Es el 3 de abril de 2009 en la localidad portuguesa de Faro; estamos en el barrio de Sao Pedro. Carlo Alberto, un niño de 12 años, estaba en su casa viendo la RTP 1, las noticias. Su madre llegó; venía de Castilla-La Mancha, de un viaje de negocios. Su padre estaba trabajando en Suiza, y su madre cada mes se tenía que ir a un sitio distinto, y Carlo, junto con su hermana, se quedaba en casa de su tía. Su madre casi siempre traía un recuerdo del sitio a donde había ido.
-Hola, mamá -dijo su hermana, intentando ser lo más pelota posible.
Su hermana Adelina siempre intentaba ganarse el cariño de sus padres, pero Carlo nunca caía en la trampa y eso disgustaba mucho a Adelina.
-Hola, hija, ¿dónde está tu hermano?
-Viendo la tele, como siempre -dijo Adelina, intentando dejar en ridículo a su hermano.
-Hijo, ven -dijo su madre con voz cansada.
Carlo fue encantado, ya que no aguantaba al tío de las noticias, diciendo siempre lo mismo.
-¿Qué quieres, mamá?- dijo Carlo en tono cansado.
-Mira lo que os he traído de Castilla-La Mancha -dijo la madre muy ilusionada.
De su cesta de viaje sacó una caja de piedra. Parecía vieja y tenía un aspecto de que se iba a romper, por eso la madre la sacó muy cuidadosamente. Dentro había un ajedrez transparente.
-Es un Ajedrez de Thenardita -explicó la madre-. De un mineral propio de Castilla-La Mancha.
-Pero… ¡qué extraño el rey! -dijo Carlo.
-Ya, es que es un ajedrez del Quijote -concluyó la madre.
6: 30 de la mañana. Carlo se preparaba para asistir a la escuela. El ajedrez lo había dejado provisionalmente en el salón. Carlo no encontraba el libro de Matemáticas, así que le preguntó a su madre, pero ella dijo que no lo había visto. Después de un tiempo, lo encontró en el salón, al lado del escalofriante Ajedrez. Con la luz que entraba, un reflejo le dio en los ojos y Carlo, cuando quiso coger el libro, sin querer tiró la reina de las blancas al suelo. Cuando fue a recogerla, confirmó sus sospechas: rota por la mitad.
-¡Oh no! -exclamó Carlo en voz baja, para que no se enterara la madre.
Rápidamente corrió hacia su cuarto con la reina entre las manos. Pero no se dio cuenta de que las piezas ya no reflejaban color blanco sino un rojo muy oscuro, aunque la que estaba más oscura era la pieza del Quijote.
En su cuarto, cogió el bote de cola más buena que tenía y la untó a la superficie de la pieza. Al mirarla, apreció que ya no había reflejo alguno en ella. Cuando fue a dejarla, tras haberse secado la cola, descubrió que la pieza no era la única que había cambiado: todas las piezas eran de color rojo. Cuando la puso en su sitio, se volvieron todas verdes. A Carlo le dejó un poco confuso, pero, como llegaba tarde a la escuela, lo dejó todo.
2:30 de la tarde. Carlo salió del colegio. En el autobús, pensó en lo que había sucedido con el color de las piezas. Y llegó a una conclusión alocada de lo que sucedía. Al principio, las piezas eran blancas porque estaban felices de salir a la luz, pero, después de romper a la reina, todas se pusieron rojas de rabia y, al dejar la reina, se pusieron verdes de venganza. Y la que se puso más enfadada era el rey, o sea, Don Quijote. Pero después se rió para sus adentros, pensando que era estúpido eso de que las piezas tuvieran personalidad.
Al llegar a casa, Adelina también notó el color raro de las piezas.
-¿Te has fijado en el color de las piezas? Ahora es negro como el carbón, sobre todo el Quijote.
-¿Negro?, ¿otra vez han cambiado? -dijo Carlo.
Carlo comprobó que su hermana decía la verdad, y supuso que ahora significaba luto.
Carlo estaba más extrañado que nunca. No podía ser una casualidad todo, y ya apenas podía dejar de pensarlo.
-¿Y si es verdad lo que suponía? -dijo Carlo pensando.
En la cena dejó de pensarlo y se centró en disimular las teorías que tenía ya que nadie de su familia le creería, pero al acostarse tuvo una pesadilla. Se encontraba en el tablero que le había regalado su madre. El fondo del tablero era un morado extraño, con unas rayas blancas que al rato cambiaban de forma, y parecía que el tablero no tenía fin.
Al principio todo parecía tranquilo, sin nadie, pero al poco rato, mientras caminaba, se fue encontrando a las figuras, tiendas de campaña, antorchas…. Parecía que lo estaban esperando, ya que, cuando se acercó al campamento, hubo mucho revuelo. Dos soldados le condujeron sin tocarle hasta llegar a la tienda del rey, que supuestamente tendría el perfil del Quijote. Al penetrar en la estancia, se encontró con el rey, y no muy cerca de allí una mujer muerta metida en un ataúd. El Quijote le miró a los ojos y dijo:
-¿Por qué has matado a mi esposa Dulcinea. ¿Qué te ha hecho ella?
-Nada, fue sin querer -dijo Carlo, atemorizado.
-¿Sin querer? -dijo Don Quijote-. ¿Cómo se puede matar a alguien sin querer?
-Señor, él es del mundo real, ha podido ser un accidente -dijo el caballo, que vigilaba.
-Es verdad, pero solo te perdonaré si mañana luchas con nosotros -dijo el Quijote.
A Carlo todo esto le parecía extraño pero hizo un esfuerzo por seguirle la corriente al rey.
-¿Contra quién peleamos? -dijo Carlo.
-Contra las negras -dijo el rey-. Y ahora vete y no vuelvas hasta la hora de la batalla.
Al despertarse por la mañana se sintió cansado y pronto recordó la promesa que había hecho al Quijote. ¿Cómo iba a pelear en un tablero?
Dicho esto, se fue hacia el tablero, que otra vez había cambiado de color: ahora era amarillo, pero esta vez no sabía qué significaba el amarillo.
Esto había ido demasiado lejos. Tenía que hacer algo, porque él no se veía luchando con piezas de colores y… por primera vez se fijó en un detalle, la Thenardita.
Era un mineral muy duro y resistente, y el tablero no estaba muy alto. Esas piezas, además de la personalidad de los humanos, tenían la resistencia de los humanos, es decir, que realmente esas piezas no eran de piedra, solo lo aparentaban.
Así, se quedó muy confuso. Toda la tarde la pasó buscando en el ordenador características del Quijote. Después de informarse bien, se metió en la cama pensando que podía ser su última noche.
En el campamento no había nadie, así que fue al sitio donde había entrado por primera vez al tablero. Al cabo de un rato, vio las siluetas de un montón de personas corriendo hacia su posición. Él ya estaba a punto de correr cuando se percató de que las piezas eran blancas y no negras.
-¿Qué ha pasado? -dijo Carlo.
-Que hemos perdido por culpa del rey -dijo un jinete-. Te lo contaré en el campamento.
Le contó que Don Quijote, enfadado y con mucha ira, se abalanzó contra el enemigo en primera fila y murió del primer golpe. A Carlo, como conocía la personalidad del caballero, no le extrañó este gesto alocado del Quijote, ya que lo había leído en el episodio de los molinos.
-Hola, mamá -dijo su hermana, intentando ser lo más pelota posible.
Su hermana Adelina siempre intentaba ganarse el cariño de sus padres, pero Carlo nunca caía en la trampa y eso disgustaba mucho a Adelina.
-Hola, hija, ¿dónde está tu hermano?
-Viendo la tele, como siempre -dijo Adelina, intentando dejar en ridículo a su hermano.
-Hijo, ven -dijo su madre con voz cansada.
Carlo fue encantado, ya que no aguantaba al tío de las noticias, diciendo siempre lo mismo.
-¿Qué quieres, mamá?- dijo Carlo en tono cansado.
-Mira lo que os he traído de Castilla-La Mancha -dijo la madre muy ilusionada.
De su cesta de viaje sacó una caja de piedra. Parecía vieja y tenía un aspecto de que se iba a romper, por eso la madre la sacó muy cuidadosamente. Dentro había un ajedrez transparente.
-Es un Ajedrez de Thenardita -explicó la madre-. De un mineral propio de Castilla-La Mancha.
-Pero… ¡qué extraño el rey! -dijo Carlo.
-Ya, es que es un ajedrez del Quijote -concluyó la madre.
6: 30 de la mañana. Carlo se preparaba para asistir a la escuela. El ajedrez lo había dejado provisionalmente en el salón. Carlo no encontraba el libro de Matemáticas, así que le preguntó a su madre, pero ella dijo que no lo había visto. Después de un tiempo, lo encontró en el salón, al lado del escalofriante Ajedrez. Con la luz que entraba, un reflejo le dio en los ojos y Carlo, cuando quiso coger el libro, sin querer tiró la reina de las blancas al suelo. Cuando fue a recogerla, confirmó sus sospechas: rota por la mitad.
-¡Oh no! -exclamó Carlo en voz baja, para que no se enterara la madre.
Rápidamente corrió hacia su cuarto con la reina entre las manos. Pero no se dio cuenta de que las piezas ya no reflejaban color blanco sino un rojo muy oscuro, aunque la que estaba más oscura era la pieza del Quijote.
En su cuarto, cogió el bote de cola más buena que tenía y la untó a la superficie de la pieza. Al mirarla, apreció que ya no había reflejo alguno en ella. Cuando fue a dejarla, tras haberse secado la cola, descubrió que la pieza no era la única que había cambiado: todas las piezas eran de color rojo. Cuando la puso en su sitio, se volvieron todas verdes. A Carlo le dejó un poco confuso, pero, como llegaba tarde a la escuela, lo dejó todo.
2:30 de la tarde. Carlo salió del colegio. En el autobús, pensó en lo que había sucedido con el color de las piezas. Y llegó a una conclusión alocada de lo que sucedía. Al principio, las piezas eran blancas porque estaban felices de salir a la luz, pero, después de romper a la reina, todas se pusieron rojas de rabia y, al dejar la reina, se pusieron verdes de venganza. Y la que se puso más enfadada era el rey, o sea, Don Quijote. Pero después se rió para sus adentros, pensando que era estúpido eso de que las piezas tuvieran personalidad.
Al llegar a casa, Adelina también notó el color raro de las piezas.
-¿Te has fijado en el color de las piezas? Ahora es negro como el carbón, sobre todo el Quijote.
-¿Negro?, ¿otra vez han cambiado? -dijo Carlo.
Carlo comprobó que su hermana decía la verdad, y supuso que ahora significaba luto.
Carlo estaba más extrañado que nunca. No podía ser una casualidad todo, y ya apenas podía dejar de pensarlo.
-¿Y si es verdad lo que suponía? -dijo Carlo pensando.
En la cena dejó de pensarlo y se centró en disimular las teorías que tenía ya que nadie de su familia le creería, pero al acostarse tuvo una pesadilla. Se encontraba en el tablero que le había regalado su madre. El fondo del tablero era un morado extraño, con unas rayas blancas que al rato cambiaban de forma, y parecía que el tablero no tenía fin.
Al principio todo parecía tranquilo, sin nadie, pero al poco rato, mientras caminaba, se fue encontrando a las figuras, tiendas de campaña, antorchas…. Parecía que lo estaban esperando, ya que, cuando se acercó al campamento, hubo mucho revuelo. Dos soldados le condujeron sin tocarle hasta llegar a la tienda del rey, que supuestamente tendría el perfil del Quijote. Al penetrar en la estancia, se encontró con el rey, y no muy cerca de allí una mujer muerta metida en un ataúd. El Quijote le miró a los ojos y dijo:
-¿Por qué has matado a mi esposa Dulcinea. ¿Qué te ha hecho ella?
-Nada, fue sin querer -dijo Carlo, atemorizado.
-¿Sin querer? -dijo Don Quijote-. ¿Cómo se puede matar a alguien sin querer?
-Señor, él es del mundo real, ha podido ser un accidente -dijo el caballo, que vigilaba.
-Es verdad, pero solo te perdonaré si mañana luchas con nosotros -dijo el Quijote.
A Carlo todo esto le parecía extraño pero hizo un esfuerzo por seguirle la corriente al rey.
-¿Contra quién peleamos? -dijo Carlo.
-Contra las negras -dijo el rey-. Y ahora vete y no vuelvas hasta la hora de la batalla.
Al despertarse por la mañana se sintió cansado y pronto recordó la promesa que había hecho al Quijote. ¿Cómo iba a pelear en un tablero?
Dicho esto, se fue hacia el tablero, que otra vez había cambiado de color: ahora era amarillo, pero esta vez no sabía qué significaba el amarillo.
Esto había ido demasiado lejos. Tenía que hacer algo, porque él no se veía luchando con piezas de colores y… por primera vez se fijó en un detalle, la Thenardita.
Era un mineral muy duro y resistente, y el tablero no estaba muy alto. Esas piezas, además de la personalidad de los humanos, tenían la resistencia de los humanos, es decir, que realmente esas piezas no eran de piedra, solo lo aparentaban.
Así, se quedó muy confuso. Toda la tarde la pasó buscando en el ordenador características del Quijote. Después de informarse bien, se metió en la cama pensando que podía ser su última noche.
En el campamento no había nadie, así que fue al sitio donde había entrado por primera vez al tablero. Al cabo de un rato, vio las siluetas de un montón de personas corriendo hacia su posición. Él ya estaba a punto de correr cuando se percató de que las piezas eran blancas y no negras.
-¿Qué ha pasado? -dijo Carlo.
-Que hemos perdido por culpa del rey -dijo un jinete-. Te lo contaré en el campamento.
Le contó que Don Quijote, enfadado y con mucha ira, se abalanzó contra el enemigo en primera fila y murió del primer golpe. A Carlo, como conocía la personalidad del caballero, no le extrañó este gesto alocado del Quijote, ya que lo había leído en el episodio de los molinos.
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