“Ahora se chapotea en la lengua”
El escritor Javier Marías inicia la serie de entrevistas 'Así pasen cien años', que lanza una mirada al futuro a través de personajes ilustres del mundo de la cultura y las ciencias.
El escritor se muestra pesimista con lo que nos depara el siglo XXII, salvo en lo que respecta a la técnica y a la tecnología.
Usted dibujaba en una entrevista reciente un panorama actual poco halagüeño. “Vivimos”, decía, “en una época tonta, especialmente estúpida y con una enorme pereza mental en gran parte de la gente. Me parece grave porque no tiene casi vuelta de hoja”. Si ve así nuestro tiempo, ¿cómo vislumbra el rostro de la humanidad mañana, la del siglo XXII? Partiendo de la base de que es casi imposible hacer un ejercicio de imaginación, no digo ya de otra cosa, cien años son tantos… Es más, empezaría por decir que siempre son muchos. Basta pensar que ahora se ha estado celebrando, conmemorando mejor dicho, la Primera Guerra Mundial, la guerra de 1914. Y si uno piensa todo lo que ha habido en medio de estos cien años…
Pasan muchas cosas en un siglo, sí… Yo diría que hoy en día es aún más tiempo de lo que ha sido a lo largo de la historia. Desde hace unos cuantos años está pasando una cosa muy rara y para mí muy angustiosa. El tiempo, por decirlo de alguna manera, está alcanzando al tiempo. Esto lo he dicho, yo creo, en alguna ocasión… El presente ya es pasado; el presente ya es percibido como pasado. Lo que acontece inmediatamente pasa a engrosar las filas de lo ya pasado. Se pueden buscar ejemplos inocuos. Uno saca un libro, o alguien estrena una película, y en el momento en que ya sale, se puede leer “se estrena”. Ya deja de interesar, o de importar. Rápido: ¿qué viene ahora? Parece como si las cosas, por el mero hecho de hacerse presentes, pasaran inmediatamente hacia el pasado.
Ocurre con casi todo, ¿verdad? Pues sí. Hace poco decía en un artículo que Felipe VI empieza a parecernos rutinario. Pedro Sánchez, que hace pocos meses que lo han elegido, empieza a parecer ya, no sé, qué antiguo es este hombre. Todo va acelerado. También mi padre lo observó una vez, hace muchos años. Él decía, por ejemplo, que comparativamente la humanidad ha cambiado mucho menos entre el siglo V antes de Cristo y 1850, que entre 1850 y el presente. Y decía cosas muy sencillas y verdaderas. Es decir, durante todos esos siglos, la gente se desplazaba a pie, a caballo, con rueda; o por barco y similares. Para comunicarse, había que mandar una nota escrita, o una carta, y nada más. Es decir, no había telegramas, no había, por supuesto, teléfono, no había absolutamente nada. Fíjese ahora. Todo es inmediato. Y no le digo nada en el futuro.
Decía usted que actualmente vivimos en una sociedad tonta. Y lo peor, de cara al futuro, de ese siglo XXII por el que me pregunta, es que hay una serie de cosas que me parecen cada vez más irreversibles. Hay gente que piensa que la historia va por ciclos, que hay épocas más tontas y otras algo más inteligentes. Pues yo tengo la sensación de que llevamos ahora demasiados años en que más bien ha habido una especie de deterioro intelectivo, no digamos intelectual, que eso ya es otra cuestión, sino intelectivo general de la humanidad.
No así en las ciencias… Por supuesto. En las ciencias, y en los avances técnicos y tecnológicos. Es extraordinario. Incluso en medicina. El optimismo que se puede tener pensando de aquí a cien años va siempre por ese camino. El de la técnica, de la ciencia, de los avances tecnológicos, que probablemente seguirán siendo muy beneficiosos. Pero…
Pero será peor en otros aspectos. Soy muy pesimista respecto a la evolución de la mentalidad, llamémosla así, del género humano. Me da la impresión de que cada vez la gente tiende a ser más simple, más bruta… y con ufanía de ser bruta. En otras épocas no sabían mucho porque no habían tenido oportunidad. Pero digamos que no había una ufanía de eso, en absoluto. Al revés, había como una especie de añoranza de no haber accedido a una educación, y eso era siempre muy conmovedor. Había incluso una especie de pudor, de vergüenza. Pero esta actitud de complacencia en la ignorancia es la que me invita a pensar que la cosa es irreversible.
¿Y a qué se debe este embrutecimiento? No me extrañaría que una parte hubiera sido inducida por los responsables de la educación. Se ha convencido a la gente de que, al fin y al cabo, sobre todo desde que existe Internet, todo está ahí. Es decir, si uno necesita un dato determinado, pulsa unas teclas y lo encuentra inmediatamente. Es una información momentánea y utilitaria, simplemente utilitaria, y que por tanto no hace falta ni acumular, ni saber, ni estudiar, ni nada por el estilo. No le resto valor, pero otra cosa muy distinta es la posesión de la instalación en su conocimiento. Del mismo modo que otra de las cosas que me han preocupado mucho, y a la que veo también muy mal futuro, es el uso de la lengua.
Hábleme de la lengua que emplearemos en el siglo XXII. No sé, de aquí a cien años qué se va a hablar, porque cada vez hay más personas que no tienen dominio de la lengua. No es cuestión de cultura. Cada uno hablaba, digamos, a su nivel, con su vocabulario más o menos amplio, o más o menos limitado. Pero hablaban con aplomo, con seguridad y con una buena instalación en la lengua, cada uno en su nivel de léxico, o de capacidad para construir frases acabadas y más o menos inteligibles. La sensación que yo tengo es que ahora la gente chapotea en la lengua. Todo se confunde, todo se mezcla, da la impresión de que todo sirve; la gente, además, parece que anda muy mal de oído. El otro día oí a un corresponsal –¡por favor, a un corresponsal!– en una ciudad europea diciendo: “No sé quién fue pillado en un fragantis”. Todo esto me parece gravísimo, y temo que vaya a ir a más. Y ya se sabe que la manera de expresarse influye mucho en la manera de pensar.
Me gustaría que hiciéramos un repaso sobre algunas cuestiones de cara al siglo XXII. Por ejemplo, la desigualdad tan tremenda que domina la sociedad de hoy en día. ¿Podremos aguantar así hasta entonces? No, no, de ninguna manera. El capitalismo llamado salvaje es muy tonto, muy torpe. No se da cuenta de que esa especie de creencia que se ha instalado, quizá a partir de la caída del Muro, de que ya no existe la posibilidad de otro mundo, es artificial. Es decir, no hace falta que haya una superpotencia a la que se tema, o que pueda financiar a grupos en cada país. La gente tiene una capacidad de aguante determinada, y superarla puede provocar estallidos y hartazgos. Se van viendo ya avisos de eso. Esa desigualdad cada vez mayor es algo que literalmente clama al cielo, y no, no creo que sea sostenible. O los responsables de todo eso, políticos, financieros, banqueros y grandes empresarios, dicen: “Oye, vamos a reducir un poco esta locura porque se nos va de las manos”, o efectivamente se acabará yendo de las manos. ¿Puede haber una revolución como la de 1917? Parece raro, pero no es en absoluto descartable.
¿Le preocupan asuntos como la superpoblación o el cambio climático? Debo reconocer que de una manera muy tangencial. Yo tengo una postura que se podría llamar egoísta, no sé. Es una cierta sensación de que lo que venga después de que yo no esté aquí me atañe poco. A mí personalmente. Es decir, quizá porque no tengo hijos, aunque tengo gente joven alrededor a la que quiero mucho, y evidentemente desearía que pudieran vivir en un mundo lo mejor posible. Ante estas cuestiones me cuesta tener una preocupación sentida, llamémoslo así. Evidentemente de vez en cuando dices: “Pero bueno, esta gente de ahora está loca”, porque se están destruyendo realmente demasiadas cosas y esto va a tener unas consecuencias espantosas. Pero enseguida me entra el egoísmo de pensar que no lo voy a ver, que a mí no me va a tocar.
¿Y la superpoblación? Lo que sí me subleva es que haya todavía, y no solo por la superpoblación, una Iglesia como la católica que esté condenando cosas como el condón. Eso tiene repercusiones, no solo para la superpoblación indeseada o indeseable en muchos sitios, sino también para la transmisión de enfermedades. Hay mucha gente a quien le influye, por ejemplo, en África.
Las religiones… Lo peor no es solo que siga esta Iglesia, lo peor es que han vuelto con fuerza algunas que parecían más en sordina. Parece mentira. Si uno piensa en los años setenta, no nos imaginábamos que hubiera esta eclosión. Y pensando en la sociedad de dentro de cien años, también me parece muy preocupante esta especie de regresión generalizada que se está produciendo, en el ámbito mundial, hacia un cierto primitivismo y un cierto grado de superstición. Cada vez es mayor, y eso realmente era bastante inesperado hace cuarenta años. Viene acompañado, además, por un fanatismo exacerbado. Me preocupa mucho un futuro cada vez más religionizado, por así decir.
¿Habrá entonces religiones cada vez más fanáticas y extendidas, o apuntan a su desaparición gracias a la ciencia, al conocimiento? Difícil saberlo, de aquí a cien años. Pero, dada esa regresión, no me extrañaría que el fanatismo, y la fe, que siempre es una forma de fanatismo, crecieran en todos los ámbitos. Hay un auge de la superstición, de la eliminación de los matices, y sobre todo de la complejidad. Se buscan cada vez más eslóganes, per se simplistas. Ideas básicas, posiciones extremas, causas con las que dar sentido a la existencia. Todo se profesa como religión: la defensa de los animales, la defensa de la bici, del ecologismo. La gente se irrita ante la mera disidencia, tiene afán por prohibir cuanto no le gusta. No me extrañaría, por tanto, que creciera la vehemencia y la irracionalidad de las religiones más extremas. Por cierto, hay un asunto que me inquieta aún más de cara al futuro. ¿Sabe cuál es?
No sé, dígamelo. Las multinacionales y los ejércitos privados. El enorme poder de las multinacionales, que en muchas ocasiones está por encima del de los Estados. Hacen y deshacen sin control. Pagan impuestos o no, según les conviene. Nadie las controla. Estamos en sus manos. Pero todavía puede ser mucho peor, porque hay otro aspecto atroz, del que nadie parece ocuparse, y que puede hacer del siglo XXII una auténtica pesadilla: los ejércitos privados. Me parece enormemente preocupante y nadie habla de ello. Hablé de eso de otra manera en mi novela Tu rostro mañana, basada parcialmente en una realidad en la cual los servicios secretos ingleses, después de la caída del Muro, empezaron a ofrecer sus trabajos a grandes empresas, a multinacionales. Y claro, llega un momento en el cual los personajes de esa novela dicen: “Bueno, pero de verdad, ¿a quién estamos sirviendo?”. Y es que en el fondo, directa o indirectamente, pueden estar al servicio de un cartel, de alguien con el suficiente dinero para pagarlos. Y claro, si eso ya en los servicios secretos puede ser grave, imagínese que pueda haber ejércitos que estén a la orden de vaya usted a saber quién… Me parece enormemente preocupante, y no entiendo cómo se permite y cómo se silencian sus actividades. Desde que se habló de Blackwater (hoy se llama Academi) y sus desmanes en la invasión de Irak, ya no hemos vuelto a saber nada de estos ejércitos. Y seguro que no están parados. Eso sí me preocupa de aquí a cien y a doscientos años: que el mundo pudiera acabar controlado por mercenarios, así de simple. Le he sorprendido…
… Y asustado. Oiga, usted que es muy urbanita, ¿cómo ve las ciudades del siglo XXII? Lo más que alcanzo a imaginar, dada ya la tendencia actual de alcaldes y gobernantes en general, es la destrucción de cuanto es aún grato en las ciudades. Nos las están arrebatando a los habitantes para convertirlas en grandes escenarios y grandes negocios, en sitios en los que celebrar espectáculos, sean para turistas o para los ociosos, que son y serán cada vez más. Imagino que en el futuro habrá barrios acaudalados, y que cada vez estarán más blindados. La vida espontánea y natural, es decir, el transcurso, irá siempre a menos. Blade Runner ya está aquí en gran medida, y no es descabellado pensar que se instalará plenamente: una mezcla de lujo y depauperación, sin apenas solución de continuidad.
Usted siempre ha sido muy celoso de su privacidad. ¿Cree que las nuevas tecnologías, Internet por ejemplo, con todos los datos personales que circulan de un sitio a otro, junto con las cámaras de control o los drones de vigilancia, dejarán espacio para ella? La gente no tiene interés en defender su privacidad, ya ahora. Al contrario, la mayoría desea ser visto, espiado, controlado, por puro narcisismo y por puro exhibicionismo. Así que no preveo que la gente vaya a quererse defender de la pérdida de privacidad. Al contrario, cada vez va a permitir un mayor espionaje. Personalmente me parece catastrófico, pero me doy cuenta de que en esa percepción estoy casi solo. Todo podrá saberse de todo el mundo, en el momento en que decida saberse. La única manera de defenderse –y yo, desde luego, sí querría hacerlo– será no tener ordenador, ni móvil, ni nada mediante lo cual se puedan rastrear nuestras actividades y desplazamientos. Difícil manera de estar en el mundo, luego muy poca gente optará por ella. Los drones se utilizarán para todo lo habido y por haber. Soy de la creencia de que cuanto puede hacerse, se acaba haciendo, aunque no sea obligatorio ni recomendable. Si se fabricaron bombas nucleares, ¿qué impedirá que los humanos se clonen, o que los drones y otros artefactos espíen a las personas a través de techos y paredes, y llegue a saberse lo que cada uno hace en su casa? Un mundo sin secretos será un mundo horrible, además de pobre. Pero me temo que eso es lo que nos espera.
Y dígame, ¿se seguirán escribiendo novelas en el próximo siglo? Yo creo que sí, porque la novela es un género extraordinariamente fuerte, extraordinariamente resistente y extraordinariamente sensible. Es más, y decir esto no es ninguna originalidad, es un género incluso voraz. La novela ha incorporado todo tipo de cosas. Ha incorporado la poesía, ha incorporado el ensayo, ha incorporado la filosofía, ha incorporado el pensamiento. Es novela Alicia en el País de las Maravillas, es novela El Quijote y es novela el Ulises.
¿Será una actividad minoritaria, esta de escribir o incluso leer novelas? Dentro de cien años la novela será igual de minoritaria que ahora, o igual de minoritaria que hace un siglo. Siempre lo ha sido, incluso cuando un libro se vende y se lee muchísimo. Siempre es algo minoritario, y la gente no tiene mucha idea, por ejemplo, de lo que se vendía de autores que consideramos clásicos. Pero a Baroja o Valle-Inclán se les hacía una primera edición, a lo mejor de 2.000 ejemplares, y tardaba en agotarse varios meses o años. Evidentemente, en la misma época Blasco Ibáñez vendía mucho más, claro. Siempre habrá unos autores más populares que otros, es evidente… Quizá en el siglo próximo la novela será aún más minoritaria que ahora, no sé, pero seguirá. Y lo hará, además, porque es difícil de abolir, por así decir, el gusto y la necesidad no ya de contar historias –a veces hay novelas en las cuales ni siquiera hay historias–, sino de tener una representación más o menos armónica y ordenada de la persona o del hombre, en el sentido genérico, y del mundo.
Javier Marías
Madrid, 1951. Ha publicado recientemente su novela número catorce, Así empieza lo malo, y ya ha superado los 100.000 ejemplares de tirada, convirtiéndose en otro éxito más en esa larga lista que comenzó con la publicación de Los dominios del lobo. Tenía entonces 19 años. La obra de Marías se mueve entre cifras asombrosas: 8.000.000 de ejemplares vendidos, con traducciones a 43 idiomas y editada en 54 países. Los enamoramientos, su penúltima novela, aparecida en 2011, ya ha superado los 250.000 ejemplares de venta solo en España. Los premios de prestigio, nacionales e internacionales –se ha convertido en un lector de culto en el extranjero–, le han llegado por decenas. Y eso, como él mismo reconoce, con una escritura no precisamente vulgar ni populista. Arriba, en una fotografía de 1995.
¿Y poesía? La poesía quizá es más dudoso. Puede que solo sobreviva como letras de canciones. En la medida en que las letras de canciones pueden ser poesía a veces, ¿no? Porque la poesía sí está como cada vez más arrumbada. Es difícil pensar que vaya a haber un día un auge grande, y no digamos comparable al de otros tiempos, en los cuales la gente culta, e incluso no tan culta, a veces se sabía versos enteros. Era un género más popular.
Decía que la poesía continuará como letras de canciones. ¿Pero habrá canciones? Seguro. No me cabe duda de que seguirá habiendo música. Para mí la música es el arte más elevado, y probablemente el primero de todos. También el más necesario. Así que seguro que seguirá habiendo música. No sé cómo, pero la habrá.
Usted es un cinéfilo empedernido, ¿veremos cine en el siglo XXII? El cine en cierto sentido se podría decir que casi no existe. Ahora mismo debo confesar que estoy planteándome no ver nunca más en DVD los extras, o bonus, o como se llamen estas cosas añadidas a las películas. Una cosa que, por ejemplo, a mí me tiene muy deprimido es que ahora todo es digital. No ya las grandes escenas de masas o de una batalla, que veías por ejemplo en 300, pero era un truco, digamos, consensuado con el espectador. No, no, es que ahora a veces también se pone digitalmente la maleta que lleva alguien. Hay montones de actores que, cuando representan que están comiendo en una escena, en realidad se limitan a mover los labios. Y se nota muchísimo que no están comiendo nada. Y hay menos diálogos, solamente música estruendosa y ruidos. Aunque es obvio que existen excepciones, cada vez es un cine más pueril. Y de aquí a cien años, pues no sé, pero también veo esto difícilmente reversible.
¿Qué va a pasar con las salas de cine? Veo mal futuro para las salas, la verdad. Debo decir que yo también, gustándome tantísimo el género y habiéndome gustado tanto ir a los cines, hace bastantes años que no suelo ir a casi ninguna sala. Me he acostumbrado ya a ver las películas en DVD. Comprendo que es un error, y que no es lo mismo, pero yo me considero muy común, una persona en realidad muy común. Y pienso que si a mí mismo me da a veces pereza irme hasta el cine, y prefiero quedarme en casa… Si a mí, que ha habido épocas en mi vida que iba a tres salas diarias, me pasa eso, pienso que el futuro de las salas es escaso. Me atrevo a pensar que en cien años todo el cine lo veremos en casa…
Pero cambiará la manera de hacer películas. Sí, claro, ya está cambiando. Fíjese en la calidad de muchas series de televisión, desde Los Soprano a Boardwalk Empire. En ellas se mantienen el ritmo, la pausa de las grandes películas, incluso la de algunas muy populares como las que hacía Hitchcock, pero que ahora ya ha desaparecido de casi todo lo que se estrena en cines.
Algo habrá que hablar de los libros electrónicos. ¿Le gustan o le repelen? Pues ni lo uno ni lo otro. Yo no uso el ordenador, ya lo sabe usted. Con lo cual no utilizo otras cosas tampoco, claro. Pero ¿por qué voy a estar en contra?
¿Los conoce? ¿Los ha manejado? No, no los he manejado. Hombre, si la gente prefiere leer así, no veo por qué habría de odiar semejante cosa. Yo ya no me voy a pasar a eso, porque llevo toda mi vida acostumbrado al papel y es lo que me gusta, pero no tengo nada en contra. Mientras se siga leyendo, el soporte me da un poco lo mismo. El único peligro que tienen es el evidente auge de la piratería. Pero esa es otra historia. Tampoco vas a culpar al cuchillo de lo que alguien hace con el cuchillo. La historia de siempre.
Perdón, olvido, venganza, odio, rencor, deseo… ¿Permanecerán en el siglo XXII? Sí… Sería ingenuo pensar que este tipo de elementos, de pasiones, de emociones, llámelo como quiera, puedan variar gran cosa. El mundo en realidad no ha cambiado tanto desde que tenemos memoria de él. Bueno, ha cambiado en muchas cosas, pero no en lo básico. Precisamente por eso creo que todavía se pueden leer la Ilíada o la Odisea, y entender perfectamente ese mundo. Claro que esos sentimientos se civilizan, como la venganza. Pero creo que persistirán dentro de cien años.
¿Qué quedará en el año 2150 de su obra? ¿Alguien leerá Corazón tan blanco? Francamente, no lo creo. Pero por una razón muy sencilla. No es ya por cuestión de modestia o inmodestia, sino porque la idea de la posteridad pertenece al pasado. Ya lo he dicho en alguna otra ocasión. Como hablábamos al principio, las cosas van tan rápido, las cosas son tan antiguas nada más existir, que cuando han pasado cinco años, diez años de algo, es pasado remoto. Pensar que algo de lo que se hace hoy en día pueda pervivir dentro de cien años me parece más quimérico que pensarlo hace un siglo.
Todavía hay tiempo para hablar de la vida en la Luna. O en Marte. Viajar a otros planetas, si fuera factible, me daría una pereza inmensa. Los años que a mí me queden preferiría pasarlos aquí, y a ser posible en un mundo reconocible. Siempre pienso que, para los muy ancianos, lo peor debe de ser ver desaparecido el mundo que conocen. No quisiera que a mí me pasase eso.
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