En "El Día de Córdoba", esta semblanza de Pablo García Baena, por Matilde Cabello:
El 29 de junio de 1921 había fuegos artificiales en la verbena de San Pedro, bailes y conciertos; el alcalde Sebastián Barrios tomaba posesión por Real Decreto y la música amenizaba los grises mudos del Ideal Cinema; Marlene Dietrich exhibía sus 20 años por los clubes berlineses de segunda y en la casa número 5 de la calle de Las Parras, se escuchaba el primer llanto de Pablo García Baena. En el Registro le impusieron por nombre Rafael y, en el bautizo, de San Pedro y San Pablo, festividad del día. Carmen Baena y Antonio García eran ya padres de Encarnación y Pepe. El retrato del hijo mayor, Antonio, lucía sus 20 años sobre la cómoda, con impecable uniforme militar y quepis sin visera. El marco caoba y el resto del mobiliario estaban esculpidos por la mano del padre, de cuyo taller salieron entre otras piezas, la cruz del Cristo de Gracia.
El tallista -uno de los primeros maestros de Duarte- legó infinitos recuerdos al pequeño Pablo: largos paseos por la Córdoba monumental, la revelación de la Imaginería, los templos y sus capillas, la Catedral y el sepulcro de Góngora, los conciertos y las voces del coro, donde el niño -que "debía ser muy buenecito", dice él mismo- pasó horas ensimismado, como le sucedía con los trenes, cuando lo llevaba al Estadio América y el fútbol le aburría.
Al entrar en la escuela López Diéguez, los 29 cartones de colores de Antonio García Baena le habían enseñado el abecé. El hermano mayor ejercía ya de delineante en la Confederación; era aparejador y profesor por oposición en la Escuela de Santiago, y había plasmado a lápiz la imagen de Pablo niño, que el poeta conserva con veneración. "Él era el referente", dice mientras recuerda el año 38, la desgraciada afección pulmonar y la muerte, estallando en su adolescencia. Fue cuando empezó a escribir. "Había aprendido ya la Gramática de don José María Rey, la Historia de Córdoba e íbamos a coger minerales y a la caza de insectos que pinchábamos luego con alfileres (daba pena)". Recortaban poemas de la prensa y memorizaban La muerte de Lucano de Blanco Belmonte que aún recita: "Para tristeza de su madre Córdoba/ para vergüenza de su Roma ingrata/ Lucano expira…". Con otro maestro, Camacho Padilla, "empezamos a oír los nombres del 27. Era poeta. Lo depuraron y, cuando volvió, ya viejo, íbamos a verlo Ricardo, Juan y yo". Con Bernier y Molina, coincidió en 1940. El primero le condujo hasta Proust y Cernuda y ambos a la tertulia de López de Rozas, receptor en 1941 del manuscrito ilustrado el Álbum de Don Carlos. Llevaba tres poemas de Pablo, empapado ya de Stendhal, Valle-Inclán, Verne, Salgari, San Juan de la Cruz -decisivo-, el 27 y Lorca; Bécquer, Rubén Darío, los hermanos Machado y Juan Ramón. Atrás quedaban el Colegio Francés, los Maristas, la Asunción, la Escuela de Artes y el Góngora; el sábado de julio en que la artillería interrumpió su juego junto a la plaza de Tejares estaba con Ginés Liébana. "Fuimos a ver a su hermano (que luego mataron) y él nos preguntó si había gente por las calles. Nos recogimos". Hubo gritos en Juan Rufo e incendio en Santa Marina, como en las huelgas del 34 que marcaron en su memoria el horno de la Fuenseca, los soldados repartiendo el pan, el fuego y la destrucción de los retablos y altares que su padre le enseñó a amar.
Vino un largo Servicio Militar en Automovilismo (Santos Pintaos) y en 1942 -el IV centenario de San Juan de la Cruz- su adaptación del Cántico espiritual en el Gran Teatro, su papel del Entendimiento y el del Pastor de Liébana. En 1946 pierde a su madre y aparece Rumor oculto, como suplemento de Fantasía y, en 1947 su poema Ágatha abre el ciclo de Cántico; preámbulo de Mientras cantan los pájaros y Antiguo muchacho ya en el 50 en Adonais.
En 1954 muere el padre y nace su amistad con Vicente Núñez, en el III Congreso Internacional de Poesía de Santiago de Compostela. Allí coinciden el Cántico de Córdoba y la Caracola de Málaga. Pablo amaba los momentos con Miguel del Moral, Ricardo, Cántico…, se sustentaba del trabajo junto a Bernier en el Catálogo Monumental y añoraba la mar de Málaga que le descubrió la madre a sus 8 años. Respiró la amistad de María Victoria Atencia y Rafael León y el aire bohemio de El Pimpi de Paco Campos. Allí aparece Junio (1957). La palabra y los tapices brillan en él con idéntico resplandor y uno de ellos, con el escudo de Córdoba, acaba siendo Patrimonio como obra del XVIII.
En 1961 el incansable viajero Pepe de Miguel le abre con Julio Aumente las puertas de un viaje por el Mediterráneo: Venecia, Delfos… y, en el 65, surge el salto al litoral con la tienda de antigüedades. Salvo Almoneda, hay 20 años de aparente silencio hasta Antes que el tiempo acabe (1978), 7 hasta los Gozos para la Navidad de Vicente Núñez y el premio Príncipe de Asturias, décadas hasta Fieles guirnaldas fugitivas y Los Campos Elíseos. Primero Córdoba y luego Andalucía le habían nombrado hijo predilecto; obtuvo las Medallas de Oro de Córdoba (1984) y Málaga (2004) y su dirección bautizó gozosamente el Centro Andaluz de las Letras en 1998. Desde entonces su tiempo y su corazón pueblan ambas ciudades, manteniendo con ellas y sus gentes un idilio calmado, tierno, sin estridencias, como todo él; un vínculo "indestruible" como la huella de su verbo, puente entre Roma, Góngora y el infinito.
1 comentario:
¡Qué semblanza más poética! Destila ternura, conocimiento y gran dominio del lenguaje. Leo esas biografias siempre que puedo. Me gusta como escribe esta mujer; es de Cádiz, al parecer, pero ha escrito de Córdoba más y mejor que muchos cordobeses ¿Habéis leído su libro de "Wallada, la última luna" o la novela de Las Parturientas? Son dos registros distintos, como su poesía, que no tiene nada que ver con el resto.
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