En la cuerda floja
Mala letra
Sara Mesa
Anagrama
200 páginas | 16,90 euros
Sara Mesa
Anagrama
200 páginas | 16,90 euros
No hay cicatrices sino heridas que se niegan a cerrarse en las historias de Sara Mesa. De ahí que haya tan pocos finales sellados: el miedo, la inquietud, el dolor y las dudas permanecen ahí, en las fosas comunes de la memoria. Indóciles. El desasosiego tiene en la infancia un terreno fértil y en el primer relato se cuela, entre líneas, una inquietud progresiva que tiene tanto de misterio como de revelación. Pronto sabremos en páginas siguientes que Mala letra no es solo una unión de cuentos sino también una reunión a tiempo parcial de confesiones y confusiones. Descubrir que a la autora le espetaron en el colegio que no sabía escribir como Dios manda (así no se coge el lápiz) permite seguir sin perderse la línea retorcida de unas narraciones extraordinarias que se escapan por la tangente de la aparente normalidad: unas amenazas telefónicas, un compañero que se quita la vida, un niño discapacitado que provoca la crueldad y alimenta la culpa colectiva, un accidente de tráfico que destruye vidas por culpa de una mala decisión… Decía Marguerite Duras que “no hay errores, sólo hay actos extraños”. Y Mala letra tiene sus páginas llenas de actos extraños que, como le pasa a esa publicidad que se convierte en un engrudo en los parabrisas cuando llueve, llegan a ser un rastro incómodo e indeseable con el paso del tiempo.
La fragilidad de la vida está ahí, agazapada en cada pliegue de la existencia, donde las “palabras-piedra” actúan de lastre para adolescentes sometidos al yugo de parientes tóxicos y con demonios siempre al acecho a los que es mejor no despertar. Una historia es especialmente relevante y significativa en el entramado narrativo de Mesa por lo que tiene de modélico mecanismo de turbación para el lector: ese viejo coronel franquista que vive rodeado de suciedad (en todos los sentidos) y decrepitud, esa ruina con un “dolor de siglos” que abre la puerta desnudo a la cartera para entablar una conversación violenta y elocuente. Son páginas de una descarnada transparencia que sirven no solo como autopsia de una vida calcinada sino también como vía de escape para que la autora indague en su propia narración. Y es que la epidemia de dudas que corroe a los personajes no da tregua ni siquiera a la propia escritora, capaz de reivindicar (o confesar o admitir) su escritura como “desagüe” con el que conjurar el peligro escribiendo sobre el peligro. “Dándole forma al horror evitaba la realización del horror”. Escapando y peleando a la vez. De ahí que en sus historias, compartiendo con Patricia Highsmith su interés por las acciones extrañas que pueden arruinar vidas en cuestión de segundos, nada sea previsible, todo puede ocurrir porque, como dice un anuncio de lotería (a Mesa le gusta mucho invocar frases hechas por la publicidad que saltan en los tránsitos cotidianos) la suerte es para mañana. El hoy (no digamos el ayer) es otra cosa: como una “granada mordida y abierta y eterna” las heridas que no admiten cicatrices se hacen visibles cuando menos te lo esperas, consecuencia directa de caminar por “la cuerda floja” sintiendo los empujones de palabras que se desdoblan enigmáticamente en “pequeños instantes” donde “algo se quiebra y todo cambia”. Mesa captura el desconcierto de personajes normales y dolientes y los somete a un escrutinio implacable pero nunca despectivo para desvelar su rabia, su mala con(s)ciencia y sus peores pensamientos (hay quien mata con ellos). Y lo hace con buena letra en renglones retorcidos que, como ocurre en el impresionante relato de los niños y su “papá de goma”, dejan al lector con la mente en vilo.
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