José Ángel Cilleruelo
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Un friso de bombillas desdentado
sobre el espejo donde se contempla
una, la silla en que se sienta otra
para calzarse los botines negros,
la mesa en la que una estira y plancha
el maillot con la mano, los claveles
que ha puesto otra en un jarrón de plástico
junto al caos de tubos y pinturas.
En la pared, carteles del estreno
e instantáneas donde las coristas
sonríen con la pierna levantada.
Es lo que quedará en el camerino
de madrugada, cuando un ventanuco
cuele la indiferente luz del día.
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