Miguel Hernández
Los temas de Miguel Hernández
LUIS MUÑOZ 25/12/2010
'Babelia' despide el centenario del nacimiento del poeta de Orihuela con una mirada sobre las cuestiones que subyacen en sus obras y los libros más destacados en 2010.
¿La poesía come de todo? ¿Es amiga al mismo tiempo del oro y del barro? ¿Su función es encontrar la brasa creativa que duerme dentro de todas las cosas, o hay temas que, sencillamente, son imposibles? Miguel Hernández, que adoptó desde sus comienzos el papel de poeta total, de transmisor sin limitaciones previas de lo que ocurre en el interior de todo, y a cuya naturaleza pertenecía el impulso de lanzarse a las cuestiones que tenía más a mano, fueran las que fueran, para exprimirle su zumo poético, hizo de su obra, incluso antes de la llamada colectiva a la inclusión de todo lo humano del célebre manifiesto de Pablo Neruda Sobre una poesía sin pureza (1935), un modelo de fe en las posibilidades ilimitadas de la poesía para enaltecer formas muy distintas de vida, sin diferenciar, en principio, cuestiones sublimes de cuestiones pedestres. La variedad de los temas que asaltan sus versos, algunos tan graves y de tanto peso como la naturaleza, la guerra o la cárcel, no sólo no asfixiaron el diafragma de su poesía sino que le ofrecieron la oportunidad de que con ellos alcanzara lo mejor de su producción. En cualquier caso, la cuestión primordial de su trabajo es el lenguaje. Miguel Hernández es un poeta alborozadamente formalista en una clave de esfuerzo y de exaltación verbal que vivió una primera fase (hasta El rayo que no cesa), en la que el lenguaje va en busca de la realidad con cierto ruido de motor, una segunda en la que la horrible realidad acude al lenguaje con la suave potencia de su fatalidad musical (de Viento del pueblo a El hombre acecha) y una tercera (la de Cancionero y romancero de ausencias) caracterizada por la delgadez lingüística, el encuentro dolorido con lo esencial y la sutileza de sus centelleantes abstracciones. En el centro mismo de sus poemas se produce un cruce de fuerzas entre la burbujeante alegría de la búsqueda de palabras, ese salir, lleno de pasión, al campo de las posibilidades combinatorias, y el caudal de amargura o de dificultad vital de los asuntos que trata, que ejerce una especie de movimiento interior y descendente. Que la obra de un poeta se mantenga viva significa que puede ser leída de un modo absolutamente distinto de como lo fue en otras épocas. Las iluminaciones y los descubrimientos continuos que cobijan los poemas de Miguel Hernández, unidos a esa especie de fortificante coraje sonoro que no afloja nunca, parecen dispuestos para producir sus propias reacciones en cadena en los lectores de hoy.
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