El escritor John Banville fotografiado en Madrid. / SAMUEL SÁNCHEZ ("El país")
“Lo siento, la escritura es mucho más interesante que la vida”
El Irlandés John Banville habla sobre su última novela, 'Antigua luz', que cuenta la historia de un adolescente enamorado de la madre de su mejor amigo
JESÚS RUIZ MANTILLA Madrid 25 OCT 2012
Hace unos días —no recuerda con precisión cuántos porque para John Banville el tiempo es una zigzagueante sucesión de aconteceres— comprobó que los cristales de su estudio estaban hechos un asco. “Hacía por lo menos 10 años que no los limpiaba porque cuando trabajo nunca miro a la calle”. También comprobó que el único objeto realmente desgastado del lugar que acoge sus encierros es la alfombra que conduce de su escritorio hasta la cocina. Alrededor, no le avergüenza admitir, “todo está lleno de polvo”.
Menos las palabras… A las palabras, John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), autor insólito, sugerente, les saca brillo. Así lo demuestra de nuevo en Antigua luz (Alfaguara y Bromera, en catalán), su nueva novela. Cuenta la historia de un adolescente fascinado y enamorado de una diosa: la madre de su mejor amigo.
Banville es un escritor puro. Una rara avis en su propia lengua. “Sí, creo que lo soy”, admite, obsesionado por la pulcritud desnuda del lenguaje más que por el relato. Un prosista en verso. Un introvertido buceador que luce corbata e ironía, que seduce con sus historias pegadas a la nostalgia de los elementos por un lado y a la novela negra, por otro, cuando se viste de Benjamin Black. Esa esquizofrenia que ahondaba al publicar en España en dos editoriales —Anagrama y Alfaguara— ha sido ya resuelta en uno de los contratos de la temporada editorial. Ahora las novelas que firma como Banville también pasan al sello Alfaguara.
Dice que en Antigua luz está todo él. Como hombre y como mujer. Pero sobre todo como amante. “La imagen que uno crea del amor es intensa, todo se basa en esa idealización. Cuando te enamoras inventas una diosa pese a que sabes que es de carne y hueso. Lo malo es que eso no dura más de tres meses, siempre depende de la diosa que se alargue un poco más…”. Nadie puede soportar tanta tensión ensalzadora: “El amor es una feliz angustia”, define. Permanente. Lo supo desde que vivió su primer amor. Fue a tiempo parcial. En verano. “Estuve loco por ella entre los 11 y los 17 años”.
Banville se revela como un estajanovista de su oficio. Sin muchos planes previos cada vez que se adentra en un libro. “Una frase lleva a la siguiente y así hasta que te das cuenta de que has terminado”. Los planes en sus obras marcan poco. “Lo importante es dejarse llevar, perderse en uno mismo, es entonces cuando te das cuenta de que no penetran en ti ni las influencias”.
Aunque eso no quiere decir que nos las tenga. “Los hay que insisten en mis semejanzas con Samuel Beckett, pero yo le debo más al atrevimiento de un poeta como Yeats y a la cirugía en las motivaciones de la gente que observo en Henry James”. La escritura que practica Banville tiene mucho de semiinconsciencia, de viaje interior, de desprecio al acopio de experiencias ajenas, aun cuando lamenta a veces haber perdido tiempo en dejar pasar los días encomendándose a su obra. “Lo siento, para mí, la escritura es mucho más interesante que la vida”. Lucha por crear un mundo en cada frase. Esa construcción en línea es su obsesión.
El lenguaje tiene sus designios, sus caprichos y en él, cada mañana, a las 9.30, se embarca. “La frase es el mayor invento del hombre”, comenta. Desconfía radicalmente de que la novela sea un reflejo de la realidad. La lucha por encajar ambas cosas le resulta una geometría imposible: “El mundo en sí es para mí redondo y las palabras, cuadradas, adaptar ambos es muy complicado”. La existencia es un presente continuo que se desvanece creando confusión. “Un libro es solo un objeto, con principio y final, en el que a veces podemos convencernos de que cabe algo parecido a lo que es la vida”.
A veces le salen experimentos extraños. Como su anterior novela, Los infinitos, una arriesgadísima batalla de abstracción constante que tenía lugar entre dos mundos paralelos pero ajenos entre los dioses y los hombres. “Espero que a esa novela le haga justicia el tiempo…”, comenta un tanto despistado ante la incomprensión que sufrió.
Antigua luz es diferente: “Aquí pasan bastantes más cosas”. La novela llega en plena fiebre por la literatura erótica. Perdón… “De libros eróticos”, puntualiza, pensando en el boom de Cincuenta sombras de Grey. “Pero esto no tiene nada que ver con dicho fenómeno. No calculo lo que escribo, simplemente lo hago”. Sólo hay que mencionar una casualidad. La protagonista de Antigua luz se llama Gray. “Y me hubiese encantado que fuera mi madre”. ¿Edipo sobrevolando? “No, en absoluto”.
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