La musa inventada de Juan Ramón
El poeta se enamoró y dedicó una de sus mejores elegías a una mujer creada por dos admiradores peruanos que querían mantener relación epistolar con el Nobel
Se llamaba Georgina Hübner. Y pudo haber existido o no. Pero lo que es seguro es que Juan Ramón Jiménez se enamoró de ella por carta durante el verano de 1904 y le dedicó una de sus creaciones más brillantes, la elegía Carta a Georgina Hübner en el cielo de Lima, contenido en su poemario Laberinto (1913): “¡El amor! ¡El amor! ¿Tú sentiste en tus noches / el encanto lejano de mis ardientes voces / cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa / sollozando hacia el sur, te llamaba: Georgina?”. Georgina fue el nombre elegido por dos admiradores peruanos del autor, Carlos Rodríguez Hübner y José Gálvez Barrenechea, obsesionados por engatusar al maestro y mantener con él una correspondencia.
Un siglo después, el joven escritor Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) debuta en la novela recreando esta historia en El cielo de Lima (Salto de página). Una historia con muchos vacíos que han estimulado a este autor: “Ahí está el oficio del escritor, en llenar esos vacíos con literatura. Porque de esto se sabe poco. Solo se conservan cinco cartas: las dos primeras que manda Georgina y la primera respuesta de Juan Ramón y la última de Georgina y un fragmento de la última de Juan Ramón”. El motivo de esta correspondencia, amén del ego que pudieran tener los dos jóvenes, era bastante banal, como indica José Antonio Expósito, experto y editor del autor: “Sus libros no llegaban a Perú, así que la idea de estos muchachos, amén de enamorar al maestro, era conseguir las copias de su admirado escritor”.
Lo que está claro para los eruditos es la importancia del episodio en la vida artística y literaria del Nobel. Expósito indica que “este episodio muestra a un Juan Ramón Jiménez que ya busca a un ideal de mujer distinto a los romances que había tenido. Una mujer ideal, sensible, cultivada que a él le llenase. En cuanto leyó unas cartas tan finas y cultas quedó prendado”. Hasta el punto de dedicarle ese poema que Expósito señala como “una de las elegías más bellas de la historia en castellano”. Y esto pasó un año antes de la recaída de salud de Juan Ramón Jiménez (Moguer, 1881- San Juan de Puerto Rico, 1958) en 1905, con su vuelta al Moguer natal e inclinaciones al suicidio. Pero superada esa fase, estalló su etapa de mayor esplendor creativo entre 1905 y 1920, que dejó obras como Baladas de primavera (1907),La soledad sonora (1911) o Platero y yo (1912).
Bárcena ha aprovechado este contexto para urdir su novela. Ha estudiado la tesis del quien descubrió esta historia en España, Antonio Oliver Belmás (Cartagena, 1903-1968), poeta, crítico e historiador que primero publicó un artículo en la revista Destino en los años 50 y luego lo desarrolló: “Oliver entrevistó al trío, Carlos Rodríguez, José Gálvez y Juan Ramón Jiménez. Y las versiones entre ellos no casaban en sus detalles. Aunque sí admitían haber cogido el nombre de la prima de Carlos y haberse inspirado en ella algo, porque les parecía una mujer guapa. Pero otras versiones desmienten que existiera”. Expósito afirma que la opinión general entre los eruditos de Jiménez sobre este tema es que Georgina Hübner efectivamente existió, y que sirvió de inspiración sin saberlo para que se llevara en su nombre esta farsa. La anécdota ha sido comentada, con mayor o menor amplitud, por sus principales biógrafos como Gabriela Palau o Antonio Campoamor.
El romance Georgina-Juan Ramon tuvo un súbito y trágico final. El escritor envió una carta avisando de que tomaría el próximo barco para Perú para conocerla. Asustados, Gálvez y Rodríguez Hübner enviaron un telegrama con un mensaje sucinto y definitivo: infórmese a Juan Ramon Jiménez de que Georgina Hübner ha muerto. El viaje quedó truncado. “Pero fue un anticipo de lo que ocurrió años después con Zenobia Camprubí”, indica Expósito. “Cuando su madre decidió alejarlo de él y llevársela a Estados Unidos para casarla con un abogado de Harvard, Juan Ramón cruzó el océano tras su amor”. Solo que esta vez la amada sí existía.
La novela se detiene en el descubrimiento de esos versos elegíacos contenidos en Laberinto (2013), con los dos amigos firmando, ya en la madurez, lo más grande que habían hecho en sus vidas. A fin de cuentas, Bárcena ha aprovechado la anécdota para hablar “de lo ilusorio del amor”. “De cómo imaginamos a quien queremos amar como un molde y luego se lo ponemos a alguien que nos agrada”. Pero la historia llegó más lejos: “Juan Ramón no quiso aceptar durante mucho tiempo que le habían mentido”, revela Expósito. “Cuando se supo la mentira, se metieron mucho con él por haberse enamorado de un sueño. Hacia el final de su vida, lo aceptó y llegó a revisar el poema para reflejar la amargura de haber sido engañado [incluido en el libroLeyenda (Visor Libros)]”. Pero en esa primera versión, su amor por aquella delicada admiradora peruana, enfermiza y cultivada, se advierte en cada verso: “Yo no sé cómo eras / ¿morena?, ¿casta?, triste? ¡Sólo sé que mi pena / parece una mujer cual tú, que está sentada, / llorando, sollozando, al lado de mi alma!”.
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