su tiempo histórico. Pero el niño de la poesía sahaguniana no es el soberano de un universo arcádico, ni el adulto que recupera el estado de gracia originario y rural, al modo de Seamus Heaney en Muerte de un naturalista; ni siquiera el soñador que contempla afligido la distancia entre la vida que se intuye fuera y la sordidez cotidiana, como Martínez Sarrión en Teatro de operaciones. El niño que asoma en Sahagún es hijo de vencidos, heredero de una historia “de despojos guerreros y de hambre”, al término de la cual hay una desolación ontológica.
Hasta 1973 no publicó Estar contigo, el libro más heterogéneo de los suyos, donde junto a excelentes poemas amorosos abundan las composiciones de tema cívico y político (muerte del “Che”,Manifiesto comunista...), con algunas ingenuidades catequéticas. La muerte de Franco produjo al menos dos poemas que valen por ellos mismos. Uno es ‘Corona fúnebre’, de José Ángel Valente, publicado en Cuadernos de Ruedo Ibérico (1975) y no recogido en Punto cero. El otro es de Sahagún: se titula ‘Epitafio sin amor’ y pertenece a Estar contigo. En él refiere (¡en 1973!) los efectos de la muerte del dictador como si ya hubiera sucedido: “Mientras vivió, permaneció en lo alto. Hoy quedan / retratos pisoteados, libros y panegíricos, / y algo como un horror en la conciencia / colectiva”...
En 1979 apareció Primer y último oficio, parte del cual había anticipado en la reunión de su obra Memorial de la noche (1976). A pesar de valerle el Premio Nacional de Poesía, fue entonces cuando decidió desaparecer. Se trata del mejor libro de los suyos, por su densidad verbal, el abismamiento psíquico y su belleza atribulada. Ensimismado en su desolación como Gamoneda, aunque más contenido en la dicción y sin su tono oracular, Sahagún es también ajeno al burbujeo léxico y la ironía habituales en los del medio siglo a los que, a pesar de su juventud, se le asimila (cuando intenta esa entonación, como en ‘De la vida en provincias’, la ironía se agría y termina en sarcasmo).
Por su aflicción psíquica y su severidad mate, casi opaca, esta poesía tiene pocos precedentes en la literatura española, en que la desesperación suele verbalizarse mediante el desgarrón interjectivo, a veces aspaventero. Paradójicamente, la pesadumbre de Sahagún embriaga al lector con la tenuidad de su música, especialmente en esos romances eneasílabos donde se alían levedad de forma y gravidez de concepto. En ‘Final de fábula’, cuyo arranque recrea el planto de Pleberio de La Celestina (“¿Y para quién construí navíos?”), va desvelando el engaño existencial a medida que discurre hacia un final donde la interrogación del inicio se aboca a una enunciación que congela el aliento: “Hoy hemos visto en el silencio / del mar su término terrible: / los navíos no zarparán, / las islas remotas no existen”.
Aunque durante mucho tiempo Sahagún se negó a publicar obra nueva y hasta a reeditar la publicada, sabemos que continuó escribiendo, como lo evidencian los 28 poemas inéditos que cierran este volumen, en la línea de Primer y último oficio: “Hasta la orilla hemos llegado, / hasta donde el caballo se para / por miedo tal vez. Esa puerta, / enmarcada en el aire puro, / ¿da a los establos o a la muerte?”. Mientras los fue componiendo, pensó titularlos El lugar de los pájaros; pero en el manuscrito que ultimó antes de morir sustituyó ese título por el mucho más neutro de Últimos poemas (1978-2000). Fue su última lección de estilo.
Poesías completas (1957-2000). Carlos Sahagún. Renacimiento. Sevilla, 2015. 276 páginas. 19 euros
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