lunes, 25 de agosto de 2014

PRENSA CULTURAL. "Varios autores responden cuáles son los libros de nuestro tiempo" (2)


   En la revista "Letras Libres":

Encuesta

Por La redacción


Jorge Carrión
Nací en 1976 y puedo adivinar algunos de los títulos fundamentales de los iberoamericanos que empezamos a leer sistemáticamente en los años noventa. Supongo que en la mayoría de las listas figurarán –entre otros– Pastoral americana o alguna de las novelas mayores de Philip Roth, Bartleby y compañía deEnrique Vila-Matas, Desgracia Verano de J. M. Coetzee, Los detectives salvajes y 2666 de Roberto Bolaño, tal vez Austerlitz de W. G. Sebald. Pero el objetivo de un escritor no es la semejanza, sino la diferencia. Esos libros fueron tan importantes para mí como lo fueron también otros, intuyo que menos obvios y que por tanto seguramente no comparto con todos mis contemporáneos. Me refiero a Véase: amorEl libro de la gramática interna y La vida entera, de David Grossman; a El desierto y su semilla, de Jorge Baron Biza; a La novela luminosa, de Mario Levrero; o a Europa Central de William T. Vollmann. Libros impulsados por intensos periodos de escritura y atados a fortísimas experiencias de lectura. Supongo que la mejor literatura es a menudo eso: un pulso entre la producción y la recepción, tensión eléctrica entre las intenciones y los resultados del estilo y del sentido. Recuerdo al milímetro los espacios, los días, los viajes en que leí esos libros. Pero no se pueden comparar con aquellos en que se produjeron. El caso más ejemplar –y trágico– tal vez sea el de Grossman.
En Escribir en la oscuridad reconstruye el camino de lecturas que lo condujo a sus dos primeras obras maestras. Destacan Sholem Aleijem, a quien leyó de niño, y Bruno Schulz, con quien se encontró en la madurez. En la confluencia de ambos nace el primer brote de Véase: amor, una novela magmática que experimenta modos de acercarse a la memoria del exterminio nazi desde la orilla israelí y desde la fuerza de la pasión amorosa, tal vez la única que pueda contener el poder arrollador de la destrucción y de la muerte –el olvido–. Para tratar de comprender el origen de su escritura habla de una “sensación casi física”, de “una forma de claustrofobia, de sentirse encerrado entre las palabras de los demás”, que lo empujó a escribir El libro de la gramática interna, “que es la historia de un joven que no está dispuesto a aceptar el peso de las convenciones y de las costumbres que ve a su alrededor, ni los clichés del lenguaje, ni el dictado físico, limitado y unívoco de su propio cuerpo”. Todas las novelas de Grossman se ubican en ese conflicto entre el yo y un contexto que lo constriñe, que intenta imponérsele y al que solo se puede resistir mediante el lenguaje. Por eso no es de extrañar que La vida entera tenga como protagonista a una madre que rechaza su hogar y emprende un viaje, insumisa, porque no desea recibir la noticia de que su hijo ha muerto durante su servicio militar. Se niega al lenguaje de la muerte. Mientras escribía el libro, Uri Grossman murió en el sur del Líbano, su tanque destrozado por un misil de Hezbolá. ~
Adolfo Castañón
Mercedes Cebrián

José de la Colina

Arcadi Espada

Alberto Fernández
Desde antes de la caída del llamado socialismo realmente existente, el pensamiento de izquierda radical venía arrastrando una crisis terminal: los sujetos sociales que teóricamente debían haber hecho la revolución no habían cumplido con su cometido y no se veía en el horizonte quién pudiera llegar a llenar el vacío. Luego de que Chantal Mouffe y Ernesto Laclau le dieran el tiro de gracia a la predeterminación estructural de los sujetos revolucionarios con la publicación, en 1985, de Hegemony and Socialist Strategy, los noventa fueron una década de exploración teórica sobre las subjetividades sin anclajes ontológicos fundacionales. La lucha por la emancipación universal, marca de la izquierda desde la Ilustración, dio paso a una diversidad de luchas por múltiples emancipaciones.
Sin embargo, a inicios del nuevo milenio se consolidó una corriente de pensamiento de izquierda con renovadas pretensiones totalizantes, rescatando lo mejor de la postmodernidad y su énfasis en las múltiples mediaciones inherentes a la conformación de toda identidad política, para lanzarse a la búsqueda del sujeto revolucionario de nuestros días. Las cinco obras citadas presentan diferentes y conflictivas visiones sobre el surgimiento del nuevo sujeto de la gran transformación social, quien pudiera crearse a partir de las condiciones socioeconómicas del hipercapitalismo de la globalización, ya sea como una analogía futurista de la emergencia del viejo proletariado industrial (Hardt y Negri) o como revalorización del voluntarismo político aplicado sobre las condiciones “objetivas” (Žižek); o puede surgir como un ejercicio de pura performatividad como sujeto demandante frente al poder político (Critchley), o a través de una articulación hegemónica de demandas que dé origen al nuevo “pueblo” revolucionario (Laclau).

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