Ricardo Piglia
Blanco nocturnoRicardo Piglia
Anagrama. Barcelona, 2010
302 páginas. 19 euros
Quizá lo más notable de la obra de Ricardo Piglia es que escribe libros (sean de narrativa, de crítica o un híbrido de ambos) de los que, una vez publicados, no podemos prescindir. Esto no es un elogio, sino una constatación. Los apenas cuatro meses transcurridos desde la aparición de Blanco nocturno parecen desenvolver un tiempo mucho más amplio, como si la novela llevara ya años publicada. Sin duda es fruto de su repercusión. Pero también se trata del efecto exclusivo de una obra que, a la vez que se rige por el apremio de la convención, desborda esos límites y problematiza su propuesta. Aquí la convención es la novela policiaca y de investigación (que no se reduce a la aclaración del crimen) y la recuperación (sin alarde reivindicativo) de lo rural como un espacio cerrado que incrimina a los personajes con sus chismorrerías y equívocos. Un pueblo de la llanura argentina que concentra el laberinto de la gran ciudad. En la obra de Piglia no hay situación narrativa que no requiera agregar alguna nota discordante a la exhibición de sus códigos. En esta ocasión le ha tocado dejar en el aire la apostilla de descubrir al criminal. Para los partidarios de la novela policiaca al uso, Blanco nocturno tal vez defraude sus expectativas. Pero la novela prescinde de esa necesidad de reordenación moral porque no quiere tranquilizar al lector. Quien busque sosegar sus nervios se ha equivocado de texto. La trama criminal no se implanta aquí con la reclamación de despejar incógnitas, sino para revelar la admirable maquinaria con que se construye una novela. Imprescindible, ya se dijo.
Francisco Solano
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