La reforma educativa
José M. Cabello González, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga
17.02.2012
La semana pasada los medios de comunicación titulaban al unísono que el ministro Wert había presentado la reforma educativa. Algunos incluso la calificaban de reforma de gran calado. Y a mí me da la risa por no llorar.
Vaya por delante que considero que, junto a la reforma de la justicia, la reforma educativa es la más importante que tiene que hacer España si quiere salir alguna vez del estado calamitoso en el que se encuentra. Sin la mejora de nuestra formación no hay crecimiento económico posible. El problema es que ambas reformas son a largo plazo y el político no entiende más allá de las próximas elecciones, y eso en el mejor de los casos; a veces, ni entiende.
Aparte de los brindis al sol correspondientes, los dos grandes titulares de la reforma son la ampliación del Bachillerato en detrimento del último curso de la ESO y el cambio de nombre de la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Y ambos huelen a movimientos estratégicos para contentar a la Iglesia y a su negocio educativo.
En lo que respecta a la asignatura de Educación para la Ciudadanía es evidente que se atiende a una reclamación de la Iglesia y a lo más reaccionario de este país, excusando el cambio con incongruencias tales como evitar el adoctrinamiento. Está claro que si el ministro la sustituye por otra es que quiere seguir adoctrinando, pero a su gusto. Y además, si fuese cierto, no podrían permitirse asignaturas como Historia, Filosofía o la propia Economía. ¿O es que hay una sola forma de explicar la Economía? En cualquier caso, a mí este tema me parece una cortina de humo para que los de uno y otro bando se enzarcen y no se discuta lo que verdaderamente importa en la educación española.
El segundo aspecto de la reforma es más sibilino, pero no por ello menos importante. Con la excusa de mejorar el Bachillerato, se amplía un año, pero se mantiene la obligatoriedad hasta los 16 años. Así que ya tenemos argumentos para justificar la próxima ampliación de la concertación al Bachillerato por parte de los colegios que ya tienen concertada la Educación Primaria y secundaria. De esta manera se apuntala un sistema perverso, por el cual, entre todos los españoles les pagamos a unos cuantos padres, normalmente de clase media-alta, los colegios privados a sus hijos. La escuela que debe ofrecer el Estado debe ser pública, gratuita y de la mejor calidad posible y su alternativa debe ser la privada para quien quiera pagarla. Lo que no es de recibo es que el Estado se dedique a concertar escuelas privadas para que éstas, de facto, generen una educación para las élites, seleccionando sus alumnos, mientras permite que la escuela pública se deteriore día a día, permitiendo que se elimine la justa y necesaria igualdad de oportunidades.
Pero no confundamos la igualdad de oportunidades con la igualdad de resultados, que es lo que la autoproclamada y falsa progresía de este país ha promovido, pues la igualación en la mediocridad priva a los ciudadanos de la igualdad de oportunidades en la educación, el único ascensor social para las clases menos favorecidas. Los resultados deben ser el producto del mérito, del esfuerzo y del trabajo bien hecho, todo lo demás son atajos en la lucha contra el fracaso escolar que nos llevan directamente al fracaso global de la sociedad.
Si el ministro quiere de verdad reformar la educación y hacer frente al bochorno que supone año tras año para España los resultados del Informe PISA, ahí van unas cuantas ideas: 1. Estudiar muchas más matemáticas y, sobre todo, mejores, haciendo hincapié en el razonamiento lógico matemático. Menos ejercicios repetitivos y más ejercicios donde se entienda para qué sirven. El objetivo final debe ser saber solucionar problemas. 2. Estudiar más Español e Inglés. Más lectura, asegurándose de que se entiende lo que se lee. Más redacción, asegurándose de que se entiende lo que se escribe. Más dictados, para evitar las faltas de ortografía. Más expresión oral, para que los alumnos sean capaces de expresarse en público. 3. Incentivar el pensamiento crítico y evitar tanto conocimiento enciclopédico. Necesitamos personas que piensen por sí mismas y sepan adaptarse a un entorno cambiante. 4. Premiar al alumno que se esfuerce y penalizar a quien no lo haga. Por tanto, permitir las repeticiones de curso y las expulsiones de clase y de colegio. 5. Premiar al profesor que se esfuerce y penalizar a quien no lo haga. La variable más importante en el éxito escolar es la calidad de los profesores. 6. Dotar a los profesores de las armas necesarias para instaurar la disciplina en el aula y recuperar la autoridad que nunca debió perder. 7. Instaurar controles externos periódicos que evalúen y fiscalicen los resultados de los centros y de los alumnos. El último de estos controles debe ser una selectividad de acceso a la universidad que sea seria y rigurosa y no la pantomima en la que se ha convertido la actual prueba, asegurándonos que los alumnos van a tener el mínimo nivel exigible a un universitario y, de camino, adecuar el número de universitarios a los que nuestro país necesita.
Entristece concluir que, habiendo tanto camino que recorrer en la reforma educativa, nos dediquemos a discutir el nombre de una asignatura o el de un curso académico.
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