El académico Gregorio Salvador, entrando ayer en el salón de actos de la RAE. / SANTI BURGOS. ("El país")
La Real Academia se echa a la calle
La RAE busca una relación más estrecha con el usuario y aprovechar el ‘tirón’ popular del idioma
‘El buen uso del español’, presentado ante 300 estudiantes
ELSA FERNÁNDEZ-SANTOS Madrid 12 DIC 2013
Como nacientes estrellas del rock&roll, micrófono en mano y cruzando el estrado con esa energía propia de los subidones de adrenalina, los académicos de la Real Academia Española coquetean sin complejos con un lenguaje nuevo y quizá algo impropio: el del espectáculo de masas. Imposible no invocar ayer en la presentación del libro El buen uso del español (Espasa) la emoción de Bola de fuego, esa obra maestra de 1941 de Howard Hawks que celebraba el feliz cruce de dos mundos al poner a un grupo de anticuados y tranquilos profesores bajo el mismo techo que una pícara cabaretera, aquella inolvidable Barbara Stanwyck que tumbaba a golpe de vida y habla coloquial todo el saber enciclopédico.
Evidentemente, las lentejuelas no han tomado las salas del viejo edificio de la calle Felipe IV pero ayer 300 jóvenes llegados en autobuses desde León y Madrid asistieron a un acto que pretendía no solo anunciar al nuevo bebé de la casa sino una nueva fórmula de comunicación entre los científicos de la lengua y los usuarios de la calle: el ciclo Conversaciones en la Academia. José Manuel Blecua, director de la RAE, Salvador Gutiérrez, académico responsable del nuevo volumen, y tres escritores-académicos, Soledad Puértolas, Luis Mateo Díez y José María Merino, ofrecieron un aperitivo sobre cómo se puede compartir la norma, su juego y sus reglas, con el gran público. “Los creadores somos francotiradores”, explicó Luis Mateo Díez al referirse a cómo a veces no queda más remedio que traicionar la hoja de ruta para encontrase a uno mismo. “Nuestra relación con la lengua es desatada”, aseguró.
Pero la lengua, y lo confirmó la directora general de Espasa, Ana Rosa Semprún, es hoy el verdadero best seller. “Los libros de la RAE lo son siempre. Con El buen uso del español salimos con una tirada de 20.000 pero llegaremos pronto a la segunda edición. De la Ortografía vendimos más de 60.000 solo en España y de la Gramática más de 40.000”. Un interés sorprendente pero que se ilustraba bien con la caras de atención de los jóvenes llegados de la Universidad de León, del Colegio Nuestra Señora del Buen Consejo y de los institutos Ágora, Ramiro de Maeztu, Cervantes, Margarita Salas, Atenea, Severo Ochoa, Luis Vives, Ortega y Gasset y Luis García Berlanga, todos de Madrid. Desde el estrado arengaban a las filas: el futuro de palabras como pagafantas o after está en sus manos. Vigilantes, descubrían una deliciosa anécdota del fallecido José Hierro. Al salir de la cárcel le preguntaron: “Y usted ¿de qué vive?” y el viejo poeta y académico respondió: “De milagro”.
Imposible no contagiarse de la electricidad de las palabras. Tres estudiantes de filología (dos de hispánica y una de inglesa) explicaban que a la “cruzada” por el español que capitanea desde hace años la RAE se suman hoy gran parte de profesores y estudiantes. “En primero de carrera, nosotros y los de las otras facultades de letras tenemos una nueva asignatura que se llama Español Correcto y que se encarga de enseñarnos las reglas básicas. La verdad es que muchos llegamos a la universidad con las típicas dudas sobre el leísmo pero sin saber que hablamos bastante peor que eso”, admiten sobre una asignatura común y obligatoria en la que, sin ir más lejos, están aprendiendo a usar correctamente un diccionario.
Pero percatarse de lo que ocurre intramuros de la RAE no se limita al mundo académico y una rueda de prensa con su director, José Manuel Blecua, y uno de sus miembros, Salvador Gutiérrez, puede resultar sorprendentemente vibrante. A bordo de eufemismos se habla del mal uso del lenguaje por parte de las supuestas élite sociales en sus correspondencias privadas (“internet no te hace despreciar las normas de le lengua sino no haberlas aprendido en su día”, apunta Salvador Gutiérrez); de la maltratada educación (“el gran problema es que quien no sabe leer de manera profunda con 13 y 14 años ya no aprenderá nunca”) o de ese apasionante pulso entre el léxico y lo políticamente correcto. Llegados a este punto Blecua echó mano de Marx. “Una sociedad antiesclavista de Uruguay nos ha pedido que quitemos la expresión trabajar como un negro. ¿Para qué? ¿Para poner trabajar como un chino? Hay que tomarse las cosas con más calma y relativismo. Las sociedades no se modifican desde el léxico. Si vivimos, como decían los marxistas, en la contradicción, tenemos que asumir esa contradicción. El diccionario no es un remediador social y querer que lo sea es una utopía”.
Blecua, defensor de los principios lexicográficos, recordó el complejo equilibrio de un futuro diccionario que, acabado desde el pasado mes de julio, con 20 millones de matrices y 200.000 definiciones, está ahora en pleno proceso de revisión para llegar a manos editoriales la próxima primavera, y al público, seguramente, en un año. Justo a tiempo para poder repetir lo que Salvador Gutiérrez, micrófono en mano, aclamó ayer con entusiamo publicitario: “Aunque estamos en la primera semana de adviento, en la Academia tenemos una nueva criatura y por eso en la Academia ya es Navidad”.
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