Pepita Patiño, cuya vida ha inspirado la película 'La voz dormida', posa en Córdoba con una foto de ella y su marido, Jaime Cuello. / F. J. VARGAS. ("El País")
En "El País":
"Gracias por contarlo todo"
Pepita Patiño, la mujer que ha inspirado 'La voz dormida', revive su pasado.
Manuel J. Albert Córdoba 25 FEB 2012
"Le dieron muchos palos al pobrecito mío. Muchos. La primera vez que fui a verle a comisaría y me enseñaron su camisa me eché a llorar". Y lo mismo hace Pepita Patiño cuando recuerda esa imagen de la sangre de su marido manchando la tela. Por recuerdos así, vívidos como el primer día, no ha visto La voz dormida, la última película de Benito Zambrano, que se inspira en su propia vida. La interpretación de María León como Pepita de joven le ha valido el Goya a la Mejor Actriz Revelación.
"Comparto el premio con Pepita Patiño, que tiene 88 años y vive en Córdoba. A ella y a todas las pepitas del mundo, por ser mujeres que han aprendido a perdonar pero no olvidan", dijo la intérprete al recoger el premio.
Pepita escuchó esas palabras desde la residencia para mayores donde vive, junto al Cristo de los Faroles. Y a su cabeza volvieron los años que vivió como enlace de los maquis en la sierra de Córdoba; de la primera vez que vio a Jaime Cuello, miembro del PCE; de cómo se enamoró de él y le siguió en su triste peregrinar por comisarias y presidios franquistas de Córdoba, Burgos y Madrid.
"Le dieron muchos palos", insiste en voz baja. Se mira las manos y, como si fuesen las de Jaime, se las toca y dice: "Tenía cicatrices... Aquí y aquí... Lo pasó muy mal". Pero Pepita también sonríe. Lo hace cuando recuerda lo fiel y consecuente que era Jaime con su ideología. Como cuando le pidió al cura de la cárcel donde estaba que le casase con Pepita. El del alzacuellos aceptó con una condición, que renunciase al comunismo. "Mi marido le dijo que no. Que eso sería como si él le pidiese al cura que se quitase la sotana. El cura entró en cólera y le exigió al director del penal que lo metiese en una celda de castigo. Pero no lo hizo".
Mientras Jaime sufría cárcel y torturas, Pepita se deslomaba trabajando en casas. También se jugaba el cuello dejando mensajes a los guerrilleros de la sierra de Córdoba y unía sus fuerzas con las de otros familiares de presos para hacerles llegar ropa y alimentos para sobrevivir.
Así durante 20 largos años en los que en su vida primó el miedo y el silencio. "No podías hablar, todo había que guardárselo", recuerda la mujer. En 1960 su marido fue puesto en libertad. Tras dos décadas de noviazgo presidiario, encontraron un cura al que no le importaba la condición política de Jaime ni sus ideas. "Se portó magníficamente, nos lo arregló todo y nos casó en Madrid". Al día siguiente, a las seis de la tarde, la pareja debía estar en Córdoba para presentarse en la comisaría. La vigilancia del régimen todavía duraría tiempo.
El maltrato constante y las penurias de la cárcel dejaron a Jaime con una salud muy delicada y murió sin poder disfrutar de la democracia. Años después, Pepita conoció a la escritora Dulce Chacón, quien estaba recabando historias sobre las mujeres que sufrieron la Guerra Civil y el franquismo. Era el germen de La voz dormida. Y Pepita sería una de sus protagonistas.
"Fue aquí al lado, en una cafetería", señala con su bastón Pepita, a las puertas de la residencia. Se mueve despacio, molesta por la artrosis en una de sus manos. "Eso es de no parar de trabajar", apunta. Y vuelve a Chacón: "Estuvimos 10 días hablando y hablando para el libro". Y hace una pausa. "Qué pena. Tan joven que era". Y las mismas lágrimas vuelven a asomar. Dulce Chacón murió en 2003, poco después de publicar el libro.
Pepita no se ha atrevido a ver la película que adapta el texto de la escritora. "Para qué, si es mi vida. Yo he pasado todo eso. Y ya lo he llorado todo. Si la viese no podría para de llorar". Pero no deja de agradecer a todos, a Benito Zambrano y a las actices María León e Inma Cuesta (quien, en una licencia de guión, interpreta a una hermana presa que Pepita no tuvo en la vida real). También a todos los periodistas que se acercan a recoger su testimonio. "Gracias por contarlo todo. Sobre todo por ellos, por todo lo que pasaron ellos. Que fue mucho", dice recordando a los presos y a los guerrilleros.
Pepita se despide a las puertas de la residencia. Casi nadie allí dentro sabía de su dura vida. Reparte besos, lágrimas y sonrisas. "Iros que yo os vea". Y no regresa dentro hasta que los reporteros tuercen la esquina.
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