¿Qué literatura ante el horror?
Califato Islámico, desembarco masivo de refugiados, atentados sangrientos… Cuando la sucesión de acontecimientos dramáticos sobrepasa los límites de la comprensión quien esto escribe se refugia en la lectura de Bouvard y Pécuchet
Uno. Decía Borges, el mejor lector moderno de Las mil y una noches:“No hay acto que no sea coronación de una infinita serie de causas y manantial de una infinita serie de efectos”, y su reflexión abarca tanto el orden literario como el real. Por tomar un ejemplo reciente, sin la inmolación por el fuego el 17 de diciembre de 2011 en la localidad tunecina de Sidi Bouzid del joven informático en paro Mohamed Buazid, cuyo puesto de verduras fue tumbado brutalmente por la policía por carecer de autorización para vender su mercancía, el movimiento popular de indignación que barrió la satrapía de Ben Alí no se hubiera producido y su contagio a la Libia de Gadafi y al Egipto de Mubarak —todo cuanto se conoce hoy con el nombre de la primavera árabe—no habría sido el detonante del caos en el que actualmente se halla sumido todo el Oriente Próximo y sus secuelas de violencia en Europa: masacre diaria de civiles en Irak y Siria, emergencia del autotitulado Califato Islámico, huida de millones de civiles, desembarco masivo de refugiados en Italia y Grecia, ataques de la coalición a los yihadistas, atentados sangrientos de estos contra los denominados apóstatas y cruzados… ¿Qué habría ocurrido, me pregunto, si en la mañana del 17 de diciembre Mohamed Buazid no hubiera ido al mercado a causa de un resfriado o la agente de policía hubiese permanecido de guardia en la comisaría? Las cosas no se habrían encadenado en la manera en que lo fueron o lo habrían hecho de forma y en tiempos distintos. La combinación del azar y la fatalidad que guían la vida y destino de los seres humanos confirma a diario el análisis borgiano del genio narrativo de Sherazad.
Dos.La guerra sin límites contra el terrorismo exige la permanente realidad del terror y su comercialización en cuanto imprescindible mercancía. La próspera industria armamentista que crea a escala mundial centenares de miles de empleos requiere como premisa indispensable la existencia de guerras como las que asuelan hoy a Siria e Irak, Libia y Sudán, Malí y Afganistán, Nigeria y Yemen. Las tensiones regionales constituyen también un excelente mercado de cara a los países árabes aliados de Occidente, países respetuosos al máximo, como sabemos, de los valores democráticos y de los derechos humanos como son Arabia Saudí y los Emiratos petroleros del Golfo. Las armas que llegan a las manos de los grupos yihadistas solo pueden ser combatidas mediante los substanciosos contratos firmados con aquellos y su suministro secreto a intermediarios de doble juego como los que se enfrentan en nombre de un credo religioso o nacional: suníes contra chiíes, kurdos contra turcos, partidarios y víctimas del tirano El Asad. De nuevo Borges: laberinto sin salida de la guerra al terrorismo y círculo vicioso de ataques y respuestas en el que Obama, Putin y Hollande se hallan atrapados.
Tres. Cuando la sucesión de acontecimientos dramáticos sobrepasa los límites de la comprensión quien esto escribe se refugia en la lectura de Bouvard y Pécuchet: imagina a los héroes (por cierto, muy poco heroicos) de Flaubert enzarzados en elucubraciones producto de su lectura de una abundante bibliografía centrada en el tema terrorismo e islam. Han discutido la conveniencia de visitar los barrios sensibles de la Banlieu para contactar con los jóvenes seducidos por el discurso yihadista, estudiar sus manuales de educación islámica, indagar las razones de su desafección de los valores republicanos y laicos de Francia. Bouvard sugiere entrevistar a un imán radical a fin de recabar su opinión sobre el choque de civilizaciones profetizado por Huntington. Pécuchet prefiere un estudio exhaustivo de la historia de Oriente Próximo desde la caída del califato otomano y las fronteras artificiales de los nuevos Estados creadas por los acuerdos Sykes-Picot. La transformación del credo religioso en ideología belicista es el quid del problema, dice Bouvard. ¿Qué pasa por la mente de quien se inmola con un cinturón de explosivos?, se pregunta Pécuchet. La docena de libros escritos sobre el tema no nos lo aclara. Quizás un psiquiatra pueda procurarnos algunas pistas (Bouvard). ¿Qué diferencias hay entre los jóvenes de la segunda generación de inmigrantes y los conversos al islam? (Pécuchet). Las familias conflictivas, el abandono escolar, el trapicheo con drogas… (Bouvard). En su mayoría son chicos en apariencia integrados que de la noche a la mañana asumen el discurso integrista (Pécuchet). ¿Cómo hacer frente a la avalancha de refugiados que se dirigen a la Unión Europea como en la época de las invasiones de mongoles y tártaros? ¿No asistimos acaso a la decadencia de Occidente, al ocaso de las naciones blancas? (Bouvard). ¿Los valores de fraternidad y tolerancia de nuestras sociedades son compatibles con las barreras de alambre de espino alzadas en Hungría, Croacia, Eslovenia y Austria? ¿Cómo distinguir entre aquella muchedumbre de refugiados a los auténticos cristianos de los de origen musulmán? (Pécuchet) ¿Por qué no ofrecerles a su llegada un sándwich de jamón? (Bouvard). Acabo de leer en mi diccionario que en caso de gran amenaza o peligro pueden recurrir a la takiya, bueno, el disimulo de su fe y comerse el sándwich (Pécuchet). ¿Qué hacer entonces en caso de nuevos atentados? ¿Cuáles son los países más seguros? (Bouvard). Los dos personajes flaubertianos intercambian conjeturas. Cuanto más alejados de Eurabia y sus infiltrados mejor. Noruega les atrae, pero la presencia de inmigrantes magrebíes y turcos les llena de dudas. Islandia es más segura, mas la severidad del clima les desanima. Ambos consultan la oferta de destinos turísticos a paraísos remotos y plácidos. Con un sobresalto descubren que Sharm el Sheikh figura entre ellos. Abatidos, evocan las islas del Pacífico cuyos habitantes profesan el cristianismo. Únicamente allí pueden sentirse a salvo. Aunque que quizás…
Cuatro. “No estés donde no deberías estar. Ni en las terminales de aeropuerto de vuelos nacionales o a otros puntos de destino, ya sean comunitarios o al resto del mundo. Ni en las líneas de metro, trenes y autobuses, por muy seguras que te parezcan. Ni en cafés, discotecas y otros locales de esparcimiento nocturno. Ni en oficinas, talleres, fábricas y demás lugares de trabajo. Tampoco en edificios administrativos, bancos y hospitales habitualmente atestados. Ni en estadios, conciertos raperos ni sitios incluidos por las agencias de viaje en sus circuitos turísticos. Las horas punta y los atascos urbanos son particularmente peligrosos. Como los ascensores, rascacielos, grandes almacenes y aparcamientos subterráneos. Sobre todo, no te quedes en casa a hojear los periódicos, seguir la tele o follar con tu cónyuge. Éste será siempre nuestro objetivo estratégico primordial”.
(El lector de este manifiesto premonitorio publicado hace ocho años en las páginas del Exiliado de aquí y de allá lo hallará en dicha novela junto a otras predicciones sombrías del futuro que nos aguarda en el mundo globalizado de hoy).
Juan Goytisolo es escritor.
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