José Ángel Cilleruelo
Te habré mirado, torpe desperdicio
canino en la cuneta, muerte acaso
también como la nuestra, sin quererlo,
con la ciega visión de quien conduce.
Con los altivos ojos de quien piensa
habré hablado, porque hablar distingue
del que ladra, a la amiga que ha visto
la misma sangre, vísceras y broza.
¿Qué tontería habré contado luego
para endulzar algo la imagen ingrata?
La carretera, sin embargo, sigue.
Suena la radio. Alguien nos adelanta.
En el hostal donde almorzamos nada
queda del perro. Ni de quien lo vio.
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