El conflicto es el mismo desde los presocráticos: cambia el conocimiento y las filosofías se adaptan. / ERICH SCHREMPP (GETTY IMAGES) ("El país")
Donde rayan ciencia y filosofía
Científicos y pensadores buscan juntos respuesta a interrogantes sobre la naturaleza humana
La ética está más viva que nunca debido a los avances tecnológicos
ISABEL LANDA LÓPEZ 30 OCT 2012
En cierto modo, el ser humano es química. Moléculas, tejidos, corazón, cerebro. Vive en un mundo global acelerado donde el conocimiento del mundo subatómico rige los avances tecnológicos más importantes de la historia. Pero la naturaleza humana sigue planteando los mismos interrogantes que ya se hacían los filósofos presocráticos sobre los fundamentos de la vida. ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Qué es el hombre y cuál es su singularidad? En eso, el mundo no ha cambiado ni un ápice.
Hoy más que nunca la filosofía y la ciencia tienen que volver a ser como lo fue en la época de Aristóteles y Platón, las dos caras de una misma moneda. ¿Son los científicos los filósofos del siglo XXI? Es una cuestión en la que no hay una opinión unánime. Pero la filosofía, en su lado más práctico, lo que se conoce como la ética, está más viva que nunca porque es ahora, con los avances de la tecnología y la ciencia, cuando se necesita de su mediación en temas como la bioética, la eutanasia o el aborto.
“Hoy en día las cuestiones morales de qué hacer o cómo vivir son tan acuciantes como siempre. Porque una cosa es lo que técnicamente se puede hacer y otra lo que moralmente se debe hacer. Se trata de saber cómo administrar el enorme poder que la ciencia y la tecnología han puesto en manos del ser humano”, opina Tomás Calvo, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y presidente honorario del Instituto Internacional de Filosofía.
Los filósofos presocráticos eran observadores de la naturaleza pero los científicos hoy también lo son. Eran algo así como actualmente entenderíamos la conjunción entre un filósofo, Daniel Dennet, por ejemplo y un científico como Anton Zeilinger. Este último, de la Universidad de Viena, ha liderado recientemente un experimento en Canarias sobre el teletransporte; la transmisión de un estado cuántico de unas partículas, normalmente, fotones de luz, entre dos puntos que, en principio, pueden estar tan lejos como se desee.
Los antiguos filósofos constataban un hecho y luego hacían reflexiones sobre el mismo. La diferencia es que ahora nos encontramos con planteamientos más sofisticados como el teletransporte, que suena a ciencia ficción.
En Barcelona se planteó recientemente un debate interesante en el que participaron Zeilinger y el matemático Simon Kochen. Fue un momento de “unidad total” entre ciencia y filosofía, reconocen los participantes. El moderador, el filósofo Ulises Moulines, preguntó: ¿Qué es lo que se teletransporta realmente? ¿Puede haber tal acción a una distancia determinada? “El filósofo hace el planteamiento porque el experimento es muy espectacular, pero ¿qué es lo que realmente se teletransporta? La respuesta pudo o no ser clara pero solo con que se formule ya es importante porque plantea una cuestión de base”, dice un testigo del debate. Es decir, la teletransportación de Zeilinger obliga al filósofo a preguntarse si efectivamente se ha modificado la visión que tenemos de la naturaleza.
Hasta principios del XIX no hubo distinción entre filosofía y ciencia. Los filósofos eran científicos y los científicos filósofos. En las ágoras se departía tanto de la naturaleza humana como de astronomía. Después, durante un tiempo, filosofía y ciencia estuvieron realmente diferenciadas. “Pero ahora muchos filósofos están justo en el centro del quehacer científico. Estamos volviendo a los antiguos”, opina el estadounidense Daniel Dennet, uno de los filósofos de la ciencia más destacados en el ámbito de las ciencias cognitivas, especialmente en el estudio de la conciencia.
El Congreso Internacional de Ontología celebrado a primeros de octubre en San Sebastián y posteriormente en Barcelona, organizado por la UPV, la UAB y la Fundación Paidea Galiza, entre otros organismos, se convirtió durante unos días en un gran foro de debate entre la ciencia y la filosofía. El objetivo no era otro que confrontar las viejas interrogantes anteriores a los griegos entre filósofos eminentes e interpelando a algunos de los científicos que han sido protagonistas de los mayores avances en los últimos años en esta aventura filosófica a la que se ve abocada la ciencia contemporánea tal y como han señalado algunos expertos.
Hay quienes creen que los científicos les ponen a los filósofos los pies en la tierra. “A veces los filósofos hablan como eruditos y en ocasiones la filosofía no se entiende porque peca de erudición. Los presocráticos no eran eruditos, empezaron de cero. Por eso, los científicos en estos momentos tienen algo de presocráticos; ellos miran la naturaleza, la condición humana, observan y sacan sus conclusiones sin citar a nadie. Los científicos nos ayudan a los filósofos a ser claros y a plantear las cosas casi ingenuamente”, explica Víctor Gómez, catedrático de Filosofía de la UAB y miembro de la organización del congreso. “Este encuentro internacional es como le hubiera gustado organizarlo a Aristóteles”, bromea Gómez.
¿Cuál es el propósito de juntar en un mismo espacio a algunos de los mejores científicos y filósofos del mundo? “La filosofía siempre se ha apoyado en la ciencia, pero no se trata de hacer reflexiones sobre la ciencia sino de servirse de ella para responder viejas cuestiones filosóficas sobre el origen del hombre”, explica Gómez. En definitiva, se trata de recuperar esa unidad entre filosofía y ciencia pero no sacrificando esta última. “Jerárquicamente la pregunta superior es la filosófica. Los científicos son la base que permite a la filosofía trabajar sobre suelo firme”, añade.
Para los expertos es necesario recordar que la filosofía tiene viejísimas interrogantes que nunca ha abandonado. Hoy en día, en la emergencia de una nueva filosofía natural desempeñan un papel determinante otras disciplinas, como la genética, la paleontología o la neurobiología, imprescindibles según los argumentos que han aflorado durante el Congreso Internacional de Ontología para dar respuesta a las eternas interrogantes filosóficas sobre la naturaleza humana y que complican ecuaciones nuevas en torno a la bioética, por ejemplo.
“Estas disciplinas son indispensables pero no son suficientes”, dice Dennet. ¿Qué falta entonces? “Lo relativo al concepto de cultura. Estas ciencias dan cuenta de buena parte del comportamiento evolutivo. Pero no van más allá. Dan cuenta del marco en el que surge la cultura pero no dan cuenta de la evolución cultural y de los valores existentes en cada país”, cree Dennet.
Se trata de la interacción entre la ciencia y la filosofía. “La jerarquía está clara; la filosofía legisla y la ciencia le ayuda. Los problemas de la filosofía son los problemas eternos del hombre, ahora la disciplina que ignora la ciencia simplemente es ciega, se priva de los instrumentos para abordar los problemas”, opina otro filósofo.
Francisco J. Ayala, ponente y homenajeado en el congreso por su fructífera carrera, dice que hoy en día no se puede hacer filosofía sin tener un contexto científico. “La ciencia nos hace entender lo que somos. Los científicos y los filósofos deben tener un diálogo a dos bandas; hay muchos científicos que se dan cuenta ahora de las implicaciones filosóficas de la ciencia, pero a la mayoría no les interesa”, opina uno de los más prestigiosos científicos españoles en actividad. “Para hacer filosofía, hoy en día, hay que tener en cuenta los avances de la ciencia y para ver las implicaciones de la ciencia hay que filosofar”, opina Ayala.
Para Dennet, la ciencia y la tecnología han avanzado a un ritmo vertiginoso. A la pregunta de si el hombre es capaz de asimilar estos cambios y a la vez seguir buscando respuestas sobre la condición humana, cuestiones que ya preocupaban a Platón, responde: “Sin duda, cada generación empieza unos pasos más allá. Mis estudiantes, cuando llegaron a la universidad, entendían cosas sobre el cerebro que nadie entendía cuando yo era un estudiante. Ellos podían empezar con detalles de la fisiología del cerebro que ni siquiera existían en el año 65”.
¿Qué es el hombre? ¿Cuál es su singularidad? Actualmente, para responder a estas cuestiones hay que servirse de la ciencia para avanzar. Los griegos ya se preguntaban por las leyes del orden natural, pero ellos mismos a la vez que exploraban tenían un discurso filosófico. “Hoy se ha perdido el lazo pero hay que recuperarlo. La pregunta fundamental sigue siendo la filosofía, es decir, cómo es el mundo y cómo es hombre”, plantea Gómez.
Frank Wilczek es un físico estadounidense de origen polaco e italiano, Premio Nobel de 2004. Desde pequeño una curiosidad insaciable le llevó a interesarse por la ciencia, la religión, incluso la magia, hasta que se dio cuenta de que esta última era “fundamentalmente truculenta” y no aportaba “ninguna verdad”. Encontró en la ciencia fundamental un modo de ir creciendo hasta convertirse en un científico notable. Es de esos físicos que se apoyan en la filosofía para encontrar más sentido a sus respuestas. “Ahora hay una gran especialización que impide apreciar la visión de conjunto y es importante que la gente aprecie como la ciencia expande la imaginación”, explica Wilczek.
Este científico está convencido de que conocer la opinión de los filósofos estimula a abrir el horizonte de preguntas que en su caso realiza en el campo de la física y a cambiar muchas veces de rumbo en sus planteamientos.
Para algunos científicos se podría decir que la imagen de lo que es el ser humano y el lugar que ocupa en el universo ha cambiado con la ciencia porque esta ya no toma al ser humano como la medida de las cosas. Lo que impera es un mundo a escala microscópica y macroscópica.
“La mayoría de las filosofías de hoy son ensimismadas e inútiles”
El filósofo e historiador de origen peruano Alberto Cordero es profesor de la Universidad de Nueva York (CUNY).
Pregunta. ¿Cómo es la relación entre ciencia y filosofía?
Respuesta. Hoy hay tantas filosofías como propuestas artísticas y religiosas, la mayoría ensimismadas, autocomplacientes y correspondientemente inútiles. Algunas, sin embargo, me parece que tienen gran legitimidad y vigencia, por ejemplo, el naturalismo, un proyecto contemporáneo que enfatiza la continuidad entre las ciencias y la filosofía. Para los naturalistas, disciplinas como la metafísica, la epistemología y la ética tienen hoy gran utilidad, pero como propuestas teóricas falibles y contingentes, similares en esto a las mejores de la ciencia empírica. Según el naturalismo, la filosofía puede buscar conocimientos más abstractos que los normalmente apetecidos por los científicos, pero no de nivel más alto o más seguro.
P. La naturaleza humana sigue planteando viejas interrogantes en un mundo donde la ciencia va muy rápido. ¿Cuál es el papel de la filosofía en este sentido?
R. La ciencia cuestiona, a veces incluso desmantela, presupuestos de la metafísica, la epistemología, la ética en curso. Por ejemplo, la biología evolutiva cuestiona la idea tradicional de que el origen y desarrollo de la vida no se puede entender sin la mediación de un diseñador inteligentísimo. Los científicos, pues, reabren hoy en día constantemente cuestiones filosóficas. A su vez, la filosofía, cuando está debidamente informada, ayuda a aclarar y, en muchos casos también corregir, los aportes filosóficos de las ciencias.
P. ¿Es la ética de la ciencia distinta de la de otras instituciones?
R. La ciencia contemporánea es una entidad compleja, hecha de muchos proyectos. Por un lado es un estilo de pensamiento y búsqueda de conocimiento. Por otro, es una red de instituciones, cada una con variados tipos de afiliaciones y relaciones con diversas componentes de la sociedad. En cada disciplina científica las consideraciones éticas varían de acuerdo a los fines e hipotecas sociales de la institución. Hay proyectos científicos eminentemente filosóficos (como los de Wilczek y Dennett); los hay eminentemente utilitarios (las investigaciones dirigidas por empresas con fines de lucro); la mayoría de proyectos se sitúan entre ambos extremos (como los de Zeilinger en informática cuántica). En la ciencia la justificación descansa en evaluaciones falibles, ayudadas por metodologías aprendidas, sobre todo desde el siglo XVII.
P. ¿Cómo debería hacerse cumplir la ética de la ciencia? ¿Por los científicos, por la sociedad?
R. Tanto los científicos como la sociedad necesitamos mantenernos moralmente alerta acerca de la investigación. En las ciencias puras no todo es color rosa. Si bien en ellas las investigaciones y descubrimientos son en general inocentes, las acciones humanas que las acompañan no siempre lo son. Aplicados o puros, los científicos no son ajenos a la soberbia, la envidia, la codicia, el oportunismo, el apresuramiento o la mentira. La tecnología médica actual abunda en procedimientos y fármacos de dudosa efectividad (por ejemplo, el uso del factor PSA en urología, o la aprobación de nuevas drogas que resultan ser menos eficientes que otras en existencia y mucho más baratas). En otras áreas la situación es peor, por ejemplo en economía y educación, donde aplicaciones basadas en teorías deleznables se institucionalizan impunemente. Una obligación de los periodistas y el público educado es ayudar a descubrir fraudes en los centros de actividad científica y tecnológica.
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