Fernando Savater
FERNANDO SAVATER 2 JUL 2012
Es evidente que la crisis económica y sus consecuencias demoledoras en el Estado de bienestar europeo, la indignación contra los mercados financieros asilvestrados, el levantamiento popular contra las satrapías del norte de África, las alteraciones climáticas que las cumbres internacionales no logran evitar, etcétera… han conmocionado las bases rutinarias de las democracia establecidas. Cada vez resulta más claro para más gente que el sistema no puede funcionar poniendo el piloto automático o dejando que los profesionales de la política sigan cooptando entre ellos apaños cada vez más ineficaces. Más allá de demostraciones de descontento comprensibles, pero que a veces favorecen el regreso de opciones totalitarias (tanto la extrema derecha como la extrema izquierda están permanentemente indignadas contra la democracia y se aprovechan de la confusión) parece urgente no quizá refundar sino al menos reactivar la democracia. Pero ¿cómo?
Abundan las propuestas de diferente signo, que a veces —siguiendo la moda del celebérrimo panfleto de Hessel— adoptan en su título el modo imperativo. No será la primera vez que la rebelión comience obedeciendo la orden de rebelarse… Paolo Flores d’Arcais es uno de los intelectuales italianos que más han luchado por la recuperación de una conciencia cívica en su país, secuestrada a medias entre Berlusconi y el papado. Director de la revista Micromega, de referencia para todos los demócratas europeos con espíritu libertario, y seguidor ilustrado de Hannah Arendt, acaba de publicar un breve libro —Democrazia! (editorial Add, Turín)— afortunadamente más y mejor argumentado que el ¡Indignaos! de Hessel, aunque responde a una urgencia semejante.
En su apretado prontuario, Flores d’Arcais repasa los fundamentos de la democracia moderna, pero también los obstáculos actuales que la bloquean o pervierten. Para él, la ciudadanía no es un derecho adquirido en el que reposar sino una permanente exigencia de militancia... lo cual contraviene nuestros tiempos abúlicos, en los que muchos despotrican pero pocos están dispuestos a sacrificar algo de su comodidad en informarse a fondo y reunirse con otros para reivindicar los cambios necesarios. Sin embargo, piensa Flores d’Arcais, sólo hay democracia donde se lucha por la democracia. Un combate que pasa por enfrentarse a toda ilegalidad, privada o institucional, por exigir respeto a la verdad de los hechos y laicismo que separe la esfera pública de cualquier dogma religioso, defender la lógica racional y la ilustración en todos los planos, suprimir la influencia corruptora del dinero en el horizonte político y propiciar la redistribución constante de la riqueza a través de un Estado que no renuncie a procurar el bienestar de la mayoría, así como una fiscalidad vigilante y progresivamente progresiva, etcétera... En cuanto al plano moral de la democracia, el resumen de su ética es la coherencia entre lo que conocemos, lo que deseamos y la forma en que nos comportamos socialmente. ¿Un repertorio de sueños e ilusiones? Quizá lo ilusorio sea imaginar que seguiremos en democracia si renunciamos a ellos.
Ese reactivamiento democrático tendrá que ser no sólo local, sino mundial. Es lo que pide el Manifiesto por una democracia global, dirigido a todos aquellos que quieran ser ciudadanos del mundo y no meramente sus habitantes. Ante la globalización de las finanzas, las cadenas productivas y los medios de comunicación, así como el poder planetario de las tecnologías destructivas, es imprescindible la globalización de las instituciones democráticas de regulación y control. Esta demanda, que encierra una voz de alarma, la han firmado intelectuales de todo el mundo como Zygmunt Bauman, Ulrich Beck, Richard Sennett, Noam Chomsky, Susan George, Giacomo Marramao, Mary Kaldor, Juan José Sebreli, Abdullahi Ahmed An-Na’im, Vandana Shiva, Roberto Saviano, etcétera... y va a ser presentada en capitales de todos los continentes a lo largo de este año y del próximo. Como tantas otras iniciativas, ésta puede quedarse en un brindis declamatorio: depende de todos nosotros. Porque nada se hará si creemos que nada puede hacerse.
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