Vengo de un país que tiene
su corazón en ruinas, anoto
mentalmente las casas hundidas,
las placas que conmemoran
lo que no hay. No vuela la avutarda,
y alguien ordenó cubrir
con una capa de hormigón el pequeño
cementerio en un lado del claustro,
sus losas silenciosas. Caso de higiene, dijo,
y era el hilo de la vida y la muerte,
solo el verde intenso del campo
atravesó los siglos. Tampoco los nombres
se recuerdan de quienes decidían
los derribos. Una tradición
en ruinas, a cencerros tapados,
anoto los que no fueron dóciles.
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