miércoles, 27 de mayo de 2009

LECTURA. Ambrose Bierce: "Diccionario del diablo" (1)

1. Breve biografía:

AMBROSE BIERCE (1842-1914)

Escritor satírico y periodista estadounidense, nacido en Meigs County (Ohio). Prestó sus servicios en el ejército de la Unión durante la Guerra Civil estadounidense (1861-1865) y dirigió una expedición militar al oeste. Bierce se estableció en San Francisco, donde escribió breves e ingeniosos artículos políticos y una columna para el periódico News-Letter. Alrededor de 1868 se convirtió en su editor. En 1872 se trasladó a Londres. Bajo el seudónimo de Dod Grile, escribió corrosivos artículos y relatos para las revistas Fun y Figaro, que posteriormente se publicaron en la recopilación titulada Telarañas de una calavera vacía (1874). Bierce regresó a San Francisco en 1877. Allí continuó colaborando con el Argonaut, fue editor del Wasp y escribió una columna para el Sunday Examiner, propiedad de William Randolph Hearst. En su estilo sobresale un ingenio y una fascinación por el horror y la muerte y su dominio del relato hizo que se le comparara en ocasiones con los escritores estadounidenses Edgar Allan Poe y Bret Harte. Entre 1899 y 1913 trabajó para Hearst en Washington, D.C., y se dedicó a revisar sus propias obras. En 1913 viajó a México donde participó en la Revolución Mexicana y nunca más se supo de él. Sus Obras completas se publicaron en 12 volúmenes (1909-1912) e incluyen el Diccionario del diablo, titulado originalmente Diccionario del cínico (1906).


2. Comentario sobre el Diccionario del diablo:

En El diccionario del Diablo, Ambrose Bierce afila las armas del ingenio para ofrecernos una burla total y despiadada del género humano, de sus honorables instituciones, de sus presupuestos lógicos —que conforman el tan peregrino “sentido común”— , de sus ideas más conspicuas, de sus nimias creencias. Bierce, maestro del humor negro, se convierte en diabólico lexicógrafo a fin de provocar una rebelión contra las ideas recibidas, contra las ideas reinantes, contra las ideas que se establecen impunemente...Éste es, sin duda, el libro más característico de un escritor de lo más peculiar. Diversas son las causas por las que un autor acaba pasando a la posteridad literaria, y en el caso de Ambrose Bierce se reúnen varias.La más actual, y quizás la más evidente, es la frecuencia con la que se le relaciona entre las influencias de H.P. Lovecraft, y que el maestro de Providence le dedicase unas elogiosas palabras en su conocido ensayo El horror en la literatura. Otro motivo, más importante y sin duda más merecido, fue la aparición de este libro, que pronto le valió la fama y el reconocimiento literario de sus contemporáneos, ganándose por sí mismo un lugar destacado dentro de la historia de la literatura, un lugar que se vio ampliamente refrendado por su narrativa corta, siendo ésta la tercera causa por la que Bierce ocupa un lugar destacado dentro y fuera del género.Una narrativa corta que hace gala de las mismas virtudes que aparecen en El diccionario del Diablo, esto es, mucho sarcasmo, mucho humor negro y mucha mala idea, todo ello aderezado con toques más o menos fantásticos, más o menos siniestros. Así, en el presente libro nos encontramos, como si de una erudita enciclopedia se tratase, con todo tipo de acepciones y entradas de las que el autor se sirve para criticar a la sociedad en general y ridiculizar a los arquetipos, las instituciones y todo lo políticamente correcto. Arremete contra todos y contra todo con un fino pero negrísimo sentido del humor, que no en vano le valió el sobrenombre de Ambrose “El amargo” Bierce.
En definitiva, un libro que a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación, casi un siglo, sigue manteniéndose plenamente en forma, y cuyas numerosas virtudes deben paladearse poco a poco, de lectura en lectura.Pese al titulo del libro, éste no trata de satanismos ni brujerías varias, el único diablo que aparece en sus páginas, claro está, es el propio Ambrose Bierce.
Miguel Ángel López


3. Selección (1): letra A:

Aborígenes, s. Seres de escaso mérito que entorpecen el suelo de un país recién descubierto. Pronto dejan de entorpecer; entonces, fertilizan.

Academia, s. Escuela antigua donde se enseñaba moral y filosofía. Escuela moderna donde se enseña el fútbol.

Acusar, v.t. Afirmar la culpa o indignidad de otro; generalmente, para justificarnos por haberle causado algún daño.

Admiración, s. Reconocimiento cortés de la semejanza entre otro y uno mismo.

Aire, s. Sustancia nutritiva con que la generosa Providencia engorda a los pobres.

Alianza, s. En política internacional la unión de dos ladrones cada uno de los cuales ha metido tanto la mano en el bolsillo del otro que no pueden separarse para robar a un tercero.

Altar, s. Sitio donde antiguamente el sacerdote arrancaba, con fines adivinatorios, el intestino de la víctima sacrificial y cocinaba su carne para los dioses. En la actualidad, el término se usa raramente, salvo para aludir al sacrificio de su tranquilidad y su libertad que realizan dos tontos de sexo opuesto.

Ambidextro, adj. Capaz de robar con igual habilidad un bolsillo derecho que uno izquierdo.

Amistad, s. Barco lo bastante grande como para llevar a dos con buen tiempo, pero a uno solo en caso de tormenta.

Amor, s. Insania temporaria curable mediante el matrimonio, o alejando al paciente de las influencias bajo las cuales ha contraído el mal. Esta enfermedad, como las caries y muchas otras, sólo se expande entre las razas civilizadas que viven en condiciones artificiales; las naciones bárbaras, que respiran el aire puro y comen alimentos sencillos, son inmunes a su devastación. A veces es fatal, aunque más frecuentemente para el médico que para el enfermo.

Anécdota, s. Relato generalmente falso. La veracidad de las anécdotas que siguen, sin embargo, no ha sido exitosamente objetada:
Una noche el señor Rudolph Block, de Nueva York, se encontró sentado en una cena junto al distinguido crítico Percival Pollard. Señor Pollard --dijo--, mi libro Biografía de una Vaca Muerta se ha publicado anónimamente, pero usted no puede ignorar quién es el autor. Sin embargo, al comentarlo, dice usted que es la obra del Idiota del Siglo. ¿Le parece una crítica justa?
--Lo siento mucho, señor --respondió amablemente el crítico--, pero no pensé que usted deseara realmente conservar el anonimato.

El señor W.C. Morrow, que solía vivir en San José, California, acostumbraba escribir cuentos de fantasmas que daban al lector la sensación de que un tropel de lagartijas, recién salidas del hielo, le corrían por la espalda y se le escondían entre los cabellos. En esa época, se creía que merodeaba por San José el alma en pena de un famoso bandido llamado Vásquez, a quien ahorcaron allí. El pueblo no estaba muy bien iluminado y de noche la gente salía lo menos posible de su casa. Una noche particularmente oscura, dos caballeros caminaban por el sitio más solitario dentro del ejido, hablando en voz baja para darse coraje, cuando se tropezaron con el señor J.J. Owen, conocido periodista: --¡Caramba, Owen! --dijo uno--. ¿Qué le trae por aquí en una noche como ésta? ¿No me dijo que este era uno de los sitios preferidos por el ánima de Vásquez? ¿No tiene miedo de estar afuera?
--Mi querido amigo --respondió el periodista con voz lúgubre--, tengo miedo de estar adentro. Llevo en el bolsillo una de las novelas de Will Morrow y no me atrevo a acercarme donde haya luz suficiente para leerla.

El general H.H. Wolherspoon, director de la Escuela de Guerra del Ejército, tiene como mascota un babuino, animal de extraordinaria inteligencia, aunque nada hermoso. Al volver una noche a su casa, el general descubrió con sorpresa y dolor que Adán (así se llamaba el mono, pues el general era darwinista) lo aguardaba sentado, ostentando su mejor chaquetilla de gala.
--¡Maldito antepasado! --tronó el gran estratega-- ¿Qué haces levantado después del toque de queda? ¡Y con mi uniforme! Adán se incorporó con una mirada de reproche, se puso en cuatro patas, atravesó el cuarto en dirección a una mesa y volvió con una tarjeta de visita: el general Barry había estado allí y, a juzgar por una botella de champán vacía y varias colillas de cigarros, había sido amablemente atendido mientras esperaba. El general presentó excusas a su fiel progenitor y se fue a dormir. Al día siguiente se encontró con el general Barry, quien le dijo:--Oye, viejo, anoche al separarme de ti olvidé preguntarte por esos excelentes cigarros. ¿Dónde los consigues? El general Wotherspoon, sin dignarse responder, se marchó.
--Perdona, por favor --gritó Barry, corriendo tras él--. Bromeaba, por supuesto. Anda, si no había pasado quince minutos en tu casa y ya me di cuenta que no eras tú.

Anormal, adj. Que no responde a la norma. En cuestiones de pensamiento y conducta ser independiente es ser anormal y ser anormal es ser detestado. En consecuencia, el autor aconseja parecerse más al Hombre Medio que a uno mismo. Quien lo consiga obtendrá la paz, la perspectiva de la muerte y la esperanza del Infierno.

Año, s. Período de trescientos sesenta y cinco desengaños.

Árbol, s. Vegetal alto, creado por la naturaleza para servir de aparato punitivo, aunque por deficiente aplicación de la justicia la mayoría de los árboles sólo exhiben frutos despreciables, o ninguno. Cuando está cargado de su fruta natural, el árbol es un benéfico agente de la civilización y un importante factor de moralidad pública. En el severo Oeste y en el sensitivo Sur de Estados Unidos, su fruta (blanca y negra respectivamente) satisface el gusto público, aunque no se coma, y contribuye al bienestar general, aunque no se exporte. La legítima relación entre árbol y justicia no fue descubierta por el juez Lynch (quien, a decir verdad, no lo consideraba preferible al farol o la viga del puente), como lo prueba este pasaje de Morryster, quien vivió dos siglos antes:
Encontrándome en ese país, fui llevado a ver el árbol Ghogo, del que mucho oyera hablar; pero como yo dijese que no observaba en él nada notable, el jefe de la aldea en que crecía me respondió de este modo:--En este momento el árbol no da fruta, pero, cuando esté en sazón, veréis colgar de sus ramas a todos los que han ofendido a Su Majestad el Rey. Asimismo me explicaron que la palabra "Ghogo" significaba en su lengua lo mismo que "bandido" en la nuestra. (Viaje por Oriente.)

Arena, s. En política, ratonera imaginaria donde el estadista lucha con su pasado.

Arquitecto, s. El que traza los planos de nuestra casa y planea el destrozo de nuestras finanzas.

Arrepentimiento, s. Fiel servidor y secuaz del Castigo. Suele traducirse en una actitud de enmienda que no es incompatible con la continuidad del pecado.

Audacia, s. Una de las cualidades más evidentes del hombre que no corre peligro.
Ausente, adj. Singularmente expuesto a la mordedura de la calumnia; vilipendiado; irremediablemente equivocado; sustituido en la consideración y el afecto de los demás.

Autoestima, s. Evaluación errónea.

Ayer, s. Infancia de la juventud, juventud de la madurez, el pasado entero de la ancianidad.

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