El plagio de las olas
La versión solvente del fragmento de Heráclito sostiene que nadie se baña dos veces en el mismo río; la glosa irreverente lo expresa de otra manera: nadie se ríe dos veces en el mismo baño. Ningún poeta escribe dos veces el mismo verso aunque el mar (el Mediterráneo andaluz, desde Pulpí a Tarifa) sea idéntico.
El Mediterráneo aforístico de Rafael Pérez Estrada es el mar claro de los Sagaces frente al boscoso de los Sargazos. “Toma el agua la imagen y la devora en su fondo”; “la lluvia sobre el mar es asonante” o, el más haraclíteo de todos, “el espejo es una instantánea del río”. Solo a veces el mar de Pérez Estrada imagina una forma de estabilidad: “A la decisión en el mar se le llama ancla”. La orilla solo transmite una falsa impresión de redundancia: “Las olas son aliadas del plagio”.
Manuel Alcántara, aliado él mismo de Pérez Estrada, prefiere bañarse en la ignorancia, que nunca es la misma: “No sabe el mar que es domingo. / Se revelan, inmortales, / las olas a cuerpo limpio. / Cada vez que muere alguna / la misma ocupa su sitio”. El Mediterráneo es para Alcántara el papel pautado donde escribe o presiente la supresión tranquila de la vida. Y si el mar abjura o se retracta, cabe siempre buscar sus restos en el fondo: “Por la mar chica del puerto / andan buscando los buzos / la llave de mi recuerdo”.
El mar, las llaves y las cerraduras submarinas. Es decir, el mar secreto de los buzos. José Carlos Rosales lleva batiendo los fondos mediterráneos desde que en 1988 publicara El buzo incorregible. “Yo diría que el mar es la historia o el pasado, lo que se olvida o se entierra o se menosprecia, lo que está sumergido; lo desconocido o lo que no se quiere conocer; lo triturado y destruido, como la arena; de ahí su oscuridad, de ahí su deseo de hacerse notar, su movimiento y su ruido, su fuerza ciega o su amenaza siempre latente…”
El Mediterráneo es para Alcántara el papel pautado donde escribe o presiente la supresión tranquila de la vida. Y si el mar abjura o se retracta, cabe siempre buscar sus restos en el fondo: “Por la mar chica del puerto / andan buscando los buzos / la llave de mi recuerdo”El mismo mar siempre distinto. El Mediterráneo de Ángeles Mora es un estado de ánimo: “Para descansar, amar, soñar, leer o escribir siempre he preferido el mar. El mar no sólo se vive, sino que se escucha. Y cada año se comprende más el verso de Valèry: La mer, la mer, toujours recommencée”. Aunque el mar de Ángeles tiene un habitante secreto, Corto Maltés: “Querido amigo Corto: / Usurpo el brillo de tus ojos / tu corazón de niebla para explorar la isla. / Haremos un concurso de destreza / en los acantilados y tú te dejarás ganar / —eso dirás al menos— / sólo para besarme”.
María Victoria Atencia, arrullada en el mar de Málaga, afina su búsqueda: “Bajo mi cama estáis, conchas, algas, arenas: / comienzan vuestro frío donde acaban mis sábanas”.
Teresa Gómez ha encontrado en esas aguas un tratado de filosofía que, como el Libro de arena, es infinito: “En la poesía en general, y muy en particular en la poesía andaluza, el mar no es solo un recurso estilístico. Cuestiones metafísicas, existenciales, sociales, románticas, han navegado con maestría surcando las metáforas del mar y sumergiéndose en sus profundidades”.
La morfología de la costa también elige los sentimientos. La playa, un invento burgués del siglo XVIII, aloja los recuerdos remotos y felices: “Es otro el mar que vimos / desde aquella glorieta, / desde aquella constancia con que partir el año / a finales de junio / y huir de la ciudad con su reloj / y el tiempo”, escribe Luis García Montero.
Pero a veces no hay arena donde extender la memoria sino roquedal, rompeolas escueto, pequeños finisterres donde dispersar el cansancio o la derrota. Como el Troppo mare de Javier Egea, en la Isleta del Moro: “Es así que el amor, el viejo amor, / el pobre amor tan viejo, tan torpe, tan cansado, / mira hacia el mar, entorna los postigos / y se tiende y reposa”.
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