La ensayista italiana Francesca Serra. / DESIRÉE RUBIO ("El país")
Apología de la ‘pornolectora’
En 'Las buenas chicas no leen novelas' la ensayista italiana Francesca Serra desmenuza el concepto de ‘pornolectora’
VERÓNICA CALDERÓN Madrid 19 FEB 2013
¿Qué es una pornolectora? Si usted es una lectora —ojo, que no lector: lectora—usted también lo es. Al menos eso es lo que expone la ensayista italiana Francesca Serra en el libro Las buenas chicas no leen novelas (Península). “Todas lo somos, incluidas las monjas y las solteronas”. ¿Y qué encierra el estrambótico concepto? “Los libros pensados como productos de consumo para un estereotipo femenino”, explica en una librería en el centro de Madrid. Un sistema que comenzó “desde la Revolución Industrial” pero cuyo ejemplo más flagrante y más reciente es la serie Cincuenta sombras de Grey, que ha vendido la friolera de 20 millones de libros en todo el mundo.
Si bien las andanzas del poderoso-guapo-dominante-macho Grey y la sumisa Anastasia son quizá el caso más nuevo de la existencia de eso que Serra llama pornolectora, el antecedente más antiguo sería Madame Bovary, la tan liberada como desgraciada heroína de Gustave Flaubert. La publicación por entregas de la novela, a mitad del siglo XIX en plena Revolución Industrial, marca la irrupción de la lectora (o de lo que los editores pensaban que debía ser una lectora), según describe Serra. Emma Bovary es una chica mala: “Una gran lectora, una gran adúltera y con una sexualidad a flor de piel”, dibuja. Y también “una consumidora voraz”. ¿Cómo las chicas de Sexo en Nueva York? “¡Exacto!”, exclama. Ropa, cosméticos, sexo, mucho sexo y muchísimo drama. En sus palabras: “Madame Bovary fue la primera chica Cosmo”. Un feminismo empaquetado y listo para llevar. Y que, evidentemente, no es exclusivo al mundo literario. “Es un producto para satisfacer a un nicho del mercado”.
Las buenas chicas no leen novelas desgrana con inteligencia, ironía y mucho sentido del humor los estereotipos que rodean al feminismo de zapatos de tacón. Se trata de un ensayo que va al grano y que responde con inteligencia y elegancia a los más rancios estereotipos de la mujer “rebelde” que sueña con su Rodolphe Boulanger, su Christian Grey o su Mr. Big. Una lectura interpretada “como una emancipación” y que, reconoce, lo es hasta cierto punto pues el libro había sido considerado como un producto “elitista y masculino”, pero que aun así coloca a las lectoras como un uniforme público femenino. “Nadie le pregunta a un hombre qué hace además de ver fútbol”, ejemplifica.
La pornolectora, explica la crítica italiana, se encuentra en la imagen de Marilyn Monroe leyendo el Ulises de Joyce y en el enjambre de lectoras que rodean al escritor. Leen no solamente con la cabeza, sino con todo el cuerpo, “a diferencia de los hombres intelectuales, que leen ensayos y poesía”, explica. “La pornolectora no lee por conocer, sino por vicio o culto”, comenta. Como dice en uno de los apartados de su irónico ensayo: “Los libros y las prostitutas se llevan a la cama”. Destaca que no habla de las muchas escritoras que escapan a la corriente, sino que su intención es solamente “alertar” de lo que se define como “literatura femenina”.
De Emma Bovary a Carrie Bradshaw, ¿se ha avanzado? Serra mira el vaso medio lleno, aunque subraya que “muchas de las mujeres, acostumbradas siempre al anonimato, siguen siendo consumidoras pasivas”. La fantasía vendida en muchas de estas novelas, “de dominación”, es predominantemente “masculina”, comenta. Al igual que las mujeres que ocupan puestos de poder y decisión “no solamente en el mundo editorial” son una clara minoría. “La lectura, la buena lectura, sigue siendo para una élite”. Eso sí, mientras que tras su intensa vida, Madame Bovary no escapó a un destino trágico, la heroína de Sexo en Nueva York, Carrie Bradshaw, terminó su cuento de hadas vestida de Dior y —¿dónde más?— en París. Algo se habrá avanzado.
* Las buenas chicas no leen novelas. Francesca Serra. Editorial Península. 144 páginas..
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