Gustavo Martín Garzo
Don de la ebriedad
Claudio Rodríguez, 1953
Claudio Rodríguez se enfrenta en este libro al gran problema de la literatura mística: cómo expresar lo que por propia naturaleza es inexpresable. Don de la ebriedad es un libro que entronca con san Juan de la Cruz y que hay que leer como un solo poema. Un poema que habla de la claridad y que sin embargo se torna oscuro a medida que lo leemos, y deja de ser inteligible, como si la poesía no estuviera tanto en lo que decimos sino en lo que no podemos decir. Sólo tenía diecisiete años cuando lo escribió, es uno de los grandes milagros de nuestra literatura.
Claudio Rodríguez
Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.
Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!
Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?
Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.
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