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Más democracia
Lo ocurrido estos dramáticos días en Egipto es la continuación del dominio ininterrumpido ejercido por los militares. La vuelta a la clandestinidad de los islamistas sería un desastre, no solo para Egipto
FRANCISCO G. BASTERRA 5 JUL 2013
El Ejército egipcio no es el salvador de la patria ni la conciencia de la nación, como ha afirmado el nuevo presidente títere de la mayor nación árabe, sino el autor de un golpe de Estado de libro que ha puesto fin a un Gobierno elegido democráticamente por primera vez en la milenaria historia del país del Nilo. Lo ocurrido estos dramáticos días en Egipto es la continuación del dominio ininterrumpido ejercido por los militares desde que el coronel Nasser y sus jóvenes oficiales derrocaron a la monarquía en 1952. Desde entonces gobiernan el país lucrándose con su corrupto manejo de sectores importantes de la economía. No está de más viendo las ambiguas e hipócritas reacciones de bastantes países democráticos, equidistantes entre los golpistas y Morsi, recordar lo elemental. Obama, satisfecho sin poder decirlo, se ha mostrado “profundamente preocupado” por la acción militar pero no lo suficiente para condenar el golpe. Es impensable que el general Al Sissi se lanzara a darlo sin el placet de Washington, que suministra a los militares egipcios 1.000 millones de euros anuales de ayuda. La democracia implica sobre todo el respeto a la voluntad expresada mayoritariamente en las urnas, son exclusivamente los ciudadanos quienes deciden su futuro y no los militares, subordinados al poder civil. En España necesitamos un 23-F para resolverlo. Los pretorianos egipcios se han creído los intérpretes del pueblo y han decidido que Morsi no cumplía lo que la calle esperaba. ¿Cuántos gobiernos democráticos aguantarían esta prueba del algodón de promesas incumplidas? Una ola de indignación en España saca del poder a Rajoy con su mayoría absoluta, por el incumplimiento de su programa electoral, el control del poder judicial, la insufrible tasa de paro, y los recortes en sanidad y educación. Y este tsunami populista es ejecutado por el Ejército.
La ignominia democrática perpetrada en Egipto: abolición de la Constitución, arresto del presidente legítimo, y de decenas de dirigentes políticos islamistas, el cierre de tres canales de televisión partidarios de Morsi, ha contado con un gran apoyo popular siendo celebrada con fuegos artificiales en la plaza Tahir. Ocurrió lo mismo en Chile en 1973 donde Allende pagó con su vida el golpe de Pinochet. Morsi a última hora también prometió pagar con su sangre la defensa de la legitimidad. No fue necesario. Los mismos policías que torturaron y asesinaron a los jóvenes que hace dos años se levantaron contra el dictador Mubarak, otro militar, y el mismo Ejército que intentó hasta el final defender al antiguo rais, para finalmente abandonarlo y convertirse en Junta Militar conservando su gran poder en el nuevo régimen, son lo que ahora han permitido la quema de la sede de los Hermanos Musulmanes en el Cairo sin intervenir, y las violaciones en la plaza Tahrir para demostrar el caos que justificaba su intervención. El Ejército fue una mala comadrona de la democracia en 2011 y volverá a serlo ahora. Las masas hoy ebrias de contento se desencantarán, lo mismo que lo lamentarán los políticos laicos que no fueron capaces de ganar las elecciones y ahora vergonzantemente se han prestado a la mascarada anticonstitucional, posando junto al golpista general Al Sissi, para salvar presuntamente al país de una guerra civil.
En la primavera democrática de El Cairo, la calle pedía pan, trabajo y dignidad. Morsi no ha dado al pueblo ni pan ni trabajo. La situación económica es caótica, uno de cada dos egipcios están bajo el nivel de la pobreza, establecido en 1,54 euros al día; el turismo, la principal fuente de ingresos, se ha desplomado; la criminalidad se dispara; sube el precio de la gasolina a pesar de estar subvencionada; los cortes de electricidad son frecuentes; se retrae la inversión exterior, compensada en parte por generosos fondos saudíes y de Catar, los hermanos suníes. La nueva democracia no ha dado de comer. Morsi ha incumplido sus promesas de reconciliación polarizando al país. Se arrogó poderes extraordinarios y fabricó una constitución excluyente a medida del islamismo.
¿Quién debe adaptarse, la sociedad moderna al Corán o al revés? Morsi no quiso o no pudo poner en su sitio al Estado profundo, los servicios de inteligencia y seguridad, el poder judicial contaminado por los nostálgicos de Mubarak, que vieron siempre a los hermanos musulmanes como unos intrusos ilegítimos. Pero su incompetencia no justifica la sustitución de las urnas por las bocachas de los fusiles. La vuelta a la clandestinidad de los islamistas sería un desastre no solo para Egipto. Conviene recordar: en 1991 se produjo por primera vez el triunfo democrático de una opción política islámica, la del FIS en Argelia, las elecciones fueron anuladas y una guerra civil de diez años se saldó con 200.000 muertos. ¿Son compatibles el islamismo y la democracia? ¿Qué hacer cuando solo la democracia no basta? Más democracia.
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