En "El País":
- Johann W. Goethe y otros
De las penas de amor de un anciano Goethe y su arrebato por la joven Ulrike von Levetzow surgió una apasionada obra en prosa y verso reunida ahora en un excelente volumen.
'El amor, cuyo poder siente la juventud, se aviene mal con la vejez'. Sobre esta máxima de Goethe que, desde la experiencia advierte contra las pasiones extemporáneas, trata este espléndido volumen, concebido por Rosa Sala en forma de suite narrativa, pues lo compone una serie de textos disímiles hábilmente ensamblados que, con elogiosa amenidad, refieren con voces diferentes y desde distintos puntos de vista la crónica del último episodio amoroso en la vida del autor de Fausto. Así, junto a la singular nouvelle El hombre de cincuenta años y los célebres poemas que componen la Trilogía de la pasión, entre ellos, La elegía de Marienbad -una de las cimas de la lírica alemana-, se recogen numerosos fragmentos de cartas, diarios privados y conversaciones pertenecientes a varios personajes del entorno de Goethe. La selección del conjunto es magnífica y la traducción difícilmente superable; destacan las hermosas versiones de los poemas, tan sobrias y fluidas.
EL HOMBRE DE CINCUENTA AÑOS. LA ELEGÍA DE MARIENBAD. CRÓNICA DE UN AMOR DE SENECTUD
Johann W. Goethe y otros Edición, traducción y notas de Rosa Sala Alba. Barcelona, 2002 224 páginas. 14,50 euros
Corría el año 1823, cuando el noble consejero privado de la Corte de Weimar, Johann Wolfgang von Goethe, el autor más famoso de Alemania, ya septuagenario, se enamoró como un pimpollo de una linda muchacha a la que cuadruplicaba la edad y que flirteaba con él igual que una nieta afectuosa con su encantador abuelo. Goethe, que hacía un lustro que había enviudado, conoció a Ulrike von Levetzow en 1821, durante una temporada estival en el balneario de Marienbad. Dos años después, tras consolidar la amistad con el cruce de algunas cartas intranscendentes y otra temporada de verano, el célebre autor se decidió a solicitar la mano de la muchacha. Si bien el novio era viejo, además de los numerosos honores que inmediatamente engalanarían a la esposa, la petición incluía una suculenta oferta: la concesión de una elevada renta vitalicia a la joven por parte del archiduque de Weimar cuando se quedase viuda. Pero Ulrike, que entonces contaba 17 años, rechazó la oferta. La joven se sentía muy unida a su familia como para abandonarla tan temprano; además, consideraba al 'anciano Goethe' casi como un padre, harto benevolente y cordial, pero nada más. Nadie la presionó en su decisión: el corazón y no el interés fue su único consejero.
Rechazada su propuesta matrimonial, el 5 de septiembre de 1823, Goethe abandonó el lugar de su derrota sumido en un considerable estado de postración; una vez acomodado en el coche que debía conducirlo a Weimar, haciendo caso omiso de sus acompañantes, comenzó a componer los versos de lo que habría de ser la Elegía de Marienbad. Aquel extenso poema, canto a la amada imposible que anima y desdeña, producto de un estado de pasión extrema y un tanto deudor de la admiración que el Goethe maduro sentía por el impulsivo Lord Byron, fue el mejor desahogo para la nostalgia que embargaba al rechazado poeta.
A su llegada a Weimar, Goethe copió esmeradamente la Elegía en buen papel, con grandes caracteres latinos y la encuadernó cuidadosamente en tafilete. Tan encantado estaba de sus propios versos que confesó con suma ingenuidad que no había cesado de leerlos 'hasta sabérmelos de memoria'. Sólo en contadas ocasiones los mostró a alguno de sus íntimos, como Eckermann o Von Humboldt, pero poco antes de que se publicase, en 1826, ya corría de boca en boca que Goethe había escrito un incomparable poema de amor; finalmente, el propio autor se lo envió también a Ulrike. Una naturaleza tan conciliadora como la de Goethe sabía siempre cuál era su lugar.
Con todo, y a pesar de la sublimación de su dolor, el anciano enamorado sufrió enormemente durante los meses otoñales que siguieron al desengaño; renunciar con resignación al amor, admitir la implacable vejez era factible en teoría, pero muy distinta era la práctica. Precisamente, de la renuncia necesaria, de los deseos adaptados a las diversas edades de la vida trata El hombre de cincuenta años, que Goethe comenzó a componer antes de conocer a Ulrike y que, habiéndolo dejado abandonado, concluyó precisamente durante una de sus estancias estivales en Bohemia. Un comandante cincuentón renuncia a desposar a su joven sobrina en favor de su propio hijo, un esposo más idóneo debido a su juventud. Con una gracia y una ironía notables, cierta ligereza rococó, efectos románticos y hasta algún retoque psicológico que ya preludia a Proust, Goethe hace gala, sin embargo, de una profunda cordura, acorde con los designios de la Naturaleza que aproxima lo que debe estar unido y separa aquello que no se complementa. Plasmó en el personaje del comandante lo que debería haber sido su propio comportamiento, a la inversa que en su juventud, al concebir el Werther despechado por el desamor de Charlotte Buff; en aquella ocasión fue el antihéroe ficticio quien se descerrajó el tiro mientras el autor curaba su desengaño con nuevos amores.
Una breve remembranza autobiográfica donde relata su relación con Goethe, elaborada por la propia Ulrike, corona el libro. Sorprende que aquella joven que rechazó al hombre mayor optase por quedarse soltera el resto de su vida. La enigmática sentencia con que concluyen sus recuerdos -'no puede decirse que no se tratase de un amor'-, así como una fotografía en la que una Ulrike entrada en años posa su mano sobre el cofrecillo en que conserva las misivas de su famoso pretendiente sugieren a Rosa Sala la apostilla final de su magnífica introducción: 'Quién sabe si Goethe no tendría que haber insistido más'. Pero aquél nada intentó, quizá consciente de que, a cambio de las delicias ya imposibles, debía contentarse con el don divino de su todavía vigorosa inspiración postrera que, hija del vivo sufrimiento, acaso un complaciente 'sí, quiero' habría desterrado para siempre.
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