Éste es el comienzo de las
Divinas palabras
San Clemente, anejo de Viana del Prior. Iglesia de aldea sobre la cruz de dos caminos, en medio de una quintana con sepulturas y cipreses. PEDRO GAILO, el sacristán, apaga los cirios bajo el pórtico románico. Es un viejo fúnebre, amarillo de cara y manos, barbas mal rapadas, sotana y roquete. Sacude los dedos, sopla sobre las yemas renegridas, las rasca en las columnas del pórtico. Y es siempre a conversar consigo mismo, huraño el gesto, las oraciones deshilvanadas.
PEDRO GAILO
...Aquéllos viniéronse a poner en el camino, mirando al altar. Éstos que andan por muchas tierras, torcida gente. La peor ley. Por donde van muestran sus malas artes. ¡Dónde aquéllos viniéronse a poner! ¡Todos de la uña! ¡Gente que no trabaja y corre caminos!...
PEDRO GAILO se pasa la mano por la frente, y los cuatro pelos quédanle de punta. Sus ojos con estrabismo miran hacia la carretera donde hacen huelgo dos farandules, pareja de hombre y mujer con un niño pequeño, flor de su mancebía. Ella, triste y esbelta, la falda corta, un toquillón azul, peines y rizos. El hombre, gorra de visera, la guitarra en la funda, y el perro sabio sujeto de un rojo cordón mugriento. Están sentados en la cuneta, de cara al pórtico de la iglesia. Habla el hombre, y la mujer escucha zarandeando al niño que llora. A esta mujer la conocen con diversos nombres, y, según cambian las tierras, es Julia, Rosina, Matilde, Pepa la Morena. El nombre del farandul es otro enigma, pero la mujer le dice LUCERO. Ella recibe de su coime el dictado de POCA PENA.
LUCERO
Tocante al crío, pasando de noche por alguna villa, convendría soltarlo.
POCA PENA
¡Casta de mal padre!
LUCERO
Pon que no lo sea.
POCA PENA
Tú mismo eres a titularte de cabra.
LUCERO
Pues titulándome padre del crío, considero que no debo legarle mi mala leche.
POCA PENA
¿Qué estás ideando? ¡No te pido correspondencias para mí, te pido que tengas entrañas de padre!
LUCERO
¡Porque las tengo!
POCA PENA
Si el hijo me desaparece, o se me muere por tus malas artes, te hundo esta navaja en el costado, ¡Lucero, no me dejes sin hijo!
LUCERO
Haremos otro.
POCA PENA
¡Ten caridad, Lucero!
LUCERO
Cambia la tocata.
POCA PENA
¡Escapado de un presidio!
LUCERO hace un gesto desdeñoso, y con la mano vuelta pega en la boca de la coima, que, gimoteando, se pasa por los labios una punta del pañuelo. Mirando la sangre en el hilado, la coima se ahínca a llorar, y el hombre tose con sorna, al compás que saca chispas del yesquero. PEDRO GAILO, el sacristán, levanta los brazos entre las columnas del pórtico.
PEDRO GAILO
¡A otro lugar era el iros con vuestros malos ejemplos, y no venir con ellos a delante de Dios!
LUCERO
Dios no mira lo que hacemos. Tiene la cara vuelta.
PEDRO GAILO
¡Descomulgado!
LUCERO
¡A mucha honra! ¡Veinte años llevo sin entrar en la iglesia!
PEDRO GAILO
¿Te titulas amigo del Diablo?
LUCERO
Somos compadres.
PEDRO GAILO
Ahora ríes enseñando los dientes, ya te llegará el rechinarlos.
LUCERO
No temo esa hora.
POCA PENA
Hasta las bestias del monte temen.
PEDRO GAILO
Para toda conducta hay premio o castigo, enseña la doctrina de Nuestra Santa Madre la Iglesia.
LUCERO
Cambie usted la tocata, amigo. Esa polca es muy antigua.
PEDRO GAILO
Dios Nuestro Señor no baja su dedo porque yo calle.
LUCERO
¡Bueno!
Una vieja, con mantilla de paño pardo sale al pórtico, después otra, más tarde otra. Salen deshiladas; portan agua bendita en el cuenco de las manos y la van regando sobre las sepulturas. La última tira de un dornajo con cuatro ruedas, camastro en donde bailotea adormecido un enano hidrocéfalo. JUANA LA REINA, sombra terrosa y descalza que mendiga por ferias y romerías con su engendro, interroga al sacristán, de quien es hermana.
LA REINA
¿Cómo no disteis la comunión en la misa?
PEDRO GAILO
No había partículas en el copón.
LA REINA
Hacía cuenta de recibir a Dios. La tierra me llama.
PEDRO GAILO
Sí que estás decaída.
LA REINA
Esta madre roe en mí.
PEDRO GAILO
¡Madre llamas a la tierra! ¡Madre es de todos los pecadores! Y el sobrino, ¿va despertándose? Él alumbra algún conocimiento, hermana mía.
LA REINA
¡Malpocado!
PEDRO GAILO pone su ojo bizco sobre el enano, que con expresión lela mueve la enorme cabezota. Y la madre le espanta las moscas que acuden a posarse sobre la boca belfa donde el bozo negrea. Tirando del dornajo cruza la quintana y sale a las sombras de la carretera. La perra del farandul, levantada en dos patas, ensaya un paso de danza ante aquella figura triste y color de tierra. Lentamente el animal se dobla, y agacha la cola aullando con el aullido que reservan los canes para el aire de muerto. LUCERO silba, y la perra, otra vez en dos patas, va para su amo que ríe guiñando un ojo.
domingo, 16 de mayo de 2010
VALLE-INCLÁN. TEATRO. "Divinas palabras"
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