Manuel Vicent
MANUEL VICENT 8 DIC 2013
Otro cuento de terror. Andan sueltos en la noche varios depredadores sexuales y asesinos en serie, que recién liberados de la cárcel, después de cumplir su condena según la ley, vuelven a merodear por los mismos parajes de entonces. Caperucita, no salgas de casa. Algunos alcaldes preparan batidas para cazar a esos hombres lobos. Esta alarma fomentada por el periodismo amarillo emerge del mismo terror arraigado en la oscuridad del franquismo y recuerda a los cuentos de miedo, que en las noches de invierno nos contaban a los niños en la posguerra junto a la chimenea. Hubo una vez un cazador que, atacado por un lobo, durante la pelea le cortó una garra al animal y la guardó en el zurrón. El caballero, dueño del castillo, le pidió al cazador que le mostrara lo que había cazado y al abrir el zurrón vio con espanto que la garra del lobo se había transformado en la mano de un hombre y en uno de sus dedos brillaba un anillo que el caballero reconoció como perteneciente a su mujer. Cuando el caballero regresó al castillo encontró a su mujer en la cocina curándose el muñón de su mano cercenada. Era una bruja y fue ella, según confesó, la que en forma de lobo había atacado al cazador. Ardió en hoguera. En las noches ateridas de posguerra, durante el franquismo más duro, los hombres lobos podían ser los maquis que bajaban del monte y merodeaban cerca de los pueblos en busca de comida; podían ser también unas misteriosas alimañas, que adoptaban formas de mendigos. Guardias civiles y gentes de orden realizaban batidas y a veces sucedía que el hombre lobo que habían cazado resultaba ser un vecino que se había demorado en volver a casa. Cuatro décadas de represión franquista fueron más que suficientes para que este terror hiciera nido en la nuca de los ciudadanos y creara un légamo en el inconsciente colectivo que ha sido trasmitido a las sucesivas generaciones. No es fácil librarse de esa herencia. Hoy también hay charlatanes de la opinión pública dispuestos a organizar batidas contra cualquier clase de hombre lobo. Piden ayuda a la Guardia Civil, expanden la alarma social y propagan el terror medieval contra cualquier caperucita. En las noches del invierno franquista las llamas de la chimenea figuraban brujas desnudas que ardían en el fuego del infierno.
Otro cuento de terror. Andan sueltos en la noche varios depredadores sexuales y asesinos en serie, que recién liberados de la cárcel, después de cumplir su condena según la ley, vuelven a merodear por los mismos parajes de entonces. Caperucita, no salgas de casa. Algunos alcaldes preparan batidas para cazar a esos hombres lobos. Esta alarma fomentada por el periodismo amarillo emerge del mismo terror arraigado en la oscuridad del franquismo y recuerda a los cuentos de miedo, que en las noches de invierno nos contaban a los niños en la posguerra junto a la chimenea. Hubo una vez un cazador que, atacado por un lobo, durante la pelea le cortó una garra al animal y la guardó en el zurrón. El caballero, dueño del castillo, le pidió al cazador que le mostrara lo que había cazado y al abrir el zurrón vio con espanto que la garra del lobo se había transformado en la mano de un hombre y en uno de sus dedos brillaba un anillo que el caballero reconoció como perteneciente a su mujer. Cuando el caballero regresó al castillo encontró a su mujer en la cocina curándose el muñón de su mano cercenada. Era una bruja y fue ella, según confesó, la que en forma de lobo había atacado al cazador. Ardió en hoguera. En las noches ateridas de posguerra, durante el franquismo más duro, los hombres lobos podían ser los maquis que bajaban del monte y merodeaban cerca de los pueblos en busca de comida; podían ser también unas misteriosas alimañas, que adoptaban formas de mendigos. Guardias civiles y gentes de orden realizaban batidas y a veces sucedía que el hombre lobo que habían cazado resultaba ser un vecino que se había demorado en volver a casa. Cuatro décadas de represión franquista fueron más que suficientes para que este terror hiciera nido en la nuca de los ciudadanos y creara un légamo en el inconsciente colectivo que ha sido trasmitido a las sucesivas generaciones. No es fácil librarse de esa herencia. Hoy también hay charlatanes de la opinión pública dispuestos a organizar batidas contra cualquier clase de hombre lobo. Piden ayuda a la Guardia Civil, expanden la alarma social y propagan el terror medieval contra cualquier caperucita. En las noches del invierno franquista las llamas de la chimenea figuraban brujas desnudas que ardían en el fuego del infierno.
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