Diana Bellessi
"Sólo escribo aquello que vivo, que siento, que experimento"RAQUEL GARZÓN 22/05/2010
La autora reúne 35 años de su poesía en 'Tener lo que se tiene', premio al mejor libro argentino de creación literaria de 2009
Si Diana Bellessi (Santa Fe, 1946) fuera un trago, sería explosivo, aun peinando canas. Si fuera un libro -es muchos-, sería Tener lo que se tiene (Adriana Hidalgo), un monumento de 1.200 páginas que reúne 35 años de su poesía y que ha ganado en la Feria del Libro de Buenos Aires el premio al mejor libro argentino de creación literaria de 2009. Ella prefiere considerar esa summa poética "inquietante" antes que consagratoria. "Mete un poco de miedo, ¿no? Los poetas somos autores de una única edición, a los que muchas veces los lectores llegan gracias a las fotocopias. Que a una le publiquen un volumen así da alegría, pero inquieta, más cuando una no se ha muerto y continúa en franco proceso de producción", bromea la autora de La rebelión del instante, mientras enciende el quinto cigarrillo de una entrevista que durará la ceniza de 14 largos y rubios Virginia Slims.
De prestigio internacional, traducida al inglés por la emperatriz de la ciencia-ficción, Ursula K. Le Guin (con quien publicó Gemelas del sueño, un volumen con poemas de ambas), y reconocida como una de las voces que más ha influido a generaciones posteriores de poetas argentinos (algo que ella niega: "Yo soy parte de un torrente y es difícil discernir cuánto he podido influir a otros y cuánto otros más jóvenes han influido en mí"), la travesía lírica de Bellessi reconoce distintas temáticas y ahondamientos. Comenzó marcada por una fuerte tradición de ruptura y por el descubrimiento de lo latinoamericano como seña de identidad (Crucero ecuatorial, Danzante de doble máscara). Hacia fines de los ochenta (Eroica, 1988), militó en el cuerpo a cuerpo del deseo lésbico, por entonces una parcela poco frecuentada en la poesía regional. Libros posteriores como El jardín (1994) y Sur (1998) la fueron acercando "con una agua que fluye más larga y más tranquila" al paisaje del detalle como ADN literario, a "la apreciación de lo pequeño, de lo inútil".
"A mí", dirá Bellessi cuando el humo ha ganado el espacio entre las dos (¿cuántos cigarrillos van ya?), "me cuesta hablar de lo que no toco. Sólo escribo aquello que vivo, que siento, que experimento". Confesión a tono con su "vida andariega". Siendo muy joven, con su último sueldo de maestra rural en el bolsillo, la "fascinación del camino" la llevó a viajar por América Latina, haciendo autoestop. Esa experiencia se desdobló en mil poemas y oficios. Fue contrabandista de poca monta, limosnera en las calles, trabajadora de imprentas, artesana del cuero, reportera especializada en rock... Vivió en el sur del Bronx estadounidense como ilegal y de regreso a Argentina, en plena primavera democrática, formó parte de un proyecto que incluía talleres de redacción en las cárceles y dio clases para letristas de canciones. La docencia, los viajes y la escritura (en ese orden o en cualquier otro) son las pasiones en las que invierte su tiempo.
Tener lo que se tiene puede leerse, pues, como una autobiografía poética: el entramado cocido a fuego lento de su infancia en el campo, en medio de la "pampa gringa", trabajada por inmigrantes de origen italiano ("de chica, yo veía pasar el tren al atardecer y para mí era como el Transiberiano, de allí nació mi amor por la aventura"), de sus lecturas ("una persona como yo que se crió en casas ampliadas de parientes donde muchos eran analfabetos, está marcada por la pasión por devorar el mundo ilustrado"), de sus diversos oficios "por deseo y por necesidad" y de su compromiso social. Por eso uno puede encontrar textos en los que, dictadura mediante, la escritura era resistencia: "Un aro de música para esta mañana. / Un viento del oeste / y la decisión de sostener la vida / entre los brazos abiertos", como se lee en Tributo del mudo, de 1982. Otros protagonizados por "piqueteros" (manifestantes de distintos movimientos sociales) o por una drag queen de la noche rioplatense. Pero también, la complejidad de la permanencia, el deseo de explorar cómo de intenso es lo conocido que regresa: "Tibio el pan y el café / en la juventud del día / iluminado apenas / por una nube de oro / que se expande al oriente// como en mí la belleza / de despertarme aquí / o donde fuera abrigada / por la sangre y el calor / de esta vida yéndose..." ('Sin asidero').
Tener lo que se tiene, la serie que da nombre a esta poesía reunida, profundiza su preocupación por la belleza como "diversidad extraordinaria de la existencia". "El libro se detiene en la pequeña voz del mundo, en la observación de cada una de estas pequeñas cosas -una pareja de zorzales, el verano, las ranas...- , que mi ojo decreta de una belleza descomunal", sostiene Bellessi. "Somos parte de lo existente en constante transformación, donde el horror y lo maravilloso son consecutivos y sincrónicos y estamos invitados a mirar eso, a pensarlo. La belleza es también cómo se rebela esa melancolía". Allí, la tarea de la poesía: "Su sentido es recordar que lo pequeño es enorme; que lo que importa, finalmente, es ese tonto pequeño corazón humano, que de tanto en tanto, a pesar de su sordera, se escucha, escucha a los otros y escucha el concierto del mundo".
Tener lo que se tiene.
Diana Bellessi.
Adriana Hidalgo Buenos Aires/Madrid 2009
1.226 páginas. 32 euros.
Ahora, uno de sus poemas:
He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada más
que los gestos precisos,
dejarse ir para cuidarlo
y ser el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega a la orilla lejana de la muerte.
Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual la operatoria carece
de sentido.
Tener un jardín es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario