Pilar Paz Pasamar
HIDE-AWAY
La casa está situada al
filo, en la ladera
de la montaña. Pájaros
carpinteros
repican sobre cueros
vegetales. Los árboles
se dejan horadar. Siguen
siendo los mismos.
Un huerto con almendros
e higueras, el camino
sinuoso de chumberas,
azaleas y cardos.
Enfrente está La Madre,
piedra en un solo cuerpo,
un lítico regazo
coronado de nubes.
La casa no se advierte
desde la carretera,
ningún transeúnte avista
su cercana presencia,
tan solo los cernícalos,
los ojos suspendidos,
las aves que preparan el
chillido de ocaso.
Cruzan venados por las
crestas altas,
se desliza la sierpe
junto a las codornices.
La casa es muda y ciega,
blanca e imperceptible
su longitud de nieve, su
ardido camuflaje,
oro de soledad renovado
en las horas,
tramo de la escalera
prendido a su clausura,
el interior absorto se
inflama, hace reclamo.
Y no hay tiempo más
grave, ni solemne ni hermoso
que el que acapara este
refugio embrionario
donde la savia inflama
vegetales arterias
y el polen se derrama en
busca de destino.
Frente a la noche
inmensa, frente a los altos riscos,
donde todo lo vivo bulle
y cambia y transforma,
la ceniza y el hueso son
abonos fecundos,
fango y piel del
detritus que se hará primavera,
toda hecha de silencios
continuos, precavidos,
átona e inconsciente
sinfonía que vuela,
todo huésped sumiso a
reglas maternales,
y en hora exacta, el
hecho prodigioso:
Reclama ya su turno la
Escondida…
¡La casa enfrente que en
silencio vuela!
(La
Escondida-Grazalema 2005)
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