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Cuando la libertad deja de existir
10 enero 2013
Fundación Vicente Ferrer
La violación y asesinato de Amanat de 23 años por seis hombres en un autobús de Delhi ha provocado furiosas protestas y ha despertado de forma unánime a toda la sociedad india. Al mismo tiempo, ha puesto de relieve los problemas endémicos del crecimiento urbano, la pobreza y la violencia estructural que están detrás de la floreciente economía del país.
Sin embargo, según datos registrados en el 2011 de la Oficina Nacional de Registro de Crímenes, cada 20 minutos una mujer es violada en la India. Las agresiones a las mujeres se han multiplicado por 10 en los últimos 30 años. Pero este número podría ser muy bajo comparado con los crímenes que realmente se producen. Una estadística nada digna para la democracia más poblada del mundo, el primer país importador de armas del mundo y con su propio programa espacial.
Como respuesta a la explosión de ira en el país por la muerte de Amanat, el Gobierno está acelerando la reforma del código penal, que data de 1860. Esta modificación podría endurecer los castigos para las violaciones. Sin embargo, según Anna Ferrer, presidenta de la Fundación Vicente Ferrer, se necesita algo más que voluntad política para transformar la mentalidad de una sociedad paternalista que siempre ha tratado a las mujeres como ciudadanas de segunda clase. “Hay muchas leyes indias que protegen los derechos de la mujer. Sin embargo, el machismo y la discriminación están muy arraigados,” declara.
Según los datos de 2011 de las Naciones Unidas, el 49% de las mujeres indias son pobres. La pobreza y la falta de educación son dos de los handicaps a los que tiene que hacer frente la India de forma inmediata
La India emergente
Desde hace algunos años, la India está mostrando una incipiente estructura capitalista y una clara intención de influir en el orden internacional. También son muy importantes en su economía la informática o la industria automovilística y sus multinacionales cada vez tiene más peso a nivel mundial. A pesar de todo ello, hace cuatro años la ministra india para el Desarrollo de la Mujer y la infancia, se lamentaba ante el Parlamento de la alarmante situación educativa y alimentaria de millones de personas. El país que alberga el Silicon Valley indio, Bangalore, es también el que concentra una cuarta parte de las personas que pasan hambre en el mundo: 300 millones de sus 1.210 millones de habitantes se encuentran en situación de inseguridad alimentaria y más del 20% de la población sufre privación alimentaria crónica. Llegados a este punto nos podemos preguntar si la solidaridad y la justicia son posibles en la India de hoy. Si la transformación social que se debe alcanzar es posible o tan sólo se trata de una utopía más.
Los seis violadores proceden de comunidades rurales pobres, socialmente conservadoras y de algunas de las zonas más violentas del país. Los abortos selectivos en función del sexo y el feminicidio son una práctica común. El destino de las mujeres parece predeterminado desde el principio. Los asesinatos por honor, el bandidaje y la violencia son incluso superiores a algunas partes de África subsahariana.
Sin embargo, si existe alguna esperanza de cambio es debido a las protestas sin precedentes que han surgido de forma espontánea en todo el país. Podríamos decir que, generalmente, se dan dos posturas ante la injusticia: la postura de impotencia, pesimista, paralizante y la de la solidaridad. El primer paso es tomar conciencia de por qué las cosas son como son y cómo podrían cambiarse. Mahatma Gandhi dijo una vez: “El día en que una mujer pueda caminar con libertad por la noche, ese día podremos decir que India ha conseguido su independencia”. El Gobierno y las autoridades indias deberían comprender que la verdadera libertad de un país, donde una parte de la población siente miedo, determina la vida política. Por consiguiente, la verdadera libertad deja de existir.
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