Javier Lostalé
Todos somos niebla. Nos deshabitamos cada vez que otro ser
tiembla su voz inaugural en nuestra sangre,
y ponemos luego la memoria al nivel de la bruma del mar
para abrazar el transparente cuerpo de lo perdido.
Todos somos niebla. Buscamos una mano
y por un precipicio de silencio resbala
la inocencia muerta de su tacto.
Sobre su cadáver crecen las yemas de nuestro sueño.
Todos somos niebla. Pronunciamos una palabra
y el eco nos devuelve olvido.
Pero el corazón, al no tener cura,
navega tan alto como una estrella.
Todos somos niebla. En un rostro besamos nuestra propia herida para envejecer después sostenidos por aquella llama de sombras. Todos somos niebla. Miran siempre lo ojos lo que nunca ven
y así se torna la vida anunciación de un tapiado jardín.
Todos somos niebla. El pensamiento carboniza lo que desvela
hasta alcanzar la grávida invisibilidad del abandono
y despertar todavía imágenes con nuestro ojo de vuelo desierto.
El mundo es niebla. Confusos pasos por dentro.
Deslumbrante ceguera de que se abre mientras se cierra.
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