En la revista "Letras Libres":
Encuesta
Malva Flores
Daniel Gascón
María Teresa Giménez Barbat
Recuerdo cómo me impresionó El conocimiento inútil de Jean-François Revel, así como, posteriormente, La tentación de la inocencia de Pascal Bruckner, ambos libros desmitificadores que señalaban la autocomplacencia y la futilidad de algunas ideas puntales en aquel sueño de lo “progre”. En esta misma línea, han sido importantes otros intelectuales en lucha contra lo políticamente correcto como Thomas Sowell o Juan José Sebreli, cada uno desde su hemisferio, pero mencionaré el libro de otro luchador por los valores ilustrados, europeo hasta la médula, Stephen Zweig, del que cito Castiello contra Calvino.
Y retorno a las ciencias del hombre, a la biología, al evolucionismo. Fundamentales para una antropóloga frustrada en sus tiempos de estudiante donde todo lo que existía en su facultad era relativismo cultural y posmodernismo. Si querías saber algo sobre el hombre enmarcado en la naturaleza, como ramita reflexiva de su árbol primate te sugerían que te matriculases en Biología y cursases algo llamado “Antropología física”. Bien me encargué yo de buscar mi desquite, empezando por Charles Darwin y su El origen de las especies por medio de la selección natural. Y a partir de aquí tantos libros… No puedo dejarme a Richard Dawkins y elijo El relojero ciego, donde escribiendo portentosamente (es un gran prosista) explica, a través del razonamiento de un creacionista, William Paley, por qué no hace falta un creador para poner en marcha el proceso de la evolución. Ni al sociobiólogo E. O. Wilson y este intento prodigioso de síntesis entre las distintas esferas del saber que representa Consilience. Y, cómo no, para finalizar, La tabla rasa, libro emblemático de Steven Pinker que arrasa supuestos consolidados pero que, a la vez, ofrece, como pocos, información valiosa para la comprensión biológica de la naturaleza humana. ~
Ramón González Férriz
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