El hispanista Ian Gibson, conversando en una tasca de Lavapiés. / CLARA NAVASCUÉS ("El País")
Ian Gibson mete acción literaria a la Gloriosa en ‘La berlina de Prim’
El hispanista juega al ‘thriller’ político en su nueva novela ambientada en la Primera República
El libro obtuvo el premio Fernando Lara
JESÚS RUIZ MANTILLA Madrid 11 JUL 2012
Hay paralelismos inconscientes que son recurrentes entre los hispanistas que se admiran entre sí. Ian Gibson llegó un día a España tras los pasos que Gerald Brenan marcó buscando el lugar donde podría reposar difícilmente en paz Federico García Lorca. Eso dio lugar a una exhaustiva investigación sobre aquella vergüenza aún hoy con sombras. También Brenan comenzó a explicar las causas de la Guerra Civil desde la restauración en esa obra maestra que es El laberinto español. Hoy Gibson ha escrito La berlina de Prim, una novela sobre lo que dio lugar a aquello, el fracaso de la revolución Gloriosa, con la que ha conseguido el Premio Fernando Lara.
Lo que Gibson no quisiera para sí para seguir con los paralelismos es que le conservaran años en formol. Es lo que hicieron con Brenan en la universidad después de que él decidiera donar su cadáver a la ciencia. “Lo tenían ahí, entero. ‘Está mejor que nunca’, me dijeron una vez que fui a ver su cuerpo. No se atrevían a hacer nada con él. ¡Era Gerald Brenan!”. Hasta que lo enterraron en el cementerio de Málaga.
Allí también murió fusilado Robert Boyd, un irlandés pelirrojo y liberal que se comprometió con Torrijos contra la mugre de Fernando VII. Gibson le atribuye un hijo ilegítimo nacido en Gibraltar, Patrick Boyd, que 40 años después regresará a España como curtido periodista londinense a investigar la muerte de su admirado Prim.
Fueron muchas las razones y sinrazones que llevaron al asesinato de Juan Prim, aquel general altivo a quien no le dolían prendas en decir: “Todavía no se ha inventado la bala capaz de matarme a mí”. Una no, pero ocho, que fueron las que se le trabaron en el cuerpo hasta llevarle a la muerte tras una emboscada en la calle del turco –hoy Marqués de Cubas-, resultaron suficientes. El hecho fue uno de los enigmas más recurrentes en la historia de España, algo que intrigó a historiadores, políticos, ejército, intelectuales y ciudadanos en toda Europa.
El país en la época de la Gloriosa era un nido de arpías y conspiradores. “Prim había promovido una revolución para derrocar a Isabel II, pero quería instaurar una monarquía”. El elegido fue Amadeo de Saboya. Eso desató todas las conspiraciones por parte de quienes quedaban sin opciones. “Esto era un polvorín de inestabilidad como describe John Hay, el diplomático de Lincoln en España, en su libro ‘Castillian days”. Para Gibson es una pena que no esté traducido. “Su análisis es fascinante. Entonces, como en cierto sentido pasó también con Alfonso XIII en los días previos a la II República, cuenta Hay que los Borbones actuaban de manera frívola”.
Pero entre conspiradores y nostálgicos también había espacio para gentes nobles, como el joven Benito Pérez Galdós, que aparece en el libro tratando de dar pistas a Boyd. “Está claro que Galdós no lo veía claro en aquella etapa…”, comenta Gibson. O el señor Machado Nuñez, gran defensor de Darwin, representante de una España moderna y anticasposa que fue, entre otras cosas, abuelo de don Antonio Machado, el poeta eterno a quien Gibson dedicó una exhausta biografía.
Pesa un poco el rigor del historiador frente al novelista. No ha podido dejar volar su imaginación Gibson sin antes encerrarse a husmear una pila de documentos. “La próxima vez me desmelenaré más”, promete. Pero ha descubierto cosas fascinantes. “El sumario fue una vergüenza, está en el despacho del decano de los juzgados de Plaza de Castilla, sin digitalizar”.
Sólo espera Gibson levantar algo más la liebre sobre un asunto del que quedan incógnitas. “Fue un episodio crucial que explica muchas cosas de nuestro presente y aún se desconoce. Solo quiero llamar algo la atención sobre el tema”.
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