En la revista "Letras Libres":
Encuesta
Antonio Ortuño
Descreo de la “trascendencia” de un libro entendida como masividad. De ser así, Harry Potter sería la mayor influencia intelectual de los tiempos recientes. En vez de ello, nueve títulos que me parecen importantes por diversos motivos, especialmente estéticos. El más antiguo esSilogismos de la amargura (1952), de E. M. Cioran: aforismos de escepticismo feroz y estilo modélico. La sociedad del espectáculo (1967), de Guy Debord, es una de las lecturas más paranoicas y lúcidas sobre la vida en el capitalismo salvaje. El nuevo periodismo (1973), de Tom Wolfe, es importante como reacción de la prosa callejera e inmediata contra el experimentalismo convertido en religión de Estado. Luego, en orden de aparición, algunas cumbres estéticas de los últimos decenios, especialmente en América Latina, tanto en narrativa como en poesía:El cobrador (1979), de Rubem Fonseca; Los pichiciegos (1982), de Fogwill; Anteparaíso (1982), de Raúl Zurita; Los Sea Harrier (1993), de Diego Maquieira; La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo. Y mi novela favorita de los últimos años, El teatro de Sabbath (1995), de Philip Roth. Cierro con un libro mexicano ineludible: Las muertas(1977), de Jorge Ibargüengoitia. ~
Malcolm Otero Barral
José Miguel Oviedo
Creo que no necesito abundar en justificaciones para considerar obras maestras de los años sesenta Rayuela (1963), de Cortázar, La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969), de Vargas Llosa, y La muerte de Artemio Cruz (1962), de Fuentes, aunque sin olvidar su sinfónica ficción Terra nostra (1975). Y, por cierto, la obra clave del periodo: Cien años de soledad (1967), de García Márquez. Dos grandes poetas que evolucionaron algo lentamente son Gonzalo Rojas, de quien cabe mencionar Oscuro (1977) y Del relámpago (1981), por su insólita vibración verbal; y Álvaro Mutis, cuya Summa de Maqroll el Gaviero (1973 y 1997) trae la romántica atmósfera de la travesía marítima y la agónica sensación del sinsentido de la vida. El narrador brasileño Rubem Fonseca es autor de una larga obra narrativa con toques del género policial y de la perversidad sadiana, como puede verse en sus cuentos de O cobrador (1979) y la novela Vastas emociones y pensamientos imperfectos (1988). Su compatriota, el poeta, crítico y traductor Haroldo de Campos, experimentó con la pura expresión verbal y la espacialidad, como heredero de la “poesía concreta”, como puede verse en Galaxias (1984) y Crisantempo (1998).
Aloma Rodríguez
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