Tiergartenstrasse es una calle berlinesa especialmente significativa para los amantes de la música. En su número 1 se levanta el Musikinstrumentem-Museum, con su magnífica colección de 3.500 piezas, una de las mejores de Europa, y en el edificio adyacente, en la esquina de la Herbert-von-Karajan-Strasse, se encuentra la Berliner Philarmonie, una de las salas de concierto más importantes del mundo, sede de la reputadísima orquesta homónima.
Sin embargo, cuando uno desciende en la parada de autobuses de la Philarmonie, si observa el pavimento a sus pies no encuentra ningún memento artístico ni lo recibe la música de las esferas, sino que advierte una placa que le recuerda otro tipo de banda sonora, la del infierno nacionalsocialista.
La leyenda de la placa reza así:
«EN HONOR DE LAS VÍCTIMAS OLVIDADAS. En este lugar de la calle Tiergarten 4 se organizó, a partir de 1940, el primer asesinato en masa del gobierno nacionalsocialista, conocido como “Acción 4” por el nombre de esta dirección. Entre 1939 y 1945 fueron asesinados casi 200.000 seres humanos indefensos. Sus vidas fueron calificadas de “indignas de ser vividas” y su asesinato se llamó “eutanasia”. Murieron en las cámaras de gas de Grafeneck, Brandeburgo, Hartheim, Pina, Bernburg y Hadamar. A unos los mataron pelotones de ejecución y otros sucumbieron de inanición o envenamiento planificados.
Los perpetradores fueron científicos, médicos, cuidadores y miembros de la Justicia, la Policía y la administración de Salud y Trabajo. Las víctimas eran pobres, desobedientes, estaban desesperadas o necesitaban ayuda. Venían de clínicas psiquiátricas y hospitales infantiles, de residencias de ancianos y centros de asistencia, de hospitales militares y campos de reclusión. Las víctimas fueron muchas; los perpetradores condenados, pocos».
Judíos en Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial (CC)
Los que sobraban, del historiador Götz Aly, relata este episodio capital, a menudo oscurecido, de la demonología nacionalsocialista. El subtítulo escogido por Crítica para la edición española es suficientemente explícito:Historia de la eutanasia social en la Alemania nazi 1939-1945.
Como diáfano es el texto de la placa mencionada, redactado por el propio Aly y por Klaus Hartung con motivo de la inauguración del monumento el 1 de septiembre de 1989, medio siglo después de la invasión de Polonia por la Wehrmacht que marcó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Radiografía implacable del terror, pero de un terror humano, tangible, construido con nombres y apellidos, no de un terror operístico o fantástico, el espanto que provoca la lectura de Los que sobraban emana de que el relato de lo sucedido admite una lógica fría y precisa, tan habitual por otro lado tanto en la cosmovosión como en la ejecutoria nacionalsocialista, pero sobre todo del hecho, imposible de ignorar, de que su puesta en marcha, por no mencionar su concepción, implicaron a un nutrido conjunto de agentes que por acción u omisión aceptaron que estos acontecimientos tuvieran lugar.
No es habitual que un historiador confiese motivos personales para la redacción de un libro. Aly lo hace partiendo de una circunstancia sufrida en carne propia, y que lo acompaña desde 1979. Ese año fue padre de una niña, de nombre Karline, quien poco después de nacer padeció una infección por estreptococos que le provocó primero una encefalitis y más tarde una lesión cerebral grave.
Prisioneros judíos durante la Segunda Guerra Mundial (CC)La hija de Aly, cuya vida, como su propia padre confiesa, no es fácil, «necesita ayuda, pero ríe y llora, demuestra felicidad y mal humor, le gusta la música, la buena comida, en ocasiones alguna cerveza y recibir invitados». Esta niña, cuyo destino en la Alemania estudiada por su padre hubiera sido la «muerte de gracia», es la que condujo a Aly al tema de los «asesinatos por eutanasia», del cual Los que sobraban es el resultado depurado de tres décadas de investigación.
Los que sobraban constituye pues un estudio acerca de la responsabilidad colectiva e individual en tiempos oscuros, acerca de la necesidad de la memoria como exhumación y restitución. También como testigo de cargo. Al lector español, tan acostumbrado a las operaciones de reconciliación nacional y al gusto por «pasar página», quizá le sorprenda el empeño notarial con que Aly da nombres y apellidos de los verdugos, rastrea sus vidas, desmenuza sus rastros, señala con el dedo sus decisiones, sus hechos, sus culpas.
En ese sentido, Los que sobraban es un libro demoledor por el daño que apunta y por el mundo de sombras que revela, y prepara el camino para una tesis sugestiva.
La tesis de Aly es que la Acción T4 remata lo que podría denominarse el «periodo autoagresivo» del nacionalsocialismo. Ese periodo comenzaría antes de la guerra, con la esterilización forzosa de 350.000 alemanes durante la década de los 30, culminando con el exterminio físico de los débiles de cuerpo y de mente. La propuesta de Aly es que una sociedad capaz de infligirse a sí misma semejantes heridas acaba por embrutecerse y se prepara para ser agresiva hacia el exterior.
Si la sociedad ha perdido el escrúpulo hacia sus connacionales, al punto de admitir la supresión de quienes se han convertido en «cargas onerosas», qué se puede esperar de esa misma sociedad cuando sus órganos punitivos apunten hacia un enemigo ajeno. Aceptado el asesinato de los camaradas, el terreno queda abonado para sembrar en las conciencias crímenes incluso más vastos sin encontrar resistencias significativas.
Dicho de otro modo: «Si había gente que consentía que su tía esquizofrénica muriera en la cámara de gas o que su hijo de cinco años con parálisis espástica recibiera una inyección letal, tampoco le preocuparía el destino de los judíos aislados por ser enemigos del mundo y la nación, ni le importaría que dos millones de presos soviéticos murieran de hambre en seis meses para que los soldados alemanes y sus familias tuvieran más comida».
La relación coste-beneficio vertebró esta política de exterminio enmascarada bajo los eufemismos de redención, muerte asistida y eutanasia. Dentro del marco de la praxis nazi, el lenguaje fue a menudo una instancia taumatúrgica, como Victor Klemperer demostró en LTI: la lengua del Tercer Reich.
En el invierno de 1942, mientras el curso de la contienda comenzaba a cambiar de modo dramático para los intereses alemanes, Ernst Jünger fue muy sincero al reflexionar acerca de la actuación de su país durante la guerra en curso: «El Imperio de la Muerte es como un cuarto trastero: todo lo que resulta incómodo y difícil se esconde allí para que no vuelva a salir jamás».
Los historiadores conscientes trabajan ahí: en las letrinas hediondas, en los pozos negros, en las catacumbas oscuras. La lectura de Los que sobrabanconfirma que Aly ha dedicado parte nada desdeñable de su vida intelectual a airear lo escondido en el cuarto trastero mencionado por Jünger. Y también prueba que la Historia, para merecer ese nombre, debe asumir que el pudor y el pragmatismo no pueden ser nunca, bajo ningún concepto, coartadas que legitimen las habitaciones selladas.
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