Rafael Guillén
si tú, un día, incontenible y mansa,
desembocaras en mis ojos, estos
que tan mal me defienden, y anegases
hasta el reducto último
desde el que intento en vano remontarte...
Si tú te desbordaras, si ascendieras
desde mis pies, medrosa, sutilmente,
como un aroma sumergido, como
un humo que creciese por el suelo
del otro lado del espejo, hasta
empañar la eternidad... Si tú
te adelantaras, si tú fueras,
si, como fuera, fueras hasta el borde
de mis palabras y, volviendo un poco
la razón, te atrevieras a asomarte
sin vértigo a la tierra...
Si tú, mi atardecida ya, mi acaso
boreal certidumbre de que paso
muy cerca del amor, te desprendieras
de tu suavísima envoltura y dieses
sentido a mi reclamo...
Si tú, desierta, solitaria, huida,
apaisada ante mí como la bruma
baja que pugna en vano silenciosa
por desasirse de los árboles, ¡ah!, si tú,
extendida bajo mi voz, dejases
que te lloviesen mis palabras, una
por una, hasta cubrir despacio
tu inmensidad, si dieras
cabida a mi tristeza...
Si tú, mi astral llamada, inaccesible
dentro de la constelación de tu belleza,
no midieses en años luz el vasto
espacio que nos une;
si tú, que sabes que mi luz no es propia,
detuvieses tu curso unos instantes,
una vida tan sólo,
el tiempo que yo tardo en reflejarte...
Si alguna vez tú, etérea,
cegada por la luz que te proyecto,
te acercaras a la distancia justa
que permite al calor comunicarse;
si me tendieras ese puente, o esa
tan frágil pasarela
que te une con lo demás del mundo;
si pudieras, si tú supieras, ¡ay!,
si quisieras, con un sencillo soplo
dar justificación a este derroche
de voz; si, de algún modo,
tú, equidistante siempre de las muchas
puertas del sentimiento, te quedases
por una vez inmóvil, en el centro
mismo de mis palabras...
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