Manuel Longares. / ÁLVARO GARCÍA (EL PAÍS)
Escribir, esa maravillosa banalidad
Manuel Longares recorre, en su novela ‘Los ingenuos’, el Madrid popular que transcurre desde antes de la Guerra Civil hasta la muerte de Franco
IÑIGO LÓPEZ PALACIOS 10 SEP 2013
Defiende Manuel Longares que la literatura es algo banal, un entretenimiento sin mayor importancia, incluso condenado a desaparecer. Y lo hace con una modestia no muy habitual en su gremio. “Yo es que ese ego no lo he tenido nunca. He tenido orgullo. Defender que no me pusieran una coma porque era mi estilo, eso sí. Y en ese sentido el periodismo lo llevaba mal. Pero, al fin y al cabo, escribir novelas no es una cosa que aporte mucho a la marcha de la humanidad. No cortas un apéndice, no eres un físico cuántico. Ni siquiera un político. Escribes para que la gente se solace; para explicar cómo discurre la vida. Y ya está. No hay más”.
Resulta extraño escuchar esto al escritor madrileño de 70 años, premio Nacional de la Crítica en 2001 por Romanticismo, para muchos y muy respetados colegas de profesión una obra maestra sobre la Transición. Pero él no duda. “Escribir ficción es reflejar la vida que pasa. Y, para determinada gente, poca, cada vez menos, aunque entre ella pueda estar yo, es la Biblia. Pero en ningún caso es la vida. Es un refugio para un puñado de lectores, una forma de protegerte del exterior que no cambiarías por nada, pero una novela es solo eso: una novela. La literatura cada vez tiene menos fuerza. Yo creo que está condenada a desaparecer. Se lleva como una deficiencia interna. Si te gusta eres un raro”.
A pesar de esta visión apocalíptica hoy presenta en sociedad su séptima novela, Los ingenuos (Galaxia Gutenberg/ Círculo de Lectores) y a este hombre tranquilo y reposado le espera una maratón de entrevistas. “De joven has estado fastidiado porque no te hacían caso, pues ahora te tienes que joder”. Cambiará por un día su rutina. Escribir desde que se levanta, a las cuatro de la mañana. “No es realmente una manía de autor. Es cierto que es buena hora para trabajar, no hay ruido ni suenan los teléfonos. Pero la realidad es que me voy pronto a la cama y me despierto a esa hora. Ya se sabe que los viejos dormimos poco”.
Su nueva obra narra las vicisitudes de una familia madrileña. Transcurre en tres momentos históricos, narrados como tres escenas, casi tres actos teatrales. El primero, desde antes de la Guerra Civil hasta finales de los años cuarenta. El segundo, en la década de los sesenta, y el último, en noviembre de 1975, días antes de la muerte de Franco. El epicentro es una lúgubre portería de la calle de las Infantas en los alrededores de la Gran Vía. Ese es un detalle que considera importante aclarar: no es un libro sobre esa arteria: “Novelas sobre la Gran Vía hay muchas, estos son los aledaños. Madrid tiene esa peculiaridad: una calle principal, majestuosa, y luego callejuelas a su alrededor notablemente más pobres, más deslucidas. Está claro que no hay rico impune. Cada uno tiene cinco o seis pobres detrás”.
No es el suyo el Madrid de la “relaxing cup of café con leche” que describió la actual alcaldesa ante el COI, una mención que le altera, aunque nunca sube la voz: “Es increíble, de verdad. Increíble. Yo he oído a una señora que el PP es el partido de los trabajadores. Y con el taconazo puesto. Sin ninguna vergüenza. Les va tan bien que no se dan cuenta que todo el mundo sabe que son unos tramposos. Si les llegan a dar los Juegos Olímpicos, se enriquecen 100 personas. Cien contados. Siempre pasa igual”.
La suya es una capital obrera. Una ciudad hecha por emigrantes que llegaban en tren. En Los ingenuos vienen desde Zaragoza, con una maleta y una talla de la Virgen del Pilar. “Madrid es un referente básico de la literatura española. Desde Galdós, por no hablar de los clásicos. Está también en los autores de los años cincuenta. En García Hortelano y en el mismo Juan Benet”.
Sonríe cuando, tras mencionar a Galdós, se le comenta que le incluyen en la lista de los grandes galdosianos. “Con galdosiano a secas me conformo. Hubo una época en la que era un autor despreciado. Pero hay que reconocer que es el creador de la novela moderna en España y posiblemente en el mundo”.
Asegura que hay poco de su biografía personal en Los ingenuos. Lo que hay son atisbos de realidad. Por ejemplo el Café Mañico, donde se reúnen los emigrantes maños a cantar jotas en la posguerra, está basado en uno que existió. “Había un Café Gaviria en la calle de Victor Hugo. Pero seguro que no está mi vida. Porque no tiene importancia y me daría vergüenza. ¿Qué cojones haces dándole la paliza a la gente con tu vida? ¿Qué les importa?”.
Su vida: Antes de escritor a tiempo completo fue periodista. Un oficio que no añora “Soy muy tímido y lo pasaba fatal. Entre periodismo y literatura hay muchas diferencias. El periodismo es el instante y opera sobre certezas. La literatura es mentira y opera sobre el pasado más que sobre el presente”.
Otra diferencia es el ritmo. Solo ha publicado siete novelas desde su debut en 1979. No es precisamente prolífico. “Para nada. Soy lento, muy lento, muy concienzudo. Muy de elaborarlo todo y dejar que madure solo. A veces estás escribiendo y piensas: ‘aquí voy demasiado rápido’. Entonces paras y te vas a pasear. Porque quieres que se sedimente, que repose. Eso te hace ser lento. Sería incapaz de hacer algo con un plazo breve”. Cuidando tanto cada frase es de suponer que tendrá algún hijo predilecto. “Tiendes a sobrevalorar las obras que no han sido apreciadas. Pero es una manera de engañarte, porque si no le han hecho aprecio, por algo será, joder. La gente no es tonta”.
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