Portada del libro
Una guerra incómoda
- Editorial Periférica publica 'Los bosnios', de Velibor Čolic, una novela desgarradora sobre la guerra en los Balcanes.
ENRIQUE BENÍTEZActualizada 03/07/2013
Siempre he tenido la impresión de que la Guerra de Bosnia fue una guerra que los españoles vivimos con cierta antipatía. 1992 iba a ser nuestro año, el año de Barcelona, de Sevilla, de Madrid. El año de la marca España. El despliegue de la alta velocidad, de la modernidad, del escaparate con tanto mimo preparado para ofrecernos a toda Europa y a todo el mundo. Después de un largo período de bonanza económica, de crecimiento y de felicidad colectiva, España iba a ser el centro del universo. Y aunque ya el año anterior los serbios y los croatas habían comenzado su particular ajuste de cuentas, fue la guerra de Bosnia la que hizo que en Europa volviese a hablarse, cincuenta años después del nazismo, de limpieza étnica y de exterminio.
Hay que ser muy valiente para editar un libro tan violento y duro como Los Bosnios. Lo ha hecho Periférica, desde su atalaya extremeña. Ya la portada avisa del horror que contiene: pequeños relatos, como flashes, que desgranan el terrible destino de sus protagonistas, vacío de piedad y de misericordia. Hay que respirar muy hondo antes de adentrarse en sus páginas huérfanas de esperanza. Como en un campo minado, cuando creemos que hemos sobrevivido a un párrafo, nos espera el siguiente.
La guerra de Bosnia estropeaba los telediarios. Queríamos disfrutar por fin del paso adelante dado por nuestro país, pero las imágenes del criminal asedio de Sarajevo, las noticias de la crueldad de los francotiradores serbios, los reportajes de bibliotecas quemadas, pueblos incinerados y miles de campesinos huyendo de la muerte se colaban en nuestros salones satisfechos, a la hora del almuerzo. A nadie le extrañó nunca que en Ruanda se perpetrasen masacres intolerables, pero tampoco nadie supo explicarnos nunca cómo pudo desatarse aquel vendaval de odio y furia en pleno corazón de Europa, la vieja y civilizada y satisfecha Europa.
Velibor Colic combatió en las filas bosnias, hasta que desertó hundido por el asco y la vergüenza. En este libro, escrito en Francia, con las imágenes del horror todavía frescas, detalla toda una brutal sucesión de escenas dantescas y secuencias infames, divididas en cinco secciones: hombres (musulmanes, croatas y serbios); ciudades (el mapa del odio) y alambradas (donde se detiene en los campos de prisioneros). Son nombres inéditos que se añaden a la geografía del horror que ya conocíamos, a Srebrenica, a Vukovar, a Visegrad. No hay concesiones en una obra que quizás interese más a los historiadores que a quienes busquen literatura bélica. Si alguien dijo alguna vez que había que leer Un puente sobre el Drina –la obra maestra de Ivo Andric- para entender lo ocurrido tras la desintegración de Yugoslavia, en el futuro habrá que leer Los Bosnios para tener una idea real de lo ocurrido en una guerra liderada por matones borrachos y violadores sin escrúpulos.
Y es que en un país habitado en paz por serbios, bosnios y croatas, la guerra hizo que de repente tu enemigo fuese tu vecino, tu asesino tu propio amigo, quizás el más íntimo y cercano. Familias que habían compartido alegrías y tristezas pasaron de la noche a la mañana a matar y a morir en bandos contrarios. Este drama infinito lo refleja el propio autor, que escribe ya en Francia, en 1993, la entrada correspondiente al serbio Djoko Zivanovic: “Mi mejor amigo, que realmente no tenía por qué alistarse en campo contrario”. Es difícil condensar más amargura en una sola frase.
En 1994, por fin, intervino la OTAN. Ya en octubre de 1992 España había enviado un contingente de cascos azules a Mostar, una de las zonas más castigadas por el conflicto. Se reparó el viejo puente de Mostar y en los telediarios aquella guerra sirvió para que el ejército español iniciara el camino firme de su propia reconversión. Alguien escribió una novela comanche. Se rodaron al menos un par de películas. En nuestro imaginario colectivo los serbios fueron declarados culpables, condenados a la pena de vergüenza. Veinte años después sólo importan la crisis, el desempleo, los recortes, Bruselas y el necesario ajuste de cuentas con quienes han robado nuestro futuro. Bosnia quedó atrás, muy atrás. Ya nada ahora.
Siempre he tenido la impresión de que la Guerra de Bosnia fue una guerra que los españoles vivimos con cierta antipatía. 1992 iba a ser nuestro año, el año de Barcelona, de Sevilla, de Madrid. El año de la marca España. El despliegue de la alta velocidad, de la modernidad, del escaparate con tanto mimo preparado para ofrecernos a toda Europa y a todo el mundo. Después de un largo período de bonanza económica, de crecimiento y de felicidad colectiva, España iba a ser el centro del universo. Y aunque ya el año anterior los serbios y los croatas habían comenzado su particular ajuste de cuentas, fue la guerra de Bosnia la que hizo que en Europa volviese a hablarse, cincuenta años después del nazismo, de limpieza étnica y de exterminio.
Hay que ser muy valiente para editar un libro tan violento y duro como Los Bosnios. Lo ha hecho Periférica, desde su atalaya extremeña. Ya la portada avisa del horror que contiene: pequeños relatos, como flashes, que desgranan el terrible destino de sus protagonistas, vacío de piedad y de misericordia. Hay que respirar muy hondo antes de adentrarse en sus páginas huérfanas de esperanza. Como en un campo minado, cuando creemos que hemos sobrevivido a un párrafo, nos espera el siguiente.
La guerra de Bosnia estropeaba los telediarios. Queríamos disfrutar por fin del paso adelante dado por nuestro país, pero las imágenes del criminal asedio de Sarajevo, las noticias de la crueldad de los francotiradores serbios, los reportajes de bibliotecas quemadas, pueblos incinerados y miles de campesinos huyendo de la muerte se colaban en nuestros salones satisfechos, a la hora del almuerzo. A nadie le extrañó nunca que en Ruanda se perpetrasen masacres intolerables, pero tampoco nadie supo explicarnos nunca cómo pudo desatarse aquel vendaval de odio y furia en pleno corazón de Europa, la vieja y civilizada y satisfecha Europa.
Velibor Colic combatió en las filas bosnias, hasta que desertó hundido por el asco y la vergüenza. En este libro, escrito en Francia, con las imágenes del horror todavía frescas, detalla toda una brutal sucesión de escenas dantescas y secuencias infames, divididas en cinco secciones: hombres (musulmanes, croatas y serbios); ciudades (el mapa del odio) y alambradas (donde se detiene en los campos de prisioneros). Son nombres inéditos que se añaden a la geografía del horror que ya conocíamos, a Srebrenica, a Vukovar, a Visegrad. No hay concesiones en una obra que quizás interese más a los historiadores que a quienes busquen literatura bélica. Si alguien dijo alguna vez que había que leer Un puente sobre el Drina –la obra maestra de Ivo Andric- para entender lo ocurrido tras la desintegración de Yugoslavia, en el futuro habrá que leer Los Bosnios para tener una idea real de lo ocurrido en una guerra liderada por matones borrachos y violadores sin escrúpulos.
Y es que en un país habitado en paz por serbios, bosnios y croatas, la guerra hizo que de repente tu enemigo fuese tu vecino, tu asesino tu propio amigo, quizás el más íntimo y cercano. Familias que habían compartido alegrías y tristezas pasaron de la noche a la mañana a matar y a morir en bandos contrarios. Este drama infinito lo refleja el propio autor, que escribe ya en Francia, en 1993, la entrada correspondiente al serbio Djoko Zivanovic: “Mi mejor amigo, que realmente no tenía por qué alistarse en campo contrario”. Es difícil condensar más amargura en una sola frase.
En 1994, por fin, intervino la OTAN. Ya en octubre de 1992 España había enviado un contingente de cascos azules a Mostar, una de las zonas más castigadas por el conflicto. Se reparó el viejo puente de Mostar y en los telediarios aquella guerra sirvió para que el ejército español iniciara el camino firme de su propia reconversión. Alguien escribió una novela comanche. Se rodaron al menos un par de películas. En nuestro imaginario colectivo los serbios fueron declarados culpables, condenados a la pena de vergüenza. Veinte años después sólo importan la crisis, el desempleo, los recortes, Bruselas y el necesario ajuste de cuentas con quienes han robado nuestro futuro. Bosnia quedó atrás, muy atrás. Ya nada ahora.
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