DARWIN, EINSTEIN O SAGAN METIERON LA PATA
La ciencia también se equivoca: diez grandes errores de mentes brillantes
A nadie debería sorprenderle la idea de que la ciencia, a veces, se equivoca. O, mejor dicho, los científicos se equivocan. Va implícito en su método de trabajo: plantear una hipótesis e intentar demostrarla, convirtiéndola así en un modo de explicar la realidad que será válido hasta que aparezca una forma mejor, y consiga igualmente probarse.
Para avanzar en el conocimiento, los científicos aprenden a pensar distinto de los demás, a replantearse todo lo sabido hasta el momento y, sobre todo, a asumir riesgos. Una idea innovadora y diferente puede levantar desconfianza y siempre habrá quien corra a descalificarla. Pero en la ciencia, como en casi todo, el que no arriesga no gana.
De esto no se libra nadie, desde el becario más novato del laboratorio más humilde hasta los grandes científicos que la humanidad venera. Puesto que, como dice el refrán, hasta el mejor escribano echa un borrón, hacemos un repaso de grandes errores científicos que cometieron las mentes más brillantes.
La triple hélice del ADN, según Linus Pauling
En 1953, Francis Crick y James D. Watson publicaban el descubrimiento de la estructura del ADN, la famosa doble hélice, un trabajo que más adelante les valió el Premio Nobel. Ese mismo año, otro científico hacía su aportación a la materia. Una aportación que no podía estar más errada.
El químico Linus Pauling era una figura de renombre en su época: había ganado ya dos premios Nobel, e Isaac Asimov dijo de él que era “el químico más grande del siglo XX”. Pauling pidió en varias ocasiones a Crick y Watson que le dejasen ver las fotografías de fibras de ADN obtenidas por difracción de rayos X en las que basaron su trabajo (y que fueron tomadas por Rosanlind Franklin), pero la respuesta siempre fue negativa.
A pesar de no contar con la información esencial, Pauling propuso su modelo en un paper titulado A proposed structure for the nucleic acids que se publicó en la revista PNAS y que resultó tener muchos fallos. En vez de las dos tiras enroscadas en forma de hélice, que hoy los científicos conocen, aseguró que eran tres. Hay que decir que el propio Pauling no quedó muy convencido por su trabajo.
Crick y Watson sí pudieron leer el trabajo de Pauling, y se dieron cuenta de que había algo que no encajaba. Aunque erróneo, el trabajo del químico sirvió de inspiración para los que luego, esta vez sí, propusieron la doble hélice como esturctura correcta del ADN.
Kilómetros y millas, según la NASA
La historia de la Mars Climate Orbtier no es tanto la del error de una mente brillante, sino de un enorme malentendido entre dos equipos de mentes brillantes.
En septiembre de 1999, la sonda Mars Climate, diseñada y enviada para estudiar la superficie y la atmósfera del planeta vecino, se estrelló contra él, dejando a la NASA boquiabierta y ciertamente en ridículo. Según las explicaciones que dio después la agencia espacial estadounidense, el accidente fue culpa de un fallo de coordinación.
La compañía Lookheed Mardin Astronautics diseñó y fabricó el dispositivo. El laboratorio Jet Propulsion Laboratory creó y programó los sistemas de navegación. El problema es que la primera trabajó con el sistema métrico anglosajón, es decir, en millas, y el segundo con el Sistema Internacional, es decir, en kilómetros. Esto provocó que la trayectoria seguida por la sonda al aproximarse a Marte fuese errónea, y la nave se estrellase directamente contra la superficie del planeta rojo.
La Tierra es muy joven, según Lord Kelvin
Gracias a los avances en geología y física que tuvieron lugar en los siglos XIX y XX, hoy sabemos que la Tierra tiene aproximadamente 4.500 millones de años. Pero antes ya hubo otros intentos por determinar este dato, y a falta de información, los científicos se basaron en datos incompletos, que les llevaron a conclusiones erróneas.
Sir William Thomson ha pasado a la historia como Lord Kelvin, y sus contribuciones a la ciencia son notables. Suya es la escala de temperatura Kelvin, por ejemplo. En uno de sus estudios, Kelvin trató de utilizar la temperatura de la Tierra para calcular su edad.
Basó sus cálculos en la idea de que nuestro planeta nació como una gran bola líquida y caliente que se había ido enfriando poco a poco con el tiempo. De forma que intentó determinar cuánto tiempo le habría llevado alcanzar su actual temperatura. Su conclusión fue que la Tierra tenía entre 20 y 400 millones de años. Se quedó un poco corto.
El invierno nuclear, según Carl Sagan
El astrónomo Carl Sagan es una respetada figura dentro del mundo de la divulgación científica, y su trabajo se considera un ejemplo a la hora de acercar la ciencia al público, pero también él metió la pata en alguna ocasión.
En 1983, junto a otros autores, publicó en la revista Science un artículo titulado Invierno nuclear: las consecuencias globales de múltiples explosiones nucleares, advirtiendo que una guerra nuclear podría elevar una densa nube de polvo a la atmósfera, cubriendo la Tierra y bloqueando la luz del sol. Esto podría provocar un cambio climático similar al que causó la extinción de los dinosaurios.
Científicos climáticos de todo el mundo acogieron este estudio con escepticismo, argumentando que el trabajo de Sagan pasaba por alto algunos factores, como que el polvo tendría que alcanzar las capas más altas de la atmósfera para no ser dispersado por la lluvia y otras precipitaciones.
En 1990, Sagan y los demás autores del artículo original publicaron una rectificación, reconociendo los fallos en sus cálculos y estableciendo que una guerra nuclear total podría reducir, como mucho, las temperaturas de los climas fríos a unos 2 grados de media, lo cual sería manejable para la especie humana.
La herencia, según Charles Darwin
Charles Darwin es sin discusión una de las mentes científicas que ha dado forma a nuestro mundo. Su teoría de la selección natural supuso una auténtica revolución en su época, y cambió la forma en que entendemos la evolución de las especies y la forma en que los rasgos genéticos pasan de generación en generación.
Y aun así, Darwin no terminó de dar en el clavo al idear su modelo. La idea que él y sus contemporáneos tenían de la herencia genética, la forma en que pasan esos rasgos de padres a hijos, hacía de hecho imposible la selección natural como él la concibió.
en LiveScience, en aquella época se creía que las características de la madre y del padre se mezclaban en el descendiente, “igual que una lata de pintura negra y otra blanca se mezclan y hacen gris”. Esto chocaba directamente con su teoría. “Si introduces un gato negro entre un millón de gatos blancos, la teoría de la herencia como mezcla diluiría el negro completamente. De ninguna forma obtendrías gatos negros”.
Como explica el astrofísico Mario Livio
Hasta que no apareció Mendel con sus leyes, que se extendieron y fueron aceptadas hacia principios de 1900, no terminaron de encajar todas las piezas. Mendel proponía en su teoría que los rasgos de ambos progenitores se mezclan, más que como dos latas de pintura, como dos barajas de cartas: manteniendo su identidad, y expresándose una sobre la otra.
La teoría del estado estacionario, según Fred Hoyle
Aunque la del Big Bang es de momento solo una teoría, es el modelo de nacimiento del universo más comúnmente aceptado, y científicos de todo el mundo buscan la evidencia definitiva que la confirme. Pero antes del Big Bang, era otra la teoría que los científicos propusieron, y pasar de un modelo a otro nunca es fácil.
Fred Hoyle fue uno de los autores de la teoría del estado estacionario. Este modelo sugería que el universo se mantiene en un estado inmutable, que siempre lo ha hecho y siempre lo será. Puesto que ya se sabía que el universo se expande de forma constante, este modelo requería de una fuente de creación de materia para mantener su densidad.
Años después comenzó a tomar peso una teoría que chocaba directamente con la suya, ya que sugería que el universo nació en una sola y poderosísima explosión. Hoyle la contempló durante un momento, la apodó la teoría del Big Bang y la desechó inmediatamente, manteniéndose fiel a su teoría del estado estacionario. Y lo fue siempre, a pesar de que con el tiempo la comunidad científica fue aceptando mayoritariamente la nueva idea y descartando la vieja.
Los medicamentos homeopáticos funcionan ‘in vitro’, según Nature
El escepticismo de los científicos es uno de los pilares en los que basan su actividad: si algo es verdad, hay que demostrarlo y hasta entonces, todo lo que hay son teorías, más o menos sólidas. En el caso de la homeopatía, la demostración de su teoría brilla por su ausencia, más allá del efecto placebo.
La revista Nature, un referente dentro de las publicaciones científicas y, en teoría, dirigida por mentes brillantes (por eso aparece en esta lista), publicó un artículo, liderado por el francés Jacques Benviste, que apoyaba el concepto de la homeopatía, ya que supuestamente probaba la eficacia de compuestos altamente diluídos en agua. De hecho, de ahí surgió el término memoria del agua, una de las bases de esta pseudociencia. Pero el propio equipo de Nature desconfiaba del estudio, ya que impuso a Benviste dos condiciones atípicas para su publicación: que otros laboratorios independientes corroborasen sus hallazgos y que personal seleccionado por la revista pudiese inspeccionar su laboratorio a posteriori.
El error no fue publicar un artículo sobre la homeopatía, sino publicar uno cuyos resultados no convencían ni al consejo editorial, ni a los encargados del peer review, ni a la comunidad científica en su conjunto. Pero es que además, poco después se hizo público que una multinacional de productos homeopáticos había cofinanciado el estudio, por lo que se daba un obvio conflicto de intereses. Otras revistas propusieron al autor repetir los experimentos a cambio de una generosa suma económica, pero éste se negó.
La constante cosmológica, según Albert Einstein
Cuando decíamos al principio de este artículo que hasta el mejor escribano echa un borrón, lo decíamos en serio. Albert Einstein es sin duda una de las mentes más brillantes de la historia, y hasta él cometió errores. En sus ecuaciones, que describían la teoría general de la relatividad y el funcionamiento de la fuerza de la gravedad, había un fallo importante.
Entre los términos que utilizó, estaba el de la constante cosmológica, que introdujo porque pensaba que el universo era algo estático, y con ella contrarrestaba la fuerza que ejercía la gravedad. Más adelante, cuando los científicos demostraron que el universo no es estático, sino que de hecho se expande, Einstein eliminó esa constante cosmológica de sus ecuaciones.
Y es ahí donde Einstein se equivocó. Después de su muerte, nuevos avances establecieron que no solo el universo se expande, sino que esa expansión se acelera con el tiempo. Para explicar por qué está ocurriendo, los científicos volvieron a incluir la constante cosmológica en las ecuaciones de la relatividad general.
Los neutrinos van más rápido que la luz, según OPERA
El experimento OPERA, que forma parte del CERN, es un experimento de física de partículas que fue diseñado para estudiar el fenómeno de la oscilación de los neutrinos. En el año 2011 saltó al escenario de la actualidad internacional cuando sus responsables anunciaron que habían detectado neutrinos superlumínicos, es decir, que viajaban más rápido que la luz.
Pero poco después tuvieron que admitir que había un error en sus resultados. Como explicó el divulgador Francisco R. Villatoro en su blog, una mala conexión del enlace de fibra óptica entre el receptor de GPS y un reloj atómico causaba los 60 nanosegundos de adelanto de los neutrinos que los científicos del OPERA habían observado. Al ajustar ese enlace, el retraso se corregía. Pero además, existía otro fallo, relacionado con el oscilador que determinaba el momento exacto de llegada de los neutrinos a la meta.
“Ambos efectos son contrapuestos, uno retrasa los neutrinos y otro los adelanta, por lo que no se puede saber cómo afectan a los resultados ya publicados”, concluye Villatoro. Él mismo explica que la tecnología que se utiliza en este y otros experimentos de física de partículas es tan avanzada y compleja, con cientos de conectores y kilómetros de fibra óptica, que sería ineficaz desperdiciar recursos humanos en comprobar constantemente todo el equipo.
La fusión fría está aquí, según Stanley Pons y Martin Fleischmann
Aunque los químicos Stanley Pons y Martin Fleischmann, de la Universidad de Utah, no son especialmente brillantes, pero sí conocidos, puesto que la temática de su trabajo es una de las cuestiones en la que equipos de investigación del mundo entero trabajaron con ahínco: la fusión fría como fuente de energía. Por eso incluimos su metedura de pata en esta lista, porque hicieron a la comunidad científica levantar la cabeza con expectación para dejarles un sentimiento de chasco y decepción colectivos.
Ambos anunciaron en 1989 a bombo y platillo que los problemas energéticos del mundo estaban resueltos. Aseguraron que habían logrado desentrañar el proceso de fusión nuclear en el laboratorio a través de la electrólisis del óxido de deuterio. Según sus estudios, acercando lo suficiente el núcleo del deuterio a un electrodo hecho de paladio y platino, éstos se fusionaba, liberando energía. Si lo que decían era cierto, habían duplicado la fuente de energía del Sol en un tubo de ensayo.
El problema es que ningún otro científico en todo el mundo ha conseguido replicar el proceso que ellos describieron, y no será porque no lo han intentado. Y esa es otra de las claves del método científico: los experimentos tienen que ser reproducibles por terceros con los mismos resultados, o no serán válidos.
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