En "El País":
Historia abreviada del exceso de información
Pantallas, ordenadores, buscadores y redes sociales circulan bajo otras apariencias y desde tiempos remotos por la cultura occidental
Entre apóstoles y apóstatas de la revolución digital existe por lo menos un punto de encuentro: vivimos en tiempos de excepción. Los retos que nos esperan en un futuro inmediato no conocen precedentes ni podrán superarse con la ayuda de la experiencia heredada, aseguran. Esta perspectiva, que contempla el pasado como un tiempo consumado sin influencia sobre el presente, no nos permite reconocer que las tecnologías contemporáneas –pantallas, ordenadores, sistemas de búsqueda, redes sociales– circulan bajo otras apariencias y desde tiempos remotos por la cultura occidental. Debates como el del exceso de información tienen a sus espaldas un largo recorrido que la llegada de cada nueva tecnología de reproducción retoma y actualiza.
Si bien es cierto que los métodos de gestión de la información contemporáneos han de administrar una abundancia de datos sin precedentes en términos cuantitativos, el “exceso de información” es un problema cuyas raíces se remontan hasta el mito platónico del don de la escritura. Platón caracteriza la escritura como una “palabra huérfana” incapaz de “socorrerse a sí misma” que paradójicamente prolifera en todas las instancias sociales hasta transformarlas de raíz. Reduciendo el dinamismo sonoro al soporte quiescente, dislocando la palabra del presente de su enunciación, la escritura permite conservar y acumular hasta el infinito las trazas discursivas.
No fue sin embargo hasta la llegada de la imprenta cuando el debate acerca del exceso de información se generalizó. “Pronto, el hombre deberá andar, dormir y sentarse entre libros”, pronosticaba el erudito francés Louis Le Roy. Fórmulas como la suya dan cuenta del impacto que tuvo la invención de Gutenberg sobre la conciencia europea. El raudal de libros que trajo consigo la nueva tecnología alimentó el temor entre las clases letradas de que los demasiados libros echarían por tierra el proyecto civilizador de occidente. Como se suele repetir hoy en día acerca de los ordenadores, la imprenta fue considerada como una tecnología que empobrecía la memoria y debilitaba la mente.
Las prácticas de gestión de la información contemporáneas derivan en buena medida de los métodos que utilizaron los académicos y eruditos durante los siglos de la consolidación de las ediciones impresas (siglos XV-XVII). Almacenar, organizar, seleccionar y analizar siguen siendo sus procedimientos fundamentales –con la única diferencia de que si en siglos anteriores éstos reposaban sobre tecnologías como la mnemotecnia, el texto impreso o los índices alfabéticos, ahora disponemos de chips, motores de búsqueda, enciclopedias digitales y otros métodos de exploración de datos que potencian la cantidad de información que puede ser administrada.
Gestos hoy tan extendidos como el copiar-cortar-pegar eran de uso corriente entre los compiladores del siglo XVI. Frente a la angustia por una biblioteca desbocada, autores hoy en gran parte olvidados como Conrad Gesner o Vincent Placcius ofrecían síntesis manejables –también denominadas “bibliotecas portátiles”– destinadas a brindar una cultura general a los europeos de la época. Valiéndose de un par de tijeras y un bote de cola, estos compiladores se dedicaron a recortar de entre los volúmenes de sus estanterías aquellos fragmentos que consideraban más significativos para después pegarlos en sus libros de anotaciones.
Más interesante aún resulta el uso que los compiladores daban a sus recortes. A menudo, en lugar de fijarlos a sus colecciones, utilizaban adhesivos suaves que les permitían mover las notas a su antojo. Los recortes podían disponerse en función de las necesidades del momento, de manera que el cuaderno se convertía en una paleta en la que los distintos fragmentos podían ser recombinados o en un laboratorio en el que el saber se encontraba siempre en movimiento. Como si se tratara de pantallas, las páginas de los libros de anotaciones acogieron de forma pasajera la información que los compiladores trasegaban de acuerdo al trabajo que estuvieran realizando.
Suscribir la ficción según la cual los procedimientos que los ordenadores ponen a nuestra disposición constituyen una suerte de año cero impide reconocer que éstos se inscriben en genealogías específicas que, a su vez, son capaces de arrojar nueva luz sobre su propia naturaleza. Nos hemos acostumbrado a pensar el tiempo histórico como una cadena causal en la que cada elemento daría paso al consecutivo, obviando que el tiempo es una sustancia heterogénea, híbrida, impura. Cualquier presente es en realidad un conglomerado de anacronismos, elementos dispares que pertenecen a historias singulares y que confluyen en un aquí y ahora inestable.
Reflexionar sobre el impacto de las nuevas tecnologías obliga a recorrer la larga historia de su génesis. Las prácticas e instituciones contemporáneas tienen a sus espaldas trayectorias dilatadas que a menudo las conducen de posiciones marginales hasta emplazamientos de mayor visibilidad y por tanto mayor desarrollo. Reconstruir los itinerarios de estas formas culturales, estar atento a las síncopas y a los hiatos que suspenden temporalmente sus trascursos, pero también a sus distintas formas de supervivencia y de metamorfosis, tal vez sea la única forma de superar el debate miope acerca de sus virtudes y sus inconvenientes. El pasado no nos antecede, ni nos separa de él un gran diluvio de unos y ceros, sino que es el caudal en el que se gesta el presente.
Xavier Nueno es investigador en el EHESS (Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París).
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